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Domingo, 16 de marzo de 2008

PáGINA 3

Lo que sé

 Por Jorge Guinzburg

Yo soy un niño. ¡Y no por el tamaño!

Jugar es una postura frente a la vida. Pero no hablo de jugar por dinero, sino de que me gusta la dinámica y el espíritu que se forma en los juegos. Me gusta la idea de seguir jugando siempre, hasta el final, pase lo que pase.

Me gusta que el triunfo en el juego pueda depender de alguna habilidad o talento. Por eso no me gusta ir al casino.

Mis preguntas no esconden ningún interés oculto. No hay otra intención que las ganas de saber lo que estoy preguntando. Y nada de lo que puedo llegar a preguntar es algo a lo que no pueda contestar. Eso, quienes acceden a una entrevista conmigo, lo saben, y por eso pueden ser más sinceros.

Cuando supe que poder expresarme con humor y al mismo tiempo no ocultar mi sensibilidad me ayudaba para hacer lo que quería, no lo abandoné nunca más.

Cuando me enojo tengo razón, pero es tal el grado de enojo que me quita la razón.

Una diferencia a favor mío respecto de mi viejo es que yo les pido perdón a mis hijos. Yo sé pedir perdón. Mi viejo nunca me pidió perdón y me hubiera encantado.

De chico vivía en un pueblo (Capilla del Monte, Córdoba), en donde pasaba que a veces se regalaban los chicos cuando la familia no podía alimentarlos. A casa venía el que hacía el reparto de vino, porque era una hostería, y el tipo no podía tener hijos, entonces le pedía a mi papá que me regalase. “Si total tiene dos...”, le decía. Entonces cuando yo me portaba mal, la parte sádica era que mi viejo me decía: “Al final voy a terminar regalándote”. Muchas veces pensé qué hubiera pasado si en lugar de educarme la familia que me educó, me educaba el que hacía el reparto de vino.

Creo en Dios, pero imagino que el dios de cada uno debe tener ligeros matices.

No soy de los que creen que si te esforzás te va bien. Hay mucha gente que se esfuerza y no le va bien.

En este ambiente, cuando querés garcar a alguien, le hacés fama de mufa. Entonces, hasta le quitás posibilidades de trabajo. Y eso es sangriento.

Siento que me canso de mis programas o de mis personajes antes que la gente. Y eso hace que busque cosas nuevas constantemente, lo cual no es sinónimo de éxito. Pero cuanto más cosas nuevas uno busque, más posibilidades tiene de acertar.

Cuando a uno le va bien, no se recuerdan tanto las cosas que no funcionaron.

Me encantaría que volviera El Ventilador. Es el proyecto más antieconómico que puedo llegar a encarar. Pero nos dimos gustos maravillosos.

Me acuerdo que cuando hacíamos El Ventilador en la radio, un día terminé en calzoncillos en el estudio.

No me acuerdo cómo fue que terminé en calzoncillos ese día en El Ventilador.

Creo que el psicoanálisis les vendría muy bien a todos los políticos. Pero es muy raro ver a uno yendo a terapia. Siempre recuerdo que en Las enseñanzas de Don Juan, el tercer enemigo natural de la sabiduría era el poder. Evidentemente, Carlitos Castaneda tenía razón.

El humor es crítico, siempre. El humor político es un género que además de hacer reír, hiere, critica a algún dirigente o a alguna institución. Y tal vez los canales no tienen ganas de herir a nadie en esta época.

En los años de la dictadura militar lo más serio que se podía leer era una revista llamada Humor. Eso es muy fuerte.

En la época de Satiricón había una revista literaria que se llamaba Crisis, que tenía sábanas y sábanas de texto y vendía 50 mil ejemplares. Es impresionante pensar qué Argentina era ésa.

La revista porteña es diferente de cualquier espectáculo de music hall que pueda haber en el mundo. El sainete es el equivalente a la comedia musical de Broadway. En las décadas del ’30 y del ’40 la calle Corrientes era Broadway.

El sainete estuvo ligado a una época: si pienso en Vacarezza, se me aparece el conventillo donde estaba el tano, el gallego... Si tuviera que hacer un sainete hoy lo plantearía en el Once, con un paisano peleándose con un coreano. Por ahí el Negro Dolina sería ideal para escribir un sainete de ese tipo.

A mí me gusta que la gente se ría. Y si es a carcajadas, mejor todavía. Pero cuando hago humor con los militares o de la época menemista, no hay risas sino aplausos.

Un amigo medio esotérico me dijo que los asmáticos son la reencarnación de gente que murió de frío. Yo no sé si es cierto, pero por lo que detesto el frío me hace pensar que a lo mejor tiene razón.

Estas líneas pertenecen a las respuestas que Guinzburg dio en las diferentes entrevistas que le hizo Página/12.

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