Como millones de norteamericanos, el artista con base en Los Angeles, California, Cain Motter, está trabajando duro para pagar las deudas que contrajo con sus tarjetas de crédito. Sin embargo, a diferencia del resto, junta el dinero... derritiéndolas y usándolas para crear piezas de arte que evidencien su malvada influencia en la sociedad moderna. “Es como alimentar a los chanchos con jamón”, metaforiza el hombre que ha puesto en venta cada ítem a 1200 dólares. Aunque, por el momento, prefiere vender imágenes de las esculturas porque su objetivo es llevar toda la colección a un museo como el Smithsonian porque sería “culturalmente relevante y las tarjetas se volverán obsoletas en un futuro no muy cercano”, asegura.

El origen del proyecto de este Caravaggio de las tarjetas comenzó en el ’94, cuando asistía a la facultad en Oklahoma. “La universidad vendió información de los alumnos a entidades bancarias y comencé a recibir formularios por correo. Aunque no tenía intención de usar ninguna tarjeta de crédito, me convencieron con el argumento de que era bueno tener una en caso de emergencia”, recuerda Motter. Pidió una, le enviaron un cheque (que resultó ser un adelanto del flujo de dinero en efectivo) y se enojó con el sistema. Entonces, revanchista, se le ocurrió vengarse convirtiendo al adminículo de plástico en aros y collares que no vendieron bien. “Frustrado, simplemente empecé a quemarlas y, cuando la consistencia se volvió gomosa y la estiré, entendí que podía trabajar con ella”, asegura Cain. Así, aceptó todos los formularios para adquirir su materia prima.

El problema es que, con el tiempo, se quedó sin efectivo y empezó a usarlas para vivir. Y se endeudó. “En algún momento pagaré con el dinero que estoy haciendo de las piezas”, cuenta el engatusado artista que, entre sus obras, cuenta con una guillotina de tarjeta de crédito de 2 metros y medio de altura. El hombre está convencido: si a él le arrancaron la cabeza, correrá sangre. O efectivo.