Domingo, 4 de febrero de 2007 | Hoy
ESPECIAL SORIANO I > REPERCUSIONES, POLéMICAS Y HOMENAJES
La semana pasada, en el número especial dedicado a Osvaldo Soriano con motivo de los 10 años de su muerte, Guillermo Saccomanno relataba, en su nota, una anécdota que quería ilustrar la relación de Soriano con la universidad. Mencionada en ella, Beatriz Sarlo quiso responderle.
Por Beatriz Sarlo
Desde hace tiempo Osvaldo Bayer difunde un episodio completamente falso, que me concierne. En una oportunidad, Sylvia Saítta, que participaba del mismo panel que Bayer, le señaló la falsedad de esa historieta precariamente armada. Bayer desparrama la misma anécdota por todos lados y Guillermo Saccomanno (que la retoma en el número de Radar en homenaje a Soriano publicado el domingo último) se la escuchó en una Feria del Libro de la Patagonia. Según la leyenda negra yo habría invitado a Soriano a dar una charla en el “ámbito universitario” (entiendo que se refiere a los años en que yo enseñaba literatura argentina en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA) y habría montado un escenario para que “el alumnado se burlara del escritor porque apenas si había terminado a los tumbos la primaria”. La historia es falsa. Nunca invité a Soriano y por lo tanto todo lo que sigue es mentira. Tampoco invité a Saer a dar una charla (como podría suponerse del artículo de Saccomanno) y es completamente inverosímil que los alumnos de la Facultad de Filosofía y Letras se burlen de alguien porque sólo ha terminado la escuela primaria. Han leído a Pierre Bourdieu y a Roberto Arlt. Todo es un invento de una rusticidad penosa. Cualquiera que conozca mínimamente lo que fueron mis clases en la Facultad no diría que la oposición estética era Saer-Soriano. Si Bayer o Saccomanno hubieran seguido de modo un poco menos distante el debate sabrían que escribí o hablé sobre Saer y Puig, Saer y Piglia o Borges y Cortázar, pero que nunca se me ocurrió pensar a Saer en contraposición con Soriano o viceversa. Saccomanno le creyó a Bayer. O sea que es justo que Bayer chequee las fuentes de ese episodio imaginario, ya que es muy sencillo atribuírselo a alguien que está muerto. Conocí muy poco a Soriano pero me parece improbable que anduviera inventando anécdotas elementales. Los buenos historiadores aportan pruebas y corrigen los errores. Para ser franca, no me interesa mucho lo que diga Bayer sobre mí. Pero me interesa que no se piense que mientras enseñaba literatura argentina en la UBA, los estudiantes y todo el equipo de cátedra se dedicaban al escarnio de escritores. Enseñábamos lo mejor que podíamos, la mejor literatura que creíamos que se escribía en la Argentina.
Estas son las líneas de la nota “El efecto Soriano” de Guillermo Saccomanno a las que responde Sarlo.
“Me doy cuenta de que en estas líneas se me crispa el tono. Inevitable, sí, cuando me acuerdo lo que a Soriano le importaba obtener un reconocimiento de la crítica literaria que presumía de culta.
Paso a ejemplificar con una anécdota que me contó Bayer en una feria del libro patagónica, una de esas ferias que suelen parecerse más a una kermesse heroica que a la Rural del Libro porteña donde las editoriales exhiben a sus toros de raza y vacas sagradas. Una vez Beatriz Sarlo invitó a Soriano a participar en una charla en el ámbito universitario. En esa época, si mal no recuerdo, parecía haber dos bandos en la narrativa: Saer en un rincón del ring y Soriano en otro. Una disyuntiva falsa. De la que sacaban partido los saerianos y los sorianescos. Descreo de la ingenuidad de Sarlo y, especialmente, del desentendimiento de Saer y el candor de Soriano. Disyuntiva falsa la de quienes levantaban por un lado la morosidad y la experimentación y por otro el artefacto narrativo popular. Disyuntiva que si a algo contribuía era a opacar la minuciosa relojería narrativa de uno y de otro. Volviendo a esa vez: Soriano invitado al ámbito académico. El alumnado se burló del escritor porque apenas si había terminado a los tumbos la primaria mientras su padre, empleado estatal, cambiaba de destino desde la pampa hacia el sur. Esa madrugada, destruido, Soriano lo llamó a Bayer. Como reivindicación y ajuste de cuentas, Bayer invitó a Ricardo Piglia a presentar a Soriano en su cátedra de Derechos Humanos en el ámbito universitario. Piglia arrancó planteando que los tres escritores argentinos más grandes de nuestra literatura no habían terminado la primaria. Arlt, Borges y Soriano. No creo recordar que el autor de Plata quemada haya publicado esta afirmación en sus ensayos. Una lástima.”
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