Domingo, 16 de mayo de 2010 | Hoy
Por Marta Dillon
Tratando de desbrozar entre la pena y el hartazgo que generan los ecos de la pelea mediática del año entre un bailarín de tap y una sex symbol de marca registrada, ambos con apellidos rimados en la parte más oculta de sus cuerpos, queda sobre el campo minado de la televisión la materia prima con la que se construyó esta historia: el estigma y la misoginia, la homofobia y la violencia; todos ingredientes de show cotidiano que se mastica a diario y hasta se digiere sin muchas complicaciones aun cuando vale la pena recordar que entre los medicamentos más vendidos por las PNT de los programas de chimentos los antiácidos tienen un lugar privilegiado.
Ahora que las aguas parecen haberse aquietado por mandato de la producción del programa de baile, vale la pena remontarse a los inicios de la cuestión para no quedarse con la foto fija del paciente que “confesó” (la palabra le pertenece al interesado, igual que el siguiente entrecomillado) su enfermedad y la malvada que lo empujó a eso porque “violó todos los códigos”.
Es Aníbal Pachano el que se hace cargo del relato del génesis: diez años atrás y en reunión de ¿amigos? en casa de Graciela Alfano, él habría contado “algo que da miedo, que sorprende, que te quiebra” –y que él todavía no nombra–, arrepintiéndose después por la “confesión”. Sin embargo, pasa la década sin sorpresas hasta que ambos se encuentran contratados por la misma productora para convertirse en jurados de baile. Entonces –siempre según lo relatado por el señor de las galeras en, por ejemplo, la mesa de Mirtha Legrand– la sex symbol habría rumoreado al oído del representante del paciente que éste tiene VIH. “Y yo me vi obligado a asistir a una reunión con Marcelo Tinelli, dos productores, Valeria Lynch y Reina Reech en la que tuve que confesar algo que sólo le importaba a mis médicos y a mi familia.” ¿Por qué esa reunión? ¿Por qué se sintió obligado? ¿Qué le importaba a la producción el rumor echado a rodar, supuestamente, por la señora Alfano? ¿No le sorprende a la interlocutora de los almuerzos la existencia de dicha reunión? Preguntas que habría que hacerse al final para no entorpecer un relato imposible de seguir porque todos son dimes y diretes que se denuncian pero se escuchan a medias. La cuestión es que de esa reunión en la que es fácil imaginar al relator de los hechos sentando en un banquillo, sea por voluntad propia o de quienes lo indagaban, nadie salió herido y el contrato para ser jurado siguió tan en pie como hasta ahora. Pero el daño, se ve, estaba hecho y desde entonces la ira de Pachano se volcaría sistemáticamente hacia la sex symbol, quien, haciendo gala de una ignorancia a prueba de balas, continuó dejando caer de su boca las pistas de una sospecha todavía sin nombre: que ella no usaría el mismo micrófono que el bailarín, que ella no toma ni de su vaso ni de ningún otro. Podríamos decir que esto sucedió el año pasado, plena paranoia de la gripe A, cuando la convivencia de más de dos personas en un mismo espacio ya era motivo de alarma. Pero ¿para qué perdonarle la vida? Sus comentarios eran insidiosos y así fueron leídos, sobre todo porque venían unidos a otra sospecha, esta vez sobre la sexualidad del implicado. El año pasado los ojitos que revoleaba la Alfano en plan intriga hacían referencia a la sexualidad del hombre en cuestión. ¿Y cómo reaccionó el hombre en cuestión? Por un lado diciendo que él tenía una hija, que había estado casado –para eliminar la sospecha número 2– y por el otro gritando públicamente en cuanto programa le dio pantalla que no tenía HIV, que tenía en cambio un enfisema en ambos pulmones que le provocaba bronquitis. Como prueba ofrecía la “foto” de sus dañados fuelles. Y para redoblar la apuesta, desafiaba a la sex symbol: “Si decís que tengo sida vas a tener que traer el análisis. Pero traé el tuyo también, quiero verlo. Y el de tus hijos. Porque en este país seis de cada diez hombres tiene HIV” (los múltiples videos con estas declaraciones se pueden rastrear en YouTube con sólo escribir en el buscador “pachano vs alfano”). La ahora víctima, autodeclarado “embajador de los enfermos de HIV, los discriminados”, todavía no había aprobado Corrección Política I.
La violencia y la misoginia tuvieron entonces, sobre finales de 2009, sus capítulos más abyectos. Pachano no dejó de apuntar su dedo acusador –literalmente, le encanta señalar con el índice– sobre ese modelo de belleza nacional que es la Alfano. Arruinada, vieja, tilinga, oscura, psicópata, planta, mueble descuajeringado; todos los adjetivos le pertenecen y son pocos. Fueron dichos por la tele y también en el teatro en el monólogo que el bailarín hizo en su propio show durante el verano.
Graciela, que será ignorante y bastante caída de la higuera pero no en vano se ha mantenido en el candelero durante los últimos 35 años, se llamó a silencio. Se dedicó, dijo, a juntar evidencia para probar las agresiones a la que era sometida aunque no hubo juicio en tribunales ordinarios de ningún tipo.
La empresa contratante de los contrincantes hizo sus mieles con los magullones verbales en un año en que el rating le fue un tanto esquivo, aunque Ricardo Fort le dio un empujoncito sobre el final.
Pero llegó 2010 y con él la decisión del maestro de ceremonias, Marcelo Tinelli, y su productora, de sentar al bailarín y a la sex symbol uno al lado de la otra. Esta vez el dulce se les agrió apenas empezado el show. Y esa palabra que hasta ahora no había sido dicha en el aire estalló como una pústula en pleno programa: sida. ¿Que estamos en 2010 y a nadie se le cae la boca por decir esa palabra? Eso es fuera de la televisión argentina, no dentro. Eso puede suceder en el resto del país, el mismo país que asistió en simultáneo a este combate y al debate histórico en la Cámara de Diputados que terminó con la media sanción a la ley de matrimonio para parejas del mismo sexo. Pero la televisión argentina, queridos, queridas televidentes, atrasa. Y entonces una puede ser testigo de la desesperación del pope de la tevé gritando “Del sida, no. En este programa, no. De la enfermedad de una persona, no”, sin advertir que tanta vehemencia no sólo le ocasionaría la censura de las organizaciones que pugnan por hablar de VIH sida –porque por más que ahora sea una enfermedad crónica la tasa de infección no baja– sino que además estaba dando por supuesto que alguien, ahí en su maravilloso mundo de colores, estaría implicado en el asunto.
Al día siguiente, en otro programa de la misma productora, Ideas del Sur, Pachano se vio compelido, una vez más, a “confesar mi enfermedad”, con todo lo que eso implicaba: paseo por todos los canales, lágrimas emocionadas por su valentía, lágrimas dolidas de él, amnesia completa por sus dichos anteriores –hasta que Tinelli dijo eso de “sida, no”, él seguía insistiendo con que Alfano debería dar prueba de su buena salud–, piedad, repulsa contra la traidora que lo empujó a la confesión... Y el discurso de Marcelo, aclarando, para que no queden dudas sobre la antes llamada sospecha número dos, que la mayor parte de las personas con VIH se habían infectado en relaciones “heterosexuales”.
Algunas conclusiones finales que hacen a la materia prima de este escándalo: 1) Para hablar de sida o VIH en la tele en primera persona hay que ser una víctima. 2) Lo que morigera el impacto de que un personaje de la tele según Tinelli tenga sida o VIH es que sea heterosexual. 3) La misoginia está permitida porque hay males mayores. 4) La tele según Tinelli (no golpee su LCD) atrasa 15 años.
Una buena noticia: de este tema no se hablará más (so pena de caída de contrato para sus protagonistas).
Para terminar, una pregunta capciosa pero no por eso forzada: ¿cuánto habrá influido ese universo del show tinelliano en el que la misoginia es el cotidiano y ser heterosexual es un valor en sí mismo en el “sentido común” de la gente de General Villegas que salió a defender a los pobres muchachos abusadores de una nena de 14?
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