Domingo, 4 de febrero de 2007 | Hoy
PáGINA 3
Por Peter O’Toole
No hay un solo hombre o mujer que no ame y que no haya sido perturbado por necesidades sexuales anárquicas y arbitrarias.
Nunca he buscado mujeres. Tal vez cuando era adolescente. Pero ellas nos buscan a nosotros, y eso debemos aprenderlo muy rápidamente. Ellas son las que deciden. Nosotros simplemente estamos ahí. No importan las superficialidades –si alto, o buen mozo, y todo eso–. Simplemente estamos ahí. Ellas harán el resto.
Estuve obsesionado con perder la razón durante cuatro años. ¿Cómo ocurrió? Al fresco, por la noche. En el camino de una vieja capilla... no voy a decir dónde. Dos campesinas semiprofesionales. Otro tipo y yo y dos chicas. Qué regocijo.
No creo haber cambiado mucho desde mi infancia.
Seis años: de 1939 a 1945. Era la vida. La educación de uno eran los diarios, las bombas, los alemanes. No tuvimos infancia. Tuvimos la guerra.
Tanto de mi madre como de mi padre aprendí a resistir. Las cosas eran bastante duras. Pero podrían ser más duras.
A todo el mundo le ofrecieron el papel de Lawrence de Arabia: Marlon Brando, Greta Garbo, Groucho Marx. A todos menos a mí. Todos lo rechazaron por varias razones. Y David Lean había hipotecado su vida en esa película. La esposa de David estaba viendo a un gurú en aquella época y este gurú había visto El día que robaron el banco de Inglaterra (1960), en la cual yo interpretaba a un tonto oficial inglés. Y el gurú le dijo que acababa de ver al hombre que debería interpretar a Lawrence.
Después de Lawrence, nada cambió. Tenía dinero para ir a lugares y me dejaban entrar. Pero nada cambió.
Amo las corridas de toros. Amo el baile, amo el coraje, amo el estilo, amo la habilidad. Amo todo lo que tiene que ver con ello.
Cuando éramos estudiantes de arte dramático, imitábamos a John Gielgud, imitábamos a Richard Burton, imitábamos a Michael Redgrave, imitábamos a Larry Olivier. Es el lenguaje. Para mi generación, el drama, el teatro, las obras son tanto habla humana como una forma de arte. Agarrar material que existe y decir: “No, yo soy superior a ese material” es una actitud muy extraña.
Vas a los teatros del West End ahora y es un cementerio. Muchos musicales, alegres. ¿Pero las obras? Por Dios.
Hace casi cincuenta años Nueva York era uno de los lugares más mágicos que jamás hubieran existido. Y una de sus cualidades más cautivantes era su naturaleza lúdica. Si tenías un poco de dinero –no mucho, sólo un poco– podías ir a cualquier lado, conseguir cualquier cosa, lograr lo que fuera, hacer lo que quisieras.
Todo lo que uno escucha sobre el verdadero espíritu americano –el matriarcado y la feminidad y la dureza– está en Kate Hepburn. Ella era endemoniadamente graciosa y valiente y loca. ¡Kate! Le puse su nombre a mi hija.
Años más tarde, en Irlanda, mi hija Kate, a los nueve o diez, me dijo: “¡Papá, hay una vieja gitana en la puerta!”. Teníamos a una vieja gitana cerca que robaba nuestras flores. Fui a la puerta y le dije: “No, gracias, nosotros no ...oh, hola, Kate”. Tenía puestos cuatro trajes encima. Uno era de Barrymore, otro de Spencer Tracy, uno mío y uno de Humphrey Bogart. Pantalones khaki y botas –éste era su uniforme–.
En las pistas de carrera, al verde se lo considera mala suerte. Para ser desobediente de una manera invisible, yo uso medias verdes. Lo he hecho desde los catorce.
Por el amor de Dios, todos tenemos excentricidades. Estamos todos atorados de ellas, ¿no es así?
Richard Burton y yo vivíamos uno a la vuelta del otro. El venía a mi casa y yo iba a la suya. A Elizabeth (Taylor) no le gustaba mucho eso. Probablemente ella pensara que yo lo descarriaba. No sé. No lo aprobaba. Era la manzana de la discordia entre Richard y yo. Yo le decía: “Si ahora necesitás permiso para venir a verme, entonces andate a la mierda, viejo boludo!”.
Ahora bebo. Pero no como antes. Por Dios, ¿quién podría?
Vivimos vidas públicas. Si uno quiere resguardar su privacidad, debe detenerse.
La comedia está entre las artes más difíciles. Nunca he conocido un buen actor que no pudiera hacer comedia. Y no conozco a ningún actor al que le resulte fácil.
¿Mi olor favorito? La cordita. Después de disparar un arma.
Los buenos papeles hacen a los buenos actores. Por eso los acepto tal y como se presentan.
La semana pasada, a los 74 años, Peter O’Toole fue nominado al Oscar por su actuación protagónica en la película Venus, del director sudafricano Roger Mitchell con guión de Hanif Kureishi.
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