Domingo, 4 de febrero de 2007 | Hoy
PERSONAJES > ALFREDO CASERO, DESDE EL CAMPO, MáS CASERO QUE NUNCA
Lejos de la televisión (basta, no le pregunten más cuándo vuelve), lejos de la ciudad (no, tampoco Puerto Madryn: San Luis, aunque él creía que era Córdoba) y lejos de estar desconectado (usa Internet, un blog y YouTube para seguir dando todas esas cosas que no se pueden pagar), Alfredo Casero está más casero que nunca. En tiempos de soja que daña el suelo, Casero entrega la mejor alfalfa.
Por Natali Schejtman
Alfredo Casero se compró un campo a medias en Traslasierra, San Luis. Pero desembolsó su parte convencido de que el campo quedaba en Córdoba. Supo de su error cuando llegó a Villa Mercedes, que no es Villa Dolores como él creía, y vio que eso quedaba en San Luis, cosa que de todas formas no lo hizo dar ninguna marcha atrás. Así describe él su trabajosa agenda rural, moviendo mucho los brazos, casi rapeando, sin respirar y con una voz que parece salir del fondo de la tierra (fértil): “Hay que mover esto, hay que llevar tal cosa, energía para ahí, se hace, se termina, se lleva acá. Hay que mover esto, movimiento de máquinas arriba de un carretón, sacar tractor por un costado, enganchar en el camión, llevar 150 kilómetros, volver, llevar el coso, terminar, volver, guardar todo, terminar todo todo todo, terminar todo, lavar las máquinas, engrasar todo, dejar todo tapado y sentarse a comer polenta con queso. Levantarme a la mañana, arreglar la alfaradora que se rompe, se vuelve otra vez a romper, sacar, soldar y pensar en cómo solucionar, entonces buscar un pedazo de hierro por todo el campo, a ver en dónde conseguís un pedazo de hierro, entonces un tipo, preguntar al tipo, entonces sacar un pedazo de un trailer viejo, cortar el coso, fabricar la pieza, volver a ponerla, ver que no funciona, comer al mediodía, agarrarte la cabeza, no dormir la siesta, laburar en eso con 40 grados de calor, terminar, probar si anda todo lo demás, poner la pieza, echarle aceite, prender el motor, tirar para atrás y que empiece a andar. Entonces son las 11 de la noche, vienen nubes y cuando vienen nubes posiblemente llueva, entonces hay que hacer fardos, enfardar rápido, se suben al camión, llevarlos a un galpón y se guardan. Es como robarle al tiempo, a la naturaleza, al viento, a la lluvia, es robarle el espacio. Estoy muy enamorado de esas pequeñas cosas. Me chupa un huevo todo lo demás”.
No se detiene con tanto entusiasmo a describir qué es exactamente todo lo demás, pero en otros tracks, en otros rapeos, tira algunos indicios. La televisión, tan urbana y enviciada, por ejemplo, podría ser la primera víctima de su perspectiva indolente desde el valle puntano. Casero está reapareciendo después de su última intervención televisiva, el efímero A todo culor, y no titubea al sentenciar que para él, aunque siempre va a tratar de meter lo que pueda, el negocio de la televisión se acabó: “Plata para hacer muchas cosas no tenés, es demasiada la presión para esa plata, no trabajan los que tienen que trabajar...”. Pero en este panorama, el rubro humor está afectado particularmente y Casero, bastante plantado, no ahorra en sospechas conspirativas: “No hay programas de humor porque los programas de humor pueden hacer crecer la figura de alguien a quien temen todos los del poder. Los humoristas tenemos un poder que los políticos no tienen y es que la gente cree en lo que vos decís. Mirá lo que pasaba con Tato. Porque además, cualquier cosa que supere a la masa hace que la masa se sienta disminuida. Mejor si puedo aplastarlo y poner 2 o 3 que laburen para mí y no haya uno que se juegue realmente. Ser un cómico es ser una diva. Te jugás el culo, no es joda”.
Ahí están un poco las razones para la reedición de Un tranvía llamado Vaporeso, un libro escrito hace más de una década, en pleno fulgor chachacheño, cuando Casero&Capusotto&Alberti tajearon a una generación con su modo caótico, escatológico, sacachispas, mersa, border y a 330 de hacer humor. El libro viene a ser algo así como un mandato: “Esencialmente quiero utilizar ese instrumento que es Vaporeso para provocar algo que te mueva, carcajadas, que sea shaking, algo que te dé algo. Este libro te va a hacer carcajear, te va a hacer bien a la vida. Yo no sé si voy a lograrlo, pero lo que creo es que al libro tendrían que leerlo todos los pibes que tienen 15, 16 años. A esa edad leer una cosa así te cambia el humor”.
Antes del trip rural, entonces, cuando fue creada la biografía de este hombre probo, cuando Casero inventó sus cartas de relación a la Cortés, sus diarios íntimos, sus aforismos, sus divagaciones metafísicas, Vaporeso fue el mito fundacional de un programa de tele que era casi un grupo de pertenencia. Y el resultado del libro es una pócima procesada con formas serias que van pintando al doctor, un poco de Les Luthiers (el Adelantado Don Rodrigo Díaz de Carreras, por ejemplo, o el mismo Mastropiero), momentos lisérgicos, mucha tele y teleteatro, cine malo y cine bueno, noventas y Casero, obvio: “El libro es lo que yo rescato de una época de mi vida muy buena, tiene la magia que a mí me gusta que las cosas tengan. La locura de que la imagen esté escrita, y que vos tengas la capacidad de verla. Tiene sorpresa. Como un beso robado, chuck. Una sorpresa: ahí o hay conflicto o hay alegría”.
Paraje campestre. Rancho. Fondo de campo con árboles y animales. Sonido de pájaros, vacas, toros, gallinas y ovejas. Un gaucho afila su facón al lado de un palenque improvisado. De la puerta del rancho asoma de repente una mujer. Es la patrona y como tal inspira cierto respeto.
Así empieza “El viaje”, una especie de apunte para obra de teatro o circo criollo esbozado por el Doctor Vaporeso en el que la patrona, con toda su impunidad y aristocracia, le pedirá al peón Marco que camine 700 mil hectáreas. Un aguafuerte mezcla de literatura argentina curricular y telenovela de potentados latinoamericanos. Ese es el fragmento que Casero elige recitar y actuar como el más convincente argumento para lo que acaba de decir: Un tranvía llamado Vaporeso tiene mucho pero mucho de él, que muchísimo antes de empezar a pensar en su campo y en ese oro para los animales que es la alfalfa (“Los caballos hablan por alfalfa, a los pollos les gusta la alfalfa, a las cabras, a los pájaros, las palomas vienen de todos lados porque quieren comer alfalfa, y es una plantación que le hace muy bien al suelo”), a los 8 años hacía fatigosas tareas campestres cuando su papá, agrimensor, le pedía que recorriera 14 kilómetros con un teodolito.
¿Cómo no pensar que cada cosita, cada anécdota de Casero es o podría ser o debería ser un sketch de alguno de sus programas? Su canción en japonés (¡el video clip!), incluso su nueva vida de eremita cría-chanchos, sus sesiones de escritura, de reescritura o también sus aterrizajes esporádicos en un bolichito de Los Angeles, donde se convierte en cantante de klezmer de la banda de su amigo saxofonista Gustavo Bulgach. El dice que no hay nada más difícil que cantar el “Salve Regina”, cosa que practicaba todos los días cuando era chico. Entonces, con toda seguridad, cuenta cantando cómo le va con el klezmer, música popular judía, muy en sintonía con los jasídicos chagalleños de Europa del Este que, si bien tiene versiones más alegres y enérgicas, también puede sonar a un llanto emocionado de abuela o a un sollozo de hombre subalimentado pero con pulmones espaciosos. Casero defiende la florescencia del género y entona sus estilos rebautizados: el “totalmente oy oy oy oy, que es para-abajo-para-abajo” y otro más arriba que viene a ser el “cómpreme estos cigarrillos aunque estén hechos una mierda porque es lo que necesito para vivir”. Y esto, bien aferrado al sillón del living de su casa citadina. Lo que será en ese bolichito de Los Angeles, sobre todo con el antecedente de esa madre judía odiosa y entrañable que descuartizaba moralmente a su hija en Cha cha cha (y que una vez enardeció porque alguno de sus hijos le había borrado un cassette del cantante judío Yehoram Gaom grabándole encima Menudo). Del canto al japonés al canto judío, con escalas en la alfalfa, la crianza de chanchos, la reedición del Vaporeso, la preparación de otro disco y la presentación de su show por el país. Momento de la autorreflexión: “La verdad es que me meto en cada una... pero salgo parado en todas”.
Pero Casero aclara que no está disociado. De hecho, tiene el plan de buscar un lugar en Buenos Aires para presentar fardos, maquinarias y hasta fotos suyas en plena actividad rural. Además, destaca que todo todo todo (y uno se imagina que de verdad todo, hasta la forma en la que atiende su celular, diciendo “Asociación Argentina del Lechón ¿en qué puedo ayudarlo?”, o incluso cuando habla de unos negocios que está haciendo o hasta cuando juega con su hijita preciosa que viene a tirársele encima y él le hace personajes), todo está dentro de una fuerza cósmica llamada The Casero Experimendo, un gerundio chanfleado, un guiño de alquimia menos de nerd y más de bardero de Basuritas, en lo que básicamente se convirtió su persona y que agrupa “todo lo que una persona haga en un espacio de tiempo. O sea, que cada parte de su propia vida es un experimendo, donde se juega para las pequeñas cosas y para las grandes cosas todo lo que hemos aprendido para sobrevivir”. Y claro, qué mejor formato para volcarlo con la voracidad y la verborragia que a él le brotan que un blog, en el que sube fotos de su alfalfa, fechas de shows, textos caseros, reflexiones de campechano hiperkinético y donde, además, se comunica con su público con la asiduidad que le gusta –también ayudado por YouTube–, con más intimidad, cosa que sin TV a la vista, ahora que dice que le duele la garganta de tanto gritar y que siente que tiene ciertas obligaciones, le parece por demás estimulante: “A mí me encanta estar en un escenario y hacer reír. Soy buenísimo haciendo eso. Pero soy como una marca. Una marca así, chic. Me borrás o me dejás. Para algunos soy algo que está tallado en la piedra. Para otros soy un hachazo en un palo de escoba que se hace así y se parte. Para otro soy una línea con tiza. Eso significa que no me puedo ver yo. ¿Sabés la desesperación que es que me encantaría pagar una entrada para verme actuar? No sé cómo me veo. ¿Cómo me veo yo?”.
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