PáGINA 3
Sótano beat
por Duncan Campbell
No debe haber muchos negocios en el mundo que desde la entrada adviertan a sus potenciales clientes: “Sáquense los zapatos y la camisa. Servicio completo”. Pero tampoco debe haber muchos negocios como City Lights, que acaba de cumplir 50 años en los primeros puestos de la lista de librerías más famosas del mundo.
Fundada en 1953 por el poeta Lawrence Ferlinghetti y el editor Peter Martin, la librería, que también fue y es editorial, saltó a la fama en los ‘50 y ‘60 como refugio de los beatniks. Allí se compraban los libros de Allen Ginsberg, Jack Kerouac y Neal Cassady, y aunque los micros de turistas ya no paran enfrente como lo hacían hace 40 años, la librería jamás perdió su imagen de templo contracultural.
Ubicada en el área de North Beach, rodeada de cafés, restaurantes chinos y clubes de strip tease, City Lights logró sobrevivir al crecimiento de las grandes cadenas de librerías y a las librerías virtuales. Dos veces debió cerrar, en ambos casos más por razones políticas que comerciales: la primera cuando empezó la guerra del Golfo, en 1991; la segunda este año, cuando el local cerró en protesta contra la guerra en Irak.
Hoy, a la entrada de la librería cuelgan unas gigantescas reproducciones del poema de Neruda: “La tiranía corta la cabeza del cantor/Pero la voz vuelve desde el fondo del pozo/ a las secretas primaveras de la tierra”.
Elaine Katzenberger, directora asociada de City Lights, dijo que el aniversario despertó un renovado interés en el local. “Hay una tendencia a formarse una imagen nostálgica de City Lights, así que el aniversario nos dio la oportunidad de mostrar hasta qué punto participamos activamente de lo que sucede en la actualidad”, dijo.
Esta semana, por ejemplo, el local programa una lectura de Vendela Vida, uno de los más brillantes jóvenes escritores de los Estados Unidos.
Hay montones de historias sobre la librería, y no todas son apócrifas. Una noche, el escritor Gregory Corso, que estaba corto de dinero, irrumpió en el local, fue a la caja y se sirvió unos 100 dólares. Ferlinghetti le advirtió que la policía había encontrado sus huellas digitales en el lugar, de modo que Corso huyó a Italia y no regresó en años. City Lights retuvo sus regalías hasta que la deuda quedó saldada.
Muchos clientes que en los ‘60 y ‘70, jóvenes y pobres, robaban libros del local, envían desde entonces cheques a modo de disculpa, dijo la señora Katzenberger, que comparte su oficina con posters del subcomandante Marcos, el líder zapatista, y John Coltrane.
Dado lo exiguo del espacio, el local debe observar una política de almacenamiento muy selectiva, en la que tienen voz y voto las veinte personas que conforman su staff. Es decir: no se venden best sellers. A diferencia de lo que sucede en cualquier otra librería de los Estados Unidos, aquí no se exhiben ejemplares de Harry Potter.
“A veces tenemos dudas, porque no es un mal libro”, dice la señora Katzenberger, que nació en Connecticut, trabajó en el bar Vesubio –otra celebridad legendaria del barrio– y está en la librería desde hace 16 años.
Mientras docenas de otras pequeñas librerías independientes perecieron en la última década, City Lights logró sortear todas las tormentas, en parte muy importante gracias al apoyo de la ciudad, que la consagró “monumento cultural”. Sólo hay dos monumentos culturales en San Francisco; el otro es el Doggie Diner, la célebre casa de panchos.
El brazo editorial de City Lights, que dio a luz más de cien títulos (incluyendo Aullido, el clásico de Allen Ginsberg), se autopromociona en los Estados Unidos y también en el extranjero, dado que muchos de sus libros son traducciones. Vaclav Havel y David Bowie figuran en la lista de sus clientes.
Ahora, con la compra del edificio en el que funciona, en la esquina de Columbus avenue y Jack Kerouac Alley, City Lights ha ganado en seguridad. Esa ubicación –en el corazón del área turística de la ciudad– le permite disfrutar de un movimiento de gente constante, que la librería aprovecha abriendo sus puertas hasta la medianoche y brindando una alternativa a las atracciones del Hustler Club, a la vuelta de la esquina.