Domingo, 22 de mayo de 2005 | Hoy
PáGINA 3
Recuerdo que cuando me lo presentaron, Kurt me miró como si no viera la seña que le hacía con la cabeza, o como si no estuviera diciéndole hola. Me miraba fijo, como un chico que mira televisión. Tenía el pelo rubio y corto, al rape. Fue en 1991, y habíamos contactado a su manager, Danny Goldberg, para que nos ayudara a reunir fondos en Los Angeles y luchar contra una iniciativa antihomosexual particularmente jodida en Portland (Oregon) que buscaba ilegalizar la contratación de profesores homosexuales en las escuelas, así como el reclutamiento de homosexuales para todos los cargos públicos (políticos, municipales, policiales, etc.). Courtney había insistido mucho para que Danny nos ayudara –él nos lo contó la primera vez que nos encontramos–, y quería que involucrara en el asunto a la mayor cantidad de gente posible. Así que con la ayuda de Tom Arnold y de Roseanne Barr organizamos la reunión de fondos en la casa de mi agente, John Burnam, en Bel Air, California.
La noche anterior nos habían invitado a lo de Danny Goldberg, y fue ahí donde conocí a Kurt y a Courtney. Llegaron tarde, mientras cenábamos con el dueño de Penthouse (Bob Guccione Jr.), la directora de Spin Magazine, Rosemary Caroll, la mujer de Danny, y D-J Haanraadts, mi amiguito.
Kurt estaba sentado un poco aparte y miraba la mesa fijamente, de un modo bastante extraño. Intuí entonces que debía estar saliendo de una desintoxicación: tenía ese corte de pelo tan corto y esa mirada fija, particularmente abierta, fresca e inocente, que suelen tener los que acaban de salir. Recuerdo que toda la atención del lugar había cambiado de golpe con la entrada de la gran estrella de rock, que se sentó en un extremo de la mesa sin decir una palabra. Tal vez los demás ya estuvieran acostumbrados; yo no. Courtney, por su parte, hablaba hasta por los codos. Más tarde nos pusimos todos a fumar sentados en el patio trasero, y Courtney leía una revista de rock mientras hacía un numerito de pie: criticaba una nota de la revista que aludía a viejas peleas entre rockeros de la escena musical del noroeste, gente que yo no conocía para nada. Probablemente se tratara de Eddie Vedder [el cantante de Pearl Jam] o de una estrella grunge de la que hablaba el artículo. Lo que más me llamó la atención fue Kurt. Se reía, completamente cautivado por la diatriba de Courtney. Y nosotros también habíamos empezado a reírnos, en parte porque Kurt se reía y a veces agregaba algunos comentarios a los de Courtney. Estaban realmente sumergidos en ese artículo de la revista.
Yo los escuchaba con atención, y de pronto me di cuenta de que estaba fascinado con Kurt. Y al mismo tiempo entendía que parte de esa fascinación era probablemente lo que atraía a todo el mundo hacia él. Tenía un carisma intenso, completamente inesperado. Por ese entonces yo tampoco sabía gran cosa de su música, más allá de la leyenda y la imagen de rock star. Los grupos del noroeste que realmente conocía eran Greg Sage, Napalm Beach y Poison Idea. Napalm Beach era el grupo que tenía el sonido más grunge. El líder era Sam Henry, y a mediados de los años ‘80 solíamos hablar de ese sonido como del Rock Penitenciario.
Cuando nos fuimos de lo de Danny Goldberg, Kurt y Courtney se subieron a un diminuto Toyota rojo alquilado. Manejaba Kurt. Se volvieron hacia nosotros y dijeron: “Estamos en Los Angeles, no sabemos cuánto tiempo nos vamos a quedar y no tenemos amigos”. D-J y yo dijimos: “Nosotros seremos sus amigos. Vengan a la reunión de fondos de mañana. Seguramente asistirán algunos conocidos. Danny y Rosemary van a estar”.
Dijeron que OK, que irían, pero nunca aparecieron. Poco después Kurt se ofreció voluntariamente para organizar un concierto a beneficio el mes siguiente en Portland, cosa que hizo con Nirvana. Pero esa noche, cuando se fue con Courtney en el Toyota rojo, fue la última vez que lo vi.
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