Domingo, 16 de marzo de 2008 | Hoy
NOTA DE TAPA
Hace poco menos de una década, Hugo Chávez volvió a poner el nombre de Simón Bolívar en oídos de América latina. Sin embargo, no existe una visión única de la figura que ha sido considerada a lo largo de la historia y del continente un Napoleón sudamericano, el Washington de la América hispana, un caudillo cesarista o el líder del destino latinoamericano trunco. Casualmente en la semana en que los tres países que lo tienen como padre de la patria casi se enfrentan militarmente, David Viñas y Gabriela García Cedro presentan Bolívar, antología polémica, un estudio y recopilación en la que recorren las diversas interpretaciones y usos de su figura. Y a continuación, lo presentan.
Por Gabriel Lerman
El nombre Bolívar está en calles, plazas y universidades de todo el mundo, pero hay un continente y algunas ciudades en particular que lo llevan en el centro. Caracas, Bogotá y Quito son las tres capitales de países que en un tiempo formaron la Gran Colombia, para las que Simón Bolívar fue y es su Padre de la Patria, y cuyas banderas mantienen un enorme parecido: la franja de arriba amarilla, la del medio azul y la de abajo roja. Esos tres países, hace pocos días, estuvieron a punto de entrar en guerra entre sí. Además, hay un cuarto país que, caso excepcional, lo lleva en el nombre: Bolivia. Pero, ¿quién fue Simón Bolívar? ¿Por qué la historia mundial lo registra a veces como un Napoleón sudamericano, a veces como el Washington del Sur, a veces como un caudillo vanidoso y cesarista que buscaba perpetuarse en el poder, y otras como el liderazgo incomparable de un destino latinoamericano inconcluso, trunco?
Hay un enigma continental, muchas preguntas que proyectan su sombra desde el 17 de diciembre de 1830, día en que Bolívar murió físicamente en Santa Marta, localidad costera de Colombia. Lo había obtenido todo, o en todo caso fue el que más lejos llegó. Frente a la visión del liberalismo porteño, específicamente de Bartolomé Mitre, Bolívar careció de integridad y pecó en sus delirios de grandeza. Toda la oscuridad que desde la Argentina se construyó sobre él está vinculada a la resolución de las guerras de la independencia, cuyo episodio novelesco, extremo, es la entrevista de Guayaquil entre los dos más grandes, los dos pesos pesado, los Libertadores de América Simón Bolívar y José de San Martín. El contenido de esa reunión se mantuvo en secreto hasta que circuló la que se conoce como carta de Lafond, misiva que distintos historiadores consideran falsa y otros crucialmente verídica, que le habría enviado San Martín a Bolívar poco después de la entrevista, donde en todo caso se ofrece una versión sobre lo conversado, y las razones por las que San Martín produce su emblemático retiro, y le allana el camino a Bolívar para continuar su marcha hacia el sur, consolidar el poder en Perú, liberar Bolivia y quedar al borde de una expansión mayor.
“En Guayaquil hay que ver la correlación de fuerzas”, dice David Viñas, compilador junto a Gabriela García Cedro de Bolívar, antología polémica, recientemente editada por Peón Negro en la colección Crónica General de América Latina. “Digo, San Martín estaba ya fuera de combate. Digo, frente a los peruanos. Le matan al ministro, se lo asesinan. Bolívar venía triunfando, lo tenía todo. Guayaquil era parte del proyecto bolivariano. No era ningún angelito, claro, como dice la versión porteña tradicional. San Martín, el austero, el militar profesional; el otro, el loco de la guerra. San Martín era muy profesional, sexualmente prolijo. Aparece la hija, Remeditos, punto. El otro, era un loco sexual, las mujeres, hay que ver lo que era el éxito en ese momento.” Viñas, quien se corre tanto de las lecturas apologéticas como detractoras del venezolano, puntualiza: “Ahora, ¿cuál es el proyecto fundamental? Y, era la reunión de Panamá, viejo. ¿Cuál es el problema? Y hoy se plantea lo mismo desde el Mercosur hasta la Unión Europea. El problema fundamental, el prioritario, es el enfrentamiento mano a mano con la gran empresa norteamericana”.
El ascetismo sanmartiniano, el hombre alto, impertérrito, el militar impoluto, abstinente, frente al hombre bajo, aindiado, “que no miraba a la cara nunca para hablar” según Sarmiento, el temperamento caribeño, la ambición desmedida de Bolívar. Acaso el error esté en comparar rasgos personales sin poner en perspectiva las trayectorias y los roles que cada uno ocupaba. San Martín, un militar de carrera, que incluso en la cúspide de sus campañas nunca obtiene una relación prominente con Buenos Aires, frente a Bolívar, presidente vitalicio de la Gran Colombia, militar y líder político, que edifica su verticalidad a base de un jacobinismo criollo, aún en las aguas turbulentas e inestables de la herencia colonial de virreinatos, capitanías y gobernaciones.
Nacido en Caracas en 1783, tenía Bolívar un destino de hacendado esclavista, socialmente rico, cómodamente instalado en la elite criolla. Huérfano de niño, criado por tíos y abuelos, se casó a los 19 años en Madrid, cuando ya era subteniente en los Valles de Aragua. Formado por Andrés Bello y Simón Rodríguez, con el tiempo destacadas personalidades de la cultura latinoamericana, Bolívar despuntó una vida de aventura que incluyó un romance con su prima María Teresa Rodríguez del Toro, y una temprana viudez en 1803 que lo devolvió al Viejo Continente siendo joven y adinerado. Allí se reencuentra con Simón Rodríguez, recorre París, Roma, conoce a los antiesclavistas Humboldt y Bonpland, y adquiere de primera mano los influjos emancipatorios de la Revolución Francesa.
Regresa a Caracas en 1806 y se incorpora a los grupos que combaten el orden colonial, entre los que se encontraba Francisco de Miranda. Poco antes del 19 de abril de 1810, en que se desencadena la primera fractura en el poder virreinal de Venezuela, Bolívar es apresado junto a otros conspiradores. Ya instalada la Junta Suprema, es enviado en misión diplomática a Londres, donde hace contacto nuevamente con Miranda, y forman la Sociedad Patriótica, club político decisivo en la declaración de la independencia de 1811. Asciende rápidamente a general y, aunque toma parte de un episodio confuso donde cae Miranda a manos realistas, él se salva y huye a Curaçao. Poco después escribe el Manifiesto de Cartagena, su primer documento político, una suerte de balance del movimiento independentista. Temporalmente, el Congreso de Nueva Granada (Colombia) lo acoge para sus campañas militares, él reagrupa fuerzas y la emprende nuevamente hacia Caracas. Hacia 1814, su principal consigna ya era combatir el federalismo fragmentador y debilitante, y propugnaba la centralidad física y política de la región. Libera Caracas, luego debe abandonarla ante nuevas represalias, y se refugia primero en Nueva Granada y finalmente en Jamaica. Allí está derrotado, solo, impotente. Produce la Carta de Jamaica que, según el historiador venezolano Germán Carrera Damas, es un “documento de honda historicidad”, un programa estratégico que sitúa la lucha por la independencia de Venezuela en el plano americano y mundial. Reúne fondos, recursos y en mayo de 1816 entra en la Isla Margarita. Tras diversas batallas y tensiones con los caudillos provinciales, en 1819 Bolívar se hace fuerte en Angostura, Guayana, donde convoca a un congreso y es nombrado presidente provisional con plenos poderes para conducir la guerra. Allí, Bolívar monta quizá la mayor operación de la guerra de la independencia, trasladando sus llaneros hacia Bogotá a través de los Andes y, en Boyacá, bate al poder realista y libera Nueva Granada. Los recursos y el prestigio adquiridos lo ponen al frente de un ejército triunfador. Poco después hace aprobar la “Ley fundamental de la unión de los pueblos de Colombia”, núcleo de su visión americanista y base de la Gran Colombia. La batalla de Carabobo consolida la conquista de Venezuela, y despeja el camino de quien ya es considerado Libertador y Padre de la Patria. El 30 de agosto de 1821, se sanciona la Constitución de la Gran Colombia y Bolívar es elegido presidente por el voto unánime. Allí, comienza la campaña hacia el Sur, hacia el Perú. Mientras tanto, el 15 de julio, San Martín –que un año antes había desembarcado proveniente de Chile– convocaba en Lima al Cabildo Abierto en el cual se suscribía la Declaración de la Independencia de ese virreinato, uno de los dos enclaves realistas más antiguos de América junto al de Nueva España (México). Pocos meses después, Bolívar ocupa Quito y Guayaquil, que son incorporadas a Colombia. El 26 de julio de 1822 se produce la célebre entrevista de Guayaquil.
Ante la retirada de San Martín, Bolívar avanza sobre el Bajo y el Alto Perú. Victorioso en Junín, concentra el poder como dictador del Perú y cede el mando militar a Sucre, quien el 9 de diciembre de 1824 triunfa en Ayacucho, batalla que marcó el fin del poder español en América.
Bolívar convoca al Congreso de Panamá, también conocido como “Anfictiónico” en recuerdo de la Liga Anfictiónica de la antigua Grecia, con el objeto de buscar la unión o confederación de Hispanoamérica, antes conocida como Reinos Castellanos de las Indias. Reunido por pocas semanas a mediados de 1826, asisten representantes de la Gran Colombia (las actuales Colombia, Panamá, Ecuador y Venezuela), Perú, Bolivia, México y las Provincias Unidas del Centro América (Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica). Los embajadores acuerdan la creación de una liga de repúblicas americanas con militares comunes, un pacto de defensa mutua y una Asamblea Parlamentaria Supranacional. El “Tratado magnífico titulado de la Unión, de la Liga y de la Confederación Perpetua”, fue ratificado sólo por la Gran Colombia. El fracaso del Congreso estuvo llevo de suspicacias y acusaciones por la exclusión de Estados Unidos, quien sin embargo fue invitado a instancias del colombiano Santander, y por la acción del país del Norte para evitar la concurrencia de Argentina. Bolívar no quería la participación de Estados Unidos, y consideró un fracaso la convocatoria. Se lo considera el primer antecedente integracionista de la región y, aunque algunos lo señalan como condición de posibilidad en el tiempo primero de la Unión Panamericana y después de la Organización de Estados Americanos, la vertiente latinoamericanista lo considera inconcluso, pendiente, a casi dos siglos. Acaso la Comunidad Sudamericana o la Unasur (Unión de Naciones del Sur) sea lo más cercano a su continuidad.
Tal vez haya que pensar en las tradiciones políticas y militares que se fundan en esos pliegues de la historia, al menos en el imaginario que proyecta sobre la región la elite liberal porteña. La historia argentina, con el vértice en la vida de San Martín contada por Mitre, escamotea las condiciones en que se produce Guayaquil, y las implicancias que abre o cierra. Los argentinos, civiles o militares, inspirados en la renuncia del Padre de la Patria, se autoeximen de la escena posterior, la película se detiene allí. Argentina se corta sola, se encapsula en el Río de la Plata y prefigura su destino blanco y europeizante, de espaldas al continente. Parte del debate suele cifrarse en la forma de gobierno que deben adoptar las “repúblicas americanas”, entre la idea de presidencia vitalicia de Bolívar y la propuesta de monarquía de San Martín. Mitre abona la idea del expansionismo bolivariano, para lo cual se apoya en distintas conversaciones que el venezolano mantiene en Bolivia, a mediados de 1825, con Carlos María de Alvear y José Miguel Díaz Vélez, enviados por Buenos Aires ante el agravamiento del conflicto con Brasil por la Banda Oriental. Los argentinos le piden a Bolívar que se constituya en amenaza ante Río de Janeiro. Según Mitre: “Nada menos soñaba el Libertador que subordinar a su influencia las Provincias Unidas del Río de la Plata como regulador; llevar adelante en unión con ellas la guerra contra el Brasil; derribar el único trono levantado en América, y remontar de regreso la corriente del Amazonas en su marcha triunfal a través del continente subyugado por su genio”. Incluso, Mitre señala a Manuel Dorrego y otros caudillos federales como partícipes de la conjura. Hasta que llega Bernardino Rivadavia a la presidencia. Entonces, dice Mitre, Rivadavia declara: “Ha llegado el momento de oponer los principios a la espada”. El porteño se opone tajantemente a los “planes absorbentes” de Bolívar, en particular al Congreso de Panamá, para lo cual consigue, además, la abstención de Chile.
Pero la mitrista no es la única interpretación de Bolívar que ha tenido peso en la Historia de éste y otros continentes, y de alguna manera, el recorrido esas lecturas y usos de su figura bien puede considerarse el cauce del libro presentado por Viñas y García Cedro.
Hacia el final del siglo XIX, Cuba cierra el proceso independendista del continente, y José Martí evoca al general de los llaneros: “¡Pero así está Bolívar en el cielo de América, vigilante y ceñudo, sentado aún en la roca de crear, con el Inca al lado y el haz de banderas a los pies; así está él, calzadas aún las botas de campaña, porque lo que él no dejó hecho, sin hacer está hoy: porque Bolívar tiene que hacer en América todavía!” Martí, el escritor pobre, el prócer modesto que medio siglo después simbolizará la emancipación con el nacionalismo y el socialismo cubano. “La independencia de América –escribe Martí– venía de un siglo atrás sangrando; ¡ni de Rousseau, ni de Washington viene nuestra América sino de sí misma!”. El cubano no vacila, sin embargo, en hacer una semblanza de Bolívar en el ocaso, cuando las facciones de la Gran Colombia lo abandonan tempranamente, y bajo ella, una crítica aguda a su accionar político: “(...) erró acaso el padre angustiado en el instante supremo de los creadores políticos, cuando un deber les aconseja ceder a nuevo mando su creación”.
Al cumplirse el centenario de su muerte, en 1930, tanto en Venezuela como en Italia se activan reinterpretaciones de la figura bolivariana en una dirección polémica. En Caracas, el régimen de Juan Vicente Gómez, que se extenderá desde 1908 hasta su muerte en 1935, enfrenta sus primeras vacilaciones y ataques opositores. Si bien es reconocida su acción unificadora y sus logros económicos, prácticamente los cimientos de la Venezuela petrolera, se discute la discrecionalidad política de “El Benemérito” o “El Pacificador”. En ese contexto, el culto a Bolívar actúa como refuerzo nacional y proyecta una imagen de continuidad con el prócer hacia fuera. Tal vez opuesto al sentido que Martí ve en Bolívar, el gomecismo celebra los supuestos valores cesaristas y autocráticos del pensamiento político y constitucional bolivariano. En la misma línea, por entonces el fascismo italiano en su apogeo imagina en Bolívar una tradición latina compartida, un núcleo común de valores y, según Alberto Filippi, la justificación de formas políticas unitarias y centralizadoras que superen “las fuerzas centrífugas y factores disgregadores, localistas y anarquizantes de la vida social”.
Pablo Neruda no se priva de ejecutar su colección de héroes latinoamericanos, y compone el poema Guayaquil donde, si bien la pertenencia chilena le impide subestimar a San Martín, la escena de la cumbre de los libertadores deja a Bolívar solo: “Cuando entró San Martín, algo nocturno de camino impalpable, sombra, cuero, entró en la sala/ Bolívar esperaba, Bolívar olfateó lo que llegaba (...) San Martín traía del Sur un saco de números grises, la soledad de las monturas infatigables, los caballos batiendo tierras, agregándose a su fortaleza arenaria (...) Bolívar construía un sueño, una ignorada dimensión, un fuego de velocidad duradera, tan incomunicable, que lo hacía prisionero, entregado a su substancia (...) San Martín regresó de aquella noche hacia las soledades, hacia el trigo. Bolívar siguió solo”.
¿Qué oyen hoy los colombianos, los ecuatorianos –hijos de la misma Patria–, cuando Hugo Chávez habla de Simón Bolívar? ¿Qué sienten los venezolanos cuando su país ha tomado el nombre del padre en su propio nombre y son la República Bolivariana? ¿Por qué se considera países andinos a los del noroeste de América del Sur, si la Cordillera de los Andes llega hasta Tierra del Fuego, y el argentino San Martín la cruzó a la altura de Mendoza rumbo a Chile? ¿Qué relación existe entre Bolívar y Martí, y entre Chávez y Fidel Castro? ¿Qué fibras íntimas, qué cuerdas, qué mares interiores agita Chávez cuando le habla al continente y al mundo del ejemplo del Libertador? ¿Deberíamos conformarnos con la cobertura al respecto de la CNN y con el desprecio renovado de Bush y los candidatos a sucederlo? Hace pocos días, cuando el joven presidente ecuatoriano Rafael Correa increpó al colombiano Uribe en la cumbre del Grupo Río por la invasión de su país, puso en evidencia que en América, al día de la fecha, la dignidad todavía es un valor en duda. Y que la historia, en su insistente circularidad, aún está por hacerse.
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