Domingo, 16 de marzo de 2008 | Hoy
TEATRO > EL éXITO DE GORDA, DE DANIEL VERONESE
Daniel Veronese decidió adaptar la obra Fat Pig, en la que el escritor y director de cine Neil Labute exorcizó sus propios demonios con la gordura tras bajar 30 kilos. Gorda, con la española Mireia Gubianas en el poderoso protagónico, el Puma Goity como su novio y Jorge Suárez y María Socas como los amigos que encarnan la mirada del prejuicio, se ha convertido en un fenómeno de sala llena. Y todo en un momento en que el tema de la gordura ocupa teatros, librerías, pantallas, castings y hasta leyes.
Por Violeta Gorodischer
“Gordi” es cariñoso, pero “gorda” es peyorativo (aunque en el interior de muchas parejas también se escucha “gordo, esto”, “gorda, lo otro”). Está el “gordita”, que puede implicar cariño o calificación despectiva, según el caso, y está el “gorda o gordo de mierda” que a más de uno lo marcó a fuego. La polisemia de la palabra encierra tantas historias posibles como se quiera escuchar. Y, evidentemente, no son pocos los que quieren hacerlo en el último tiempo.
Fat Pig fue como la bautizó su autor original Neil Labute, aunque acá decidieron llamarla Gorda (con su pertinente subtítulo: ¿cuánto pesa el amor?). Lo cierto es que aunque Daniel Veronese se inclinó por una versión algo más despojada, la obra consigue transmitir esa fuerza que Labute quiso darle (acaso porque fue una catarsis de su propio drama personal, al tener que bajar 30 kilos porque según sus palabras se sentía “una porquería humana”). Más tranquilo, no tan visceral, Veronese captó algo de esa fragilidad puesta en juego y decidió mantener en escena a la actriz española capaz de despertar en el público lo mismo que despierta en el personaje de Tommy (típico “langa” porteño interpretado por Gabriel Goity). Se trata de Helena (Mireia Gubianas) una mujer joven, sensual e inteligente, cuyos 30 kilos de más (y acá ficción y realidad se confunden) no parecen obstáculo a la hora de seducir. Claro que siempre aparece en el medio la mirada del otro, encarnada esta vez por los amigos de Tommy. Ellos son Nacho (Jorge Suárez) y Juana (María Socas), quienes lo hostigan con comentarios que van subiendo de tono en un difuso límite entre el humor y el sadismo, hasta obligarlo a tomar una decisión. “La gente no se siente cómoda con la diferencia ¿sabés?” dice el personaje de Jorge Suárez. “Los maricones, los retardados, los lisiados, la gente gorda. Hasta los viejos. Nos dan miedo”. El mismo Veronese, de hecho, dijo en su momento que Gorda habla de la valentía o la cobardía frente a las elecciones y que por eso “podría haberse llamado Negra, Solterona, Gay, lo que fuera”.
La pregunta, entonces, es hasta qué punto son homologables las diferencias. O con qué finalidad. Porque esta obra no llega en un momento cualquiera sino que lo hace cuando se respira en el aire la necesidad de tocar el tema de la gordura: desde las noticias por la ampliación de los talles de ropa y la media sanción del Congreso a la Ley de Obesidad, hasta el éxito de un programa televisivo como Cuestión de peso, los castings que piden chicas “gorditas” o la sobreexposición mediática a nivel local e internacional de una cantante como la inglesa Beth Ditto, vocalista obesa del grupo The Gossip que no sólo posó desnuda sino que en noviembre último fue declarada la persona viva más cool del rock por la prestigiosa revista New Musical Express.
Consciente de todos estos fenómenos, Veronese se suma a la ola con una obra que viene haciendo furor y que tiene un objetivo concreto: poner el tema sobre el tapete y obligar al espectador a enfrentarse a sus propias contradicciones. “Tengo la impresión de que aparecieron en los últimos tiempos anuncios o movidas a favor de quienes tienen un cuerpo no perfecto” dice, aunque admite no haber visto nunca el programa de Cormillot. “De todas maneras, la obra apunta sus misiles a quienes no soportan al diferente, o a quienes no soportan que otro elija lo diferente y lo atacan hasta destruirlo”. Porque uno bien puede identificarse o apiadarse (depende) con la vulnerabilidad de la gorda atacada, pero también puede verse reflejado en los prejuicios con que se juzga al resto (y acá nadie está exento). Y si por momentos llega a desconcertar la aparente conformidad con su cuerpo del personaje de Helena (¿cómo? ¿es que no se da cuenta?) el punto es que acá el problema no es ella, sino los otros. La mirada de los otros ejerciendo influencia en el propio deseo. En definitiva, si las funciones están agotadas y el público reacciona como reacciona (“se mete física y emocionalmente a un nivel que yo hacía mucho tiempo no veía en una sala de teatro. Participa, exclama, se ríe de cosas que sabemos no habría que reírse: se vuelven más primitivos, casi infantiles”), es porque esta obra viene a tocar alguna fibra sensible. Más allá de la calidad de las actuaciones, la identificación de ambos lados parece ser de algún modo la clave. Aunque eso, claro, no es certeza de que a futuro vaya a haber algún cambio: “No creo que el teatro vaya a cambiar nada, aunque ayude a reflexionar”, fueron las palabras del propio director tras el estreno. “Pero lo maravilloso es que la gente pueda asomarse a ciertas preguntas, aunque después cierre la puerta porque no logra responderse.”
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