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En las elecciones de agosto de 2009, por abrumadora mayoría, el Partido Democrático de Japón terminó con cincuenta años de hegemonía del Partido Liberal Democrático. Como el país del Sol Naciente es una democracia parlamentaria, la victoria del Partido Democrático de Japón le aseguró a su líder, Yukio Hatoyama, el puesto de primer ministro.

Fueron varias cosas las que lo llevaron al poder: un electorado cansado de los mismas caras de siempre, las esperables promesas de un futuro mejor y el estilo tan particular de Hatoyama, que es un político excéntrico.

La paciencia oriental, sin embargo, se agotó más rápido de lo que dicta el estereotipo. Entre escándalos por donaciones de campaña, problemas de gasto interno y malos momentos de política exterior, el pueblo se cansó y demostró el carácter volátil de un niño de tres años: las encuestas rápidamente empezaron a mostrar que todo lo que antes era “nuevo” y “distinto” se había vuelto motivo de sorna y desprecio.

El primer ministro tiene un blog que se llama Hato Café, que lo conecta con su público. Hace poco, Hatoyama abrió su hogar para un evento llamado “Real Hato Café”, llevando la idea del blog a la vida real. El primer ministro agasajó a sus invitados, gente de la calle como dirían los noticieros, y compartió una ronda de debate con ellos.

Pero, ay, pobre Yukio; la gente ya no le perdona nada y la camisa que eligió no fue la mejor: de tan fea que era, lo hizo bajar nueve puntos en las encuestas de popularidad.

“Esa camisa sale de los ’80 o de los ’90”, escribió Don Konishi, crítico de moda. “Sus ideas y su filosofía son viejas. Japón vive una crisis y no podemos superarla con un primer ministro como éste.”

Nunca se puede ganar en la política: cuando no critican las carteras, critican las camisas. Todo sea por evitar un debate real sobre temas en serio.