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Domingo, 3 de agosto de 2014

PERDIDO EN EL SUPERMERCADO

 Por Martín Pérez

Ser una roca/ y no rodar. Cuánto mejor suena en inglés, ¿no es cierto? To be a rock/ and not to roll. Hacía mucho tiempo que no escuchaba “Escalera al cielo”, y justo tenía que ser en el supermercado. Fue un martes, el día de descuento para mi tarjeta. Al comienzo de la tarde, la hora que está más vacío según mi limitada experiencia en el barrio, ahí estaba yo, entre abuelas y abuelos, en ese Coto deprimente de Perón entre Ayacucho y Junín, cuando empezó a sonar la acústica de Page y realmente me sentí en otro mundo. Uno en el que hay una dama que está segura de que todo lo que brilla es oro y con una palabra puede obtener todo. Mientras buscaba un queso untable diet o comparaba los precios de latas de atún, no pude evitar pensar en aquellos días iniciáticos, en los que nos juntábamos a disfrutar de este tema con amigos, días en los que la única forma de poder escuchar de punta a punta los casi ocho minutos de “Escalera al cielo” era en la casa del que hubiese conseguido Zeppelin IV gracias a algún hermano mayor o algún primo. Mucho antes de las reediciones remasterizadas, mucho antes del compact y mucho más antes del download, los discos eran como una extraña heráldica: no se compraban, había que heredarlos. Y Zeppelin IV era de los difíciles, sólo para iniciados. Jamás se me hubiese ocurrido entonces que podría llegar a sonar en un supermercado, por ejemplo. Era música contra los supermercados, después de todo. Música contra la hipocresía del mundo, música contra el poder, digamos. O, por lo menos, música para elevarse, para ver más allá. Más allá del extraño vagabundo que ilustra su enigmática portada, por ejemplo, en la que no figura ni el nombre del grupo ni el título del disco. Sólo un cuadro absurdo, colgando de una pared descascarada. Y sin embargo ahí estaba yo, escuchando sobre esa dama de la larga escalera, un siglo más tarde de aquellas seudocertezas hoy algo desteñidas, mientras decidía no llevar Cerealitas porque salían casi el doble que las Granix de salvado. Pero no sentí ningún remordimiento por semejante banalidad, eh. Es más, se compraba mejor esperando el momento en que en el bosque se escuche el eco de la risa y finalmente entren la batería y el bajo. Don’t be a-alarm now. Después de todo, como asegura la voz de Robert Plant, en el largo sendero, siempre hay tiempo para cambiar de ruta. Me permití, sin embargo, una risita de conocedor. Recordé que la primera vez que escuché “Escalera al cielo” en algún hilo musical, cuando llegó el momento del solo de guitarra el tema se fue en fade out sin dejar que suene el final de la canción, su momento más rocker, decididamente impropio para ciertas sensibilidades. Como si todavía no hubiese sido amaestrada totalmente. Como si hubiese cosas que todavía no se pudiesen escuchar en determinados lugares. Pero lo siento. Lamento informarles que eso ya no sucede. No hubo fade out y el clímax llegó justo cuando estaba en la caja. Si escuchas bien atentamente/ la canción finalmente va a llegar a vos. Y sí. Ya llegó. Ya llegamos. De hecho, Zeppelin IV en estos días ya debe tener su flamante versión remasterizada, doble o triple, de lujo, con demos, outakes y qué se yo cuántas cosas más. Pero a no deprimirse. A pesar del contexto, de la gente esperando que deje mi lugar ante la caja para poder escapar de ese extraño limbo que es la cola del supermercado, de la cajera mirándome de costado al verme susurrar la letra mientras iba exponiendo el código de barras de cada uno de los objetos de mi compra ante el láser de su máquina registradora, sentí que el poder de la canción aún sigue ahí. Al menos para mí. No dejé de disfrutar cada segundo del tema, cada frase de Plant, cada solo de Bonham o de Page. Terminó justo cuando estaba casi en la puerta. Antes de salir del local, constaté que me hubiesen hecho mi quince por ciento de descuento en el ticket, por ser martes, por tener determinada tarjeta. No sé por qué, pero entonces recordé una de mis frases preferidas de la película Pajarracos y pajaritos de Pier Paolo Pasolini, que dice así: El camino termina y el viaje comienza. Caminando por Ayacucho, sintiendo el peso de las bolsas de la compra repartido entre las dos manos, me di cuenta de que la canción ya hizo su camino de punta a punta, de ese cuartito en la casa de un amigo adolescente hasta el supermercado. Ese camino ya terminó, entonces. Es hora de que empiece el viaje.

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