Domingo, 9 de agosto de 2015 | Hoy
PETE TOWNSHEND
Fue pionero en romper la guitarra sobre el escenario, pero su importancia en el mundo del rock naciente iría mucho más allá de aquel acto iconoclasta que primero sucedió por accidente y sólo después se convertiría en un gesto de salvajismo consciente. Guitarrista, cantante y compositor de The Who, una de las primeras bandas en combinar energía feroz y reflexión autorreferencial, Pete Townshend compuso las óperas rock Tommy y Quadrophenia y decenas de canciones que marcaron el derrotero del rock británico, salvó de la heroína a Eric Clapton, afrontó una denuncia por pedofilia y sobrevivió a su propia consigna de morir antes de envejecer. Pasados los setenta escribió sus memorias, Who I Am (Malpaso), que Radar anticipa aquí poco antes de distribuirse en la Argentina: la historia rica en anécdotas arriba y abajo de los escenarios de un hombre que –con bajo perfil si se lo compara con John Lennon, Mick Jagger o Keith Richards– influyó enormemente en la contracultura acunada desde los años sesenta.
Por Sergio Marchi
“Esa noche, yo era invencible”, escribió Pete Townshend casi en el inicio de su libro de memorias, Who I Am. Hay momentos de la historia que suceden por error y que se transforman en grandes aciertos. Después, el tiempo los agiganta y los convierte en mitos. Se pierde la verdad, se gana en leyenda, y ese simple error se convierte en un hito, un mojón: una vara inalcanzable que marca la estatura de un hombre que esa noche se sentía invencible. ¡Y lo era! Hasta que su invulnerabilidad cesó con el ruido espantoso que produce uno de esos errores fatales. El techo fue la kryptonita de Pete Townshend en esa tórrida noche de junio de 1964, cuando excitado por el ardor de los clásicos del rhythm & blues que tocaba junto al resto de The Who, incrustó su guitarra contra el techo del Railway Hotel en Harrow. Todavía no eran nadie. Esa noche y bajo ese techo, ahora astillado al igual que la guitarra que lo impactó, comenzaban a serlo.
Esa fue la primera guitarra que rompió Pete Townshend: por error; una mera equivocación que inició una cadena de aciertos que lo depositaría en el panteón de las estrellas de rock más grandes de la historia: el chico que rompía las guitarras cuando nadie tenía un miserable amplificador, tal como su mejor alumno argentino, Charly García, lo cantó, como quien entona versos de alabanza en torno a las proezas de un héroe. ¿Hay miles ahora? No, Pete Townshend sigue siendo único, pero su acto ha sido imitado hasta el hartazgo. Pero reducirlo a un simple destructor de instrumentos es, además de falso, algo muy injusto.
Sí, Pete Townshend es el que rompía las guitarras, pero también el que escribió que esperaba morir antes de envejecer; el que compuso dos óperas rock que definieron el género, Tommy y Quadrophenia; el que “inventó” (confesará su robo en el libro) el molinete con los brazos como si tocara una guitarra a hélice, y al mismo tiempo acuñó frases que lo convirtieron en el gran filósofo del rock, por su capacidad de pensar sobre el género sin ahorrar críticas, sobre todo a sí mismo. El que rescató a Eric Clapton de la heroína. El que fue acusado de pedófilo. El autor de decenas de canciones emblemáticas y hermosas que definieron la juventud del rock, y crearon un molde que serviría de guía a los impulsivos punks y de brújula a los impetuosos jóvenes del britpop de los ’90.
Pete Townshend ha sido una figura fundamental, tal vez sin la dimensión mítica de un John Lennon o de un Keith Richards, pero sin un centímetro de menos en obra e inteligencia. Siempre ha sido demasiado honesto como para querer trepar a esas alturas; su excesiva franqueza siempre lo reveló como un hombre inseguro, con la autoestima baja, confundido con respecto de su lugar dentro de la cultura popular del siglo pasado. Ya desde el nombre de su banda, The Who (Los Quién), reveló una inquietud por la identidad. Podría decirse que muchas de las canciones que Pete Townshend compuso para The Who y para su intermitente pero interesantísima carrera solista buscan responder preguntas en torno a quién verdaderamente es la persona que las compuso, o sea él mismo. Y encontrar esas respuestas se convirtió en su trabajo de por vida. Siempre ha habido un juego de palabras alusivo a eso en su obra: “Who’s Next?” (¿quién es el próximo?) “Who Are You” (¿quién eres?) “Who Came First” (¿quién llegó primero?).
Se reservó la más importante, la que se hacía todo el tiempo, la que quedaba suspendida en el limbo del sujeto tácito en muchas de sus canciones. La que tardó décadas en responder, y lo hizo en forma de libro: Who I Am. Hay una trampita: no es una pregunta, sino una afirmación. Quién soy yo. Y a lo largo de las más de quinientas páginas que le insumió contar su vida, queda en claro que dijo la verdad. Who I Am (editado en castellano por Malpaso Ediciones, y distribuido en Argentina por Océano), es el modo que Pete Townshend tiene de pensarse en voz alta. La escritura de un libro le otorga una plataforma más amplia que la letra de una canción de rock, para contarse en vez de cantarse. “La verdad –dejó escrito– no es que yo esperara morirme para no envejecer, sino que esperaba morirme para no tener que escribir el libro.”
Finalmente, envejeció y escribió.
Si hay algo que queda claro es que Pete Townshend tiene buena memoria. Cuando escribió este libro, que originalmente se publicó en el año 2012, y que fue republicado en 2013 en una edición de tapa blanda, se aproximaba peligrosamente a la frontera de los 70 años, hoy felizmente traspuesta. Lo que nadie podría adivinar a través del tono de su escritura ya que no se ubica ni en la posición de anciano sabio, ni del venerable mayor que da sermones, ni tampoco en la del hombre que lo ha visto todo (que lo ha hecho) y está dispuesto a revelarlo.
No, Pete Townshend parece, por momentos, un joven inseguro que se mete en la piel del que fue. Cuando cuenta cada historia, es como si le hubiese sucedido ayer y no hubiera tenido tiempo para procesarla y extraer de ella alguna enseñanza. Las cosas parecen todavía provocarle sensaciones en carne viva y en tiempo presente. Obviamente, esto no sucede en todos los casos; el libro tiene humor, y corrientes cruzadas entre la confesión de una travesura y el reconocimiento de una equivocación, amén de una enorme cantidad de historias producto de una intensa vida que se desarrolló al calor del rock más estridente que hayan escuchado los oídos humanos.
Entonces es curioso que el libro no tenga buen ritmo. Llama la atención, después de la lectura, que con tanto material a disposición, con tanta vida vivida, Pete Townshend haya conseguido una victoria pírrica cuando, antes de la lectura, daba la impresión de que ganaría por goleada. Esta sensación se acentúa en la edición en castellano, que es estéticamente muy linda (con páginas de bordes rojos), y un librillo de fotos que respeta la cantidad y calidad de la edición estadounidense. La traducción puede expulsar al lector no español; pero la vida de Pete es tan rica en acontecimientos históricos, en anécdotas sobre Keith Moon y The Who, y en la exposición de lo difícil que fue el tránsito por acontecimientos clave de su infancia, que finalmente la importancia del todo prevalece frente a ciertas formas literarias no logradas. Y un triunfo, aunque apretado, es un triunfo igual. Al final, en el estribo del libro, Townshend se relaja y confiesa: “Si alguna vez escribo otro libro, dudo que sea otras memorias. Tampoco es que me haya aburrido de mí mismo, pero estoy cansado de tratar de explicar que, más allá de lo que dijera cuando era un joven entusiasta de dieciocho años o un treintañero maltrecho por la heroína, me niego a seguir cargando con esos dos tipos. Y no voy a pedir excusas por ellos”. Pero eso, ya forma parte de su vida y sus neurosis. Por eso mismo, se lo lee.
Lejos del romanticismo, Pete se ubica en el lugar del antihéroe, aun cuando toda su vida ha sido una proeza. Las revelaciones familiares de la desidia de sus padres provocan incomodidad y empatía, lo mismo que los malos tratos del sistema escolar inglés de los ’50, donde el castigo físico y el acoso psicológico eran rutina. Muy perturbadora resulta la imagen de su abuela Denny, una anciana que se tornó “bastante majareta”; sus padres enviaron a Pete a vivir con ella a ver si mejoraba, con resultados previsiblemente desastrosos para el niño de seis años. “Y así es como me adentré en la parte más oscura de mi vida”, concluye.
Los detalles de esa pesadilla son los que permiten entender luego varias de sus obras (sobre todo Tommy) y sus comportamientos autodestructivos que lo llevaron a convertirse en adicto a la heroína, alcohólico catastrófico y cocainómano tanático. En Who I Am, Townshend embiste de lleno esas cuestiones; habla de sus tratamientos, sus titubeos, sus dobles intenciones y hasta deja que el lector pueda pispear un poco sus sesiones de análisis. Eso permite entrar con pulsera VIP al interior de una mente fascinante que pese a trabajar heroicamente para dejar un original de mil páginas en poco más de quinientas, no logró la consistencia narrativa necesaria para atrapar al lector y que se devore el texto en pocas sentadas. Eso no quiere decir que el lector vaya a aburrirse.
La mente de Pete Townshend trabaja horas extras. Su agudo poder de observación, con pocos rivales en la historia del rock, le ha permitido trabajar a lo grande desarrollando óperas-rock definitivas, pero también ha operado maravillosamente en las grageas de las canciones pop, incluso dentro de esas enormes obras; “Substitute”, “Happy Jack”, “Pinball Wizard”, “Won’t Get Fooled Again”, “Baba O’ Riley”, “5:15”, “Who Are You”, “You Better You Bet”, son canciones que no suenan tan a menudo por la radio, pero de alguna manera el mundo las conoce a través de CSI, créase o no. En un artículo, Townshend dijo que se encontró con alguien que no lo conocía por The Who sino por ser el autor de las canciones que identifican la serie que desató una fiebre por la criminalística a escala global. Y que para él era importante ese reconocimiento.
Tan importante como la hamburguesa que le convidó un policía de los tantos que tuvo que tratar cuando en 2003 fue acusado de pedófilo. Su tarjeta de crédito envió una petición a un sitio de pornografía infantil que no fue siquiera procesada, pero la justicia procesó a Pete, que debió enfrentar cotidianamente una piara periodística en la puerta de su casa. “Al menos, estás vivo”, quiso consolarlo su hija. En una secuencia kafkiana, Townshend narra la ordalía en que se convirtió su existencia hasta su absolución total. Fue un proceso angustiante que llevó adelante con la entereza de un hombre que cree en su verdad y en la justicia. Buscaba en realidad el modo de disparar recuerdos propios del abuso sufrido que olvidó. Como si eso fuese poco doloroso de por sí, se le armó otra pesadilla en el presente.
A diferencia de Life, la biografía de Keith Richards, donde hasta los bochornos más grandes parecen aportar a la montaña mitológica que su nombre representa, Who I Am de Pete Townshend no escatima detalles frente a la dificultad de los enormes triunfos del protagonista... ni de los peores fracasos. Muchos párrafos del libro se encargan de autoflagelar a su propio autor (que muestra su capacidad para convertirse en su peor crítico), y allí Townshend pierde porque intenta señalar (se) lo que salió mal en algunos trabajos solistas, en los discos flojos de The Who, y sobre todo en intentos de nuevas óperas conceptuales que se expanden tanto que diluyen el núcleo de la historia. Fue el caso de The Iron Man y Psychoderelict, claros intentos de recrear narrativas musicales como Tommy y Quadrophenia.
El mismo lo reconoce, evocando charlas que dio en el Royal College of Art: “Quizás estaba cargando las tintas dramáticas. Quizá todo aquello era una mierda. Una cosa estaba clara: para cuando llegué al colofón de mi relato, la mayoría de la audiencia ya se había largado”. Con Who I Am pasa algo parecido; Townshend explica todo demasiado y eso a veces fatiga a quien lee. Pero quien conoce su historia, sabe que lo que en muchos casos está por venir, es demasiado interesante como para perdérselo. Y así, compartiendo tal vez la zozobra del autor al escribir, se van pasando las páginas.
“Con todo, me sigo preguntando quién soy, de dónde vengo y hacia dónde voy. Todavía soy seguidor de Meher Baba (su gurú de los ’60), pero mantengo los dedos cruzados a mi espalda.” A confesión de parte, relevo de pruebas. Who I Am es un relato ferozmente honesto por parte de una estrella de rock demasiado sincera para su propio bien. Es esa insólita cualidad la que hace de Pete Townshend, un dios adorable, que no duda en denunciar sus propios pies de barro. También es lo que hace que su legado musical sea aun más luminoso: fue construido a pura herida. “A medida que me hago viejo, y feliz, me entra pánico”, escribe ya en el final.
Nunca más claro el caso de un hombre que no puede con su genio. Como dijo Spiderman: “Todo poder trae consigo una gran responsabilidad”. Y como buen superhéroe, Pete Townshend se hace cargo, aunque su propia historia le queme las manos.
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