PáGINA 3
El gaucho ilustrado
Por Claudio Zeiger
Mire que son fieros los indios. No fieros de fealdad, sino fieros de ferocidad: meten miedo cuando se vienen encima a caballo, lanza en mano. Los gauchos, en cambio, salieron más tristones, como caídos o cargados de hombros. Fierro es renegrido e hirsuto, los ojos hundidos por la tristeza, la añoranza de la tierra y de la china, y en el final de la Ida (“males que conocen todos pero que naides contó”), ya al filo de la Vuelta, se le escapa una lágrima furtiva.
Para el Martín Fierro que acaba de publicar De la Flor, Roberto Fontanarrosa imaginó un mundo en blanco y negro (al color se lo agregaron por computadora) y si bien argumentó no tener un buen manejo de color, podría deducirse que el mundo de Martín Fierro es esencialmente blanco y negro; el color, en todo caso, le agregó una intensidad que tampoco le viene mal. La lectura de Fontanarrosa es la de Martín Fierro como relato de aventuras más que un catastro de desgracias o el texto de denuncia contra las levas forzadas de gauchos hacia la frontera que Hernández concibió allá por 1872. Hay bandos y contendientes, como en la versión de La Ilíada que abre su desopilante Los clásicos según Fontanarrosa, de una guerra que sucedió hace tanto que se hizo primero leyenda, luego mito y finalmente parodia, perdiendo fuerza pero ganando en humor. (“¡Ulises! ¡Hijo de Laertes! ¿Piensas que éstas son horas de llegar? Toda una mitología esperándote”, dice Penélope en el comienzo de la versión de La Odisea. Y Ulises (fecundo en ardides) responde: “Penélope, con tu bolso de piel marrón y tus zapatos de tacón y tu vestido de domingo... luengas son mis aflicciones desde que dejara la bien murada Troya”.) Eso les pasa a las grandes épicas, como Lugones quiso a Martín Fierro.
No sucede lo mismo en este Martín Fierro, primero porque obviamente no son los clásicos según Fontanarrosa sino el original según José Hernández. Lo de Fontanarrosa es un comentario gráfico, una glosa abierta y sin escenas obligatorias; una versión increíblemente libre de casi todos los sentidos que se le atribuyeron a Martín Fierro desde el Centenario en adelante, cuando las lecturas de Lugones y Rojas lo convirtieron en la épica nacional, o tantas otras lecturas lo volvieron entelequia y ser nacional. No hay pesadez ni gravedad aquí. Tampoco parecen pesar demasiado los Martín Fierro dibujados con anterioridad (Castagnino y Alonso por citar los más difundidos y prestigiosos). Nos animaríamos a decir que Fontanarrosa no ilustró Martín Fierro sólo desde su calidad de dibujante sino desde sus valores de escritor. Hay algo levemente paródico en estos dibujos y hasta un subrayado humorístico en los cartelitos que explicitan “pava” o “facón” o “ave solitaria”. Pero también está el trazo seguro para eso que señalábamos al comienzo: la ferocidad del indio, la reconcentración del gaucho, la desolación de los perros flacos, en fin, eso que aunque pasen los años y las mitologías se degraden, siempre será parte inherente al espíritu de Martín Fierro: denuncia y contundencia.
Siempre me pareció que Inodoro Pereyra –inspirado en o salido de Martín Fierro– funcionaba un poco como el Fausto de Estanislao del Campo: el momento lúdico y gracioso en el cual la gauchesca se vuelve sobre sí misma y se mira vivir; el momento cuando el solemne Fausto se convierte en Don Fausto, acriollado. Inodoro era posible porque hace muchos años había existido aquel remoto pariente Fierro. Y ahora este Fierro ilustrado se vuelve posible porque existe don Inodoro, con su indolencia y su conciencia de ser un gaucho en estos tiempos de ser urbanos.
Como sea, y sin aparente intención canónica, este Martín Fierro ilustrado por Fontanarrosa viene a sumar otra lectura a la larga lista. El trazo es moderno e irónico, como lo son el Fausto e Inodoro Pereyra, y detrás de eso que parece leve trasunta cierta negrura de blanco y negro a pesar de que vivamos en tiempos de colores... No sé si he sido claro.