Domingo, 22 de mayo de 2005 | Hoy
De qué hablamos cuando hablamos de amor
Por Carolina Prieto
A Elena el amor le llega a través de un agujero en el techo de su casa. Por allí se cuela Horacio, a quien llamó para que ponga fin a las filtraciones. Pero el techista –un joven de lo más resuelto– no se conforma con arreglar esas averías y le sugiere acabar con sus respectivas carencias afectivas. Y la convence. Así de gráfico y directo es el comienzo de La parte pendiente, escrita y dirigida por Bea Odoriz. La obra impacta de entrada con una serie de imágenes y acciones físicas de gran contundencia y eficacia, como el momento en que la protagonista, una simple boxeadora, cuenta una de sus últimas frustraciones amorosas mientras entrena saltando a la soga. Allí el vértigo y el cansancio físico se entrelazan con el desconcierto anímico con total naturalidad.
En este universo cotidiano todo se expone con una intensidad abrumadora, hasta que de golpe, en un determinado punto –que puede pasar inadvertido para el espectador distraído–, las cosas comienzan a enrarecerse. “Quise trabajar a partir del exceso, sin preocuparme por dar respuesta a todo ni buscar que las cosas cierren. Quizá porque en el amor las cosas a veces se dan así, de golpe y sin entender mucho cómo”, cuenta la autora, que empezó a delinear el texto en un taller de dramaturgia de Daniel Veronese y Alejandro Tantanian, hasta pulirlo y alcanzar un mundo doméstico cargado de ribetes absurdos y trágicos, donde una sola secuencia casi cinematográfica despliega todas las etapas de una pasión amorosa: la seducción, el encuentro sexual, la pelea, la reconciliación. Para no perderse en el viaje conviene prestar atención a la música y las canciones, que los actores interpretan mientras el escenario se puebla de rarezas: una lluvia de verduras, por ejemplo, o una seguidilla de diapositivas porno.
La parte pendiente. Los viernes a las 21 en El Camarín de las Musas, Mario Bravo 960, tel. 4862-0655.
El paisaje frenético de los veinte años
Por C. P.
“Voy en todas direcciones porque no sé adónde voy. Es todo. Tengo el parabrisas empañado”, confiesa uno de los personajes de Temporariamente agotado, la pieza de Hubert Colas que participó el año pasado del Festival de dramaturgia francesa Tintas Frescas y acaba de inaugurar su temporada en el Portón de Sánchez. La frase, sin embargo, bien podría aparecer en boca de cualquiera de los otros personajes. Son seis en total, cuatro de veintipico y dos algo mayores: todos andan perdidos y desorientados, sobre todo en el terreno de los afectos.
Actriz, escritora y directora de probado talento que todavía no cumplió los treinta, Lola Arias –mentora de dos espectáculos perturbadores como La escuálida familia y Poses para dormir– se anima con un texto ajeno hecho de monólogos y diálogos breves, con pasajes de una belleza simple y directa, sobre un grupo que enuncia sus necesidades casi a modo de acto secreto. Algunas resultan conmovedoras; otras, por la ridiculez que encierran, lunáticas. Ésos son los dos tonos que predominan en el escenario vacío de la sala, transformada en una calle desierta: un ámbito gris, frío y monótono que va poblándose de amores no correspondidos, celos, desafíos, soledades e inhibiciones. Todas las posibilidades surgen en forma repentina, estallan y dejan paso a otros al ritmo de los fragmentos musicales compuestos por Ulises Conti, que les aportan aspereza o, por el contrario, las acompañan con aires melodiosos. Las actuaciones son sintéticas, como si los intérpretes se hubiesen despojado de todo adorno para hacer de los padecimientos juveniles puro cuerpo y voz, encarnando un abanico de intensidades que pinta el paisaje frenético de los veinte años.
Temporariamente agotado. Los sábados a las 23 en el Portón de Sánchez, Sánchez de Bustamante 1034, tel. 4863-3848.
Un valioso Stradivarius divide a una familia
Por C.P.
Aunque tiene una larga trayectoria en teatro y televisión (varios premios en el rubro infantil, guiones laureados y repetidas contribuciones al ciclo Teatro por la Identidad), el dramaturgo santafesino Gastón Cerana recién se dio a conocer al gran público en el 2003 con El señor Martín, un grotesco sobre la identidad que recibió galardones, elogios críticos y ovaciones del público. Las propuestas de Cerana se dirigen a un público amplio –no necesariamente ducho en nuevas tendencias teatrales– con historias pequeñas, interesantes y bien planteadas, centradas en conflictos reconocibles que promueven la identificación.
Ahora, el santafesino está de vuelta con El cuento del violín, una comedia dramática de trazos gruesos sobre las rencillas que protagoniza una familia en el afán de lucrar con la venta de un Stradivarius, única herencia que podría salvarla de la miseria. La única que se opone es la hija menor, una estudiante de música que ve en el codiciado instrumento una rentabilidad antes artística que monetaria.
Cerana, que oficia también de director, supo aprovechar las dimensiones del Abasto Social Club y recreó un ambiente familiar rectangular que estimula en los actores desplazamientos rápidos, choques y detenciones, revitalizando desde el movimiento un texto por demás chispeante. El elenco es un verdadero acierto: más allá de los correctos Maida Andrenacci (la joven aspirante a concertista) y José Tambutti (su profesor), Alicia Muxo (la tía mayor de la chica), Vivian el Jaber y Fernando Armani (hermanos y también tíos de la adolescente) forman un trío desaforado que se saca chispas en escena.
El cuento del violín. Viernes y sábados a las 20.30 en el Abasto Social Club, Humahuaca 3649, tel. 4862-7205.
Melodías para matar el tiempo y la espera
Por C.P.
Ellas están solas y esperan. Y para mitigar la ausencia del hombre que no llega (no se trata de un galán que las desvela, o acaso sí: esperan al mismísimo padre), Natalia y María Amelia se ponen a cantar. Así dejan aflorar los sentimientos que oculta tanta corrección forzada. Lo cierto es que las hermanas están creciditas: los vestidos años ‘40, las pelucas y los tonos de voz (más bien agudos y chillones) les dan un aire entre ridículo y patético que se potencia en cada canción, ya sea un tango, un vals, un aria o una canción española. Allí asoman el desamor, el dolor y el desencanto. Y con cada tema parecen encenderse los verdaderos deseos de las chicas. Como si ése fuera el único momento en que están verdaderamente vivas.
Las actrices y cantantes en cuestión son las talentosas Gimena Riestra y Verónica Díaz Benavente, que ya compartieran cartel en La venganza de Don Mendo, dirigida por Villanueva Cosse. Además de ser una cantante versátil, Riestra es una experimentada comediante con varios unipersonales y participaciones en radio y TV a cuestas; en este show lo deja bien en claro con sus disparatadas ocurrencias. Díaz Benavente, por su parte, incursionó en el teatro, pero viene del canto lírico. En este recital teatralizado, cada canción surge de manera espontánea como parte de un relato que se desarrolla entre pequeñas discusiones y diálogos breves. Lo más notable es la pasión y la entrega con que abordan los temas, los cambios en las melodías (“Canción desesperada” suena por momentos como un rap), el diálogo entre las letras (Riestra cruza de manera prodigiosa “Los Mareados” y “Te lo juro yo”) y los inserts de ciertas canciones en el medio o en el final de un tema, verdaderos hallazgos que mantienen alerta al espectador, forzándolo a debatirse entre la risa, la sorpresa y cierta compasión por las señoritas.
Las Tontas. Los viernes a las 21 en la Casona del Teatro de Beatriz Urtubey, avenida Corrientes 1975, tel. 4953-5595.
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