Domingo, 3 de agosto de 2014 | Hoy
VALE DECIR
Durante las décadas del 60 y 70, el fotógrafo neoyorquino Arthur Tress –conocido por sus alegorías surrealistas– se embarcó en la siniestra tarea de retratar el inabarcable e inquietante universo de las pesadillas. Pero no cualquier pesadilla, sino aquellas conjuradas por los niñitos de la época y su ciudad, quienes, consultados por el artista, dieron detallada descripción de los malestares que los perseguían en estado R.E.M. Al resultado en blanco y negro lo llamó Daymares, serie que anuda en las jóvenes psiquis para demostrar que, aunque inocentes, están signadas por terroríficas obsesiones. Derribados por caballitos de carrusel, sosteniendo hoz y martillo, maniatados por la efigie de un cuervo, así recreó Tress los sueños de los chiquillos, persiguiendo una intención: “Buscaba imágenes míticas y arquetípicas, pesadillescas; lo que más tarde se convertiría en mi sello de fábrica”. Y también agregó: “Mostrar cómo la imaginación creativa de los chicos está traduciendo constantemente su existencia en símbolos mágicos que expresan estados del sentir o del ser”. Adquiridas (en parte) por el Museo Getty a principios de este año, y vueltas virales en copiosos portales del globo desde las pasadas semanas, las fotografías —sumergidas en la poética onírica del terror primario— no hacen nada por aplacar miedos; en todo caso, se regodean en ellos. Enhorabuena.
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