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Calles de fuego
En Domingo sangriento, Paul Greengrass reconstruye el aciago 30 de enero de 1972, cuando la policía de Derry (Irlanda del Norte) reprimió con brutalidad una manifestación antibritánica y encendió la mecha de un conflicto que no cesa.
“En cierto sentido, ése fue el día que propulsó a Irlanda del Norte a treinta años de conflicto”, dice Paul Greengrass, director de Domingo sangriento, sobre el infame 30 de enero de 1972, día en que los paratroopers británicos abrieron fuego sobre los manifestantes que marchaban por las calles de Derry, en el Bogside católico, y dejaron un saldo trágico: trece muertos y catorce heridos.
Londinense de 47 años con más de diez de experiencia como documentalista, Greengrass se propuso evitar ciertos estereotipos del cine político y las dramatizaciones de hechos reales. Su película es nerviosa e inmediata, casi como el despacho de un corresponsal de guerra, y apuesta a la emoción en un par de escenas clave aunque sin sucumbir al golpe bajo. Domingo sangriento está basada en el libro Eyewitness Bloody Sunday, una historia oral compilada por el activista civil irlandés Don Mullan, y transcurre toda durante esa única jornada. De entrada delinea al personaje –real– de Ivan Cooper (James Nesbitt) en el preludio de lo que se suponía que sería una marcha más “contra el dominio unionista británico”. “Si no marchamos, los derechos civiles están muertos”, arenga el líder de la manifestación, un congresista protestante que hoy día sigue confesando un profundo sentimiento de culpa por haber guiado a varios habitantes de Derry hacia la muerte.
La película comienza cuando, anunciada oficialmente la prohibición de la protesta, Cooper decide presentar batalla. Sabe que los paratroopers se están organizando estratégicamente para llevar a cabo otro arresto masivo y ha salido a las calles a tranquilizar a la gente, ratificando las intenciones pacíficas de la protesta. Greengrass, cámara en mano, lo sigue en ese recorrido, mientras muestra en paralelo los preparativos de las fuerzas oficiales. Un jefe de la policía local manifiesta su malestar: entiende que la prohibición es sólo una provocación destinada a hacerles el juego a los políticos ingleses. Greengrass expresó su voluntad de no “demonizar” sin más a las fuerzas represoras, pero puede que sus declaraciones apuntaran a poner paños fríos sobre un film que fue acusado de “viciosamente antibritánico” por parte de los sectores más conservadores de la prensa y el parlamentarismo ingleses.
Porque, a decir verdad, cuando la marcha se pone dura (primero la bomba hidrante, luego el gas lacrimógeno y finalmente el plomo a discreción, cuando lo que se esperaba, a lo sumo, eran balas de goma), Greengrass alza un puño para filmar su material en granuloso 16mm y es implacable: el relato salta entre las facciones en pugna, pero nunca es ambiguo sobre quiénes son las víctimas. La policía aparece fusilando a manifestantes desarmados y luego, pasada la tormenta, “plantando” explosivos en los cuerpos de los civiles asesinados. Las escenas más intensas están inspiradas en un material registrado por el propio director en Filipinas, durante la revolución de Aquino: “Es el tipo de violencia que dura unos pocos segundos. Luego se ven los cuerpos que yacen alrededor. Uno no ve cómo las balas le pegan a la gente porque no sabe de dónde proviene el fuego”.
El momento de mayor contundencia de la película (que algunos críticos compararon con La batalla de Argelia de Pontecorvo) llega sobre el final,cuando las calles de Derry todavía humean y Cooper vaticina ante la prensa británica e internacional las consecuencias que ese día nefasto acarreará para irlandeses e ingleses en los años que vendrán, y admite que ya no se siente de ánimo para intentar disuadir a “todos los jóvenes y niños que vayan esta noche a afiliarse al IRA”. Sobre los créditos finales se lo escucha a Bono, de U2, presentando la canción inevitable: la canción sobre el día en que –dice Greengrass– “les fue entregado a los halcones el mango del látigo que flagela a las palomas”.