Domingo, 9 de agosto de 2015 | Hoy
VALE DECIR
Del artista francés Marc Giai-Miniet (1946, Trappes) se han anotado cantidad de frases ilustrativas: que se parece a Papá Noel y labura como un desquiciado; que su obra lleva el espíritu de El juego del miedo mezclado con La ciudad de los niños perdidos; que sus piezas harían temblar al propio Tim Burton; que sus resonantes “casas de muñecas” bien podrían haber sido diseñadas por el propio Kafka de haberse aficionado a las Barbie y a la minifabricación; que haber visto de pequeño imágenes del Holocausto marcó el paso de sus trabajos futuros. Empero, está su propia palabra que, con peso específico, refiere a su motivación principal. A saber: “Desde la blancura de los libros hasta la oscuridad de las alcantarillas, hete aquí el sinfín oscilante de los dos principales polos de la humanidad: la bestialidad y la trascendencia, la fragilidad y la divinidad inaccesible”. Ocurre que, de décadas a la fecha, con numerosos laureles y exposiciones en su haber, Giai-Miniet se ha especializado en dioramas de bibliotecas (siniestras) y sótanos (espeluznantes), de laboratorios alucinados o salones surrealistas donde repentinamente irrumpe un intestino o, para el caso, un cerebro. “¿Acaso el hombre no enmoheció sus chances de ser feliz?”, interroga el francés al ser cuestionado por las mentadas maquetas, que él —muy humildemente— apenas define como “cajas”. Cajas detallistas y lúgubres que esconden una historia de vidas pasadas (ausentes) y una narrativa repleta de misterios. Y de cierto suspiro generalizado, en tanto —anota algún mortal aliviado— ha querido la fortuna que Marc no trabaje para Mattel. No es de extrañar: Barbie no soportaría tan poco rosa.
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