Domingo, 4 de febrero de 2007 | Hoy
CINE > VíSPERAS, EL DEBUT COMO DIRECTORA DE DANIELA GOGGI
Con un elenco integrado por las más prestigiosas actrices del teatro porteño –Andrea Garrote, Ingrid Pelicori, Nya Quesada, Juana Hidalgo y Luciana Lifschitz–, la ópera prima de Daniela Goggi acompaña la incertidumbre de una mujer que espera los resultados de un examen médico. De paso, cuestiona la idealización de la belleza femenina en el cine con una protagonista opaca y escenarios que quedan a años luz del color almodovariano.
Por Mercedes Halfon
“Cuidado con el escalón”, advierte Daniela Goggi antes de entrar en su departamento. Abajo, avenida Córdoba ruge suavemente –estamos en un piso alto–, la luz entra por las ventanas, hay plantas; la directora prepara un té verde. De pronto, una cortina de baño de bonito cuadrillé óptico revela el dato inesperado: “Ah, pero éste es el baño de la casa de Mónica, ¿la película se filmó en tu casa?” “Sí”. Así es como rápidamente la luminosidad y el amable orden del departamento comienzan a tomar otra dimensión. Porque la casa de Daniela Goggi, directora de Vísperas, y la de Mónica, su protagonista, parecen pertenecer a planetas diferentes. Lo único que pueden compartir es la cortina cuadrillé. Y que por ser tan bonita suscita un comentario dentro de la película, alguien la señala, una mujer precisamente, a quien como a mí, no se le pasó por alto el detalle decorativo.
Vísperas es la ópera prima de Daniela Goggi y la quinta película que produce la Universidad del Cine. Es, además, una historia de mujeres. De y sobre, o sobre y de, y todas las relaciones que pueden construirse a partir de un film que es en sí un catálogo femenino y que fue realizado por un equipo técnico de chicas. Más allá de la curiosidad, esa condición de la producción fue la apropiada para contar una historia en la que la cámara sigue a una mujer –varias, pero una en particular– en la intimidad de un momento crítico: el tiempo que transcurre en la espera del resultado de un examen médico. Un fin de semana que incluye un cumpleaños familiar adonde va con desidia y sin poder comunicar su incertidumbre. La cámara, entonces, la acompaña en esa y otras tantas actividades anodinas, con una distancia prudente.
Como si la película se contagiara de la timidez de la protagonista, hay una extrema austeridad de la puesta en escena. Estamos en las antípodas de la típica película femenina colorinche almodovariana. Y eso es porque Mónica es justamente la antiprotagonista. Goggi la define como “un personaje al que le regalaron una película, aunque nada haga parecer que la merezca”. No es bella, no es interesante, no se comunica, no tiene amigos, es lenta hasta para decir las cosas más pavotas, su departamento es absolutamente carente de personalidad. No hay ni un objeto personal, nada que lo distinga. De ahí la diferencia entre esa suerte de “cuarto de hotel” agobiante y desmontado donde vive Mónica y el luminoso departamento donde estamos ahora. Goggi lo explica de este modo: “Esa es la decisión que podemos tomar las mujeres cuando filmamos a otras mujeres, no tenemos necesidad de idealizarlas, porque tenemos una relación cotidiana. Cuando sacás la idealización que es la que le puede poner el otro género, la mujer puede aparecer no bella. Hablamos de un personaje en un momento de mucha angustia, y la belleza, ponelo entre muchas comillas, es un estado espiritual”.
Para construir esta historia tan crudamente femenina Goggi contaba con una ventaja: se rodeó de actrices de una magnitud que hasta eran capaces de manejar su propia belleza en cámara: “Andrea Garrote es capaz de afearse, y no porque no se maquille o algo así, lo hace desde el gesto. En ese sentido es un poco un monstruo”, comenta. Garrote, en el papel de Mónica, Ingrid Pelicori como su hermana, Nya Quesada como la madre de ambas, Juana Hidalgo como la amiga o vecina de la madre y Luciana Lifschitz como la hija de Pelicori. “Hubo un ensayo que parecía la entrega de los ACE”, se ríe Goggi. Y es que se trata de grandes actrices de teatro, graciosas, intensas, que en las escenas compartidas –una en un viaje en auto al cementerio particularmente– le dan a la película el aire y el humor que se vuelven tan imprescindibles para atravesarla. El único brillo posible en la depurada textura de Vísperas es este encuentro de cuatro generaciones de actrices. Y la difícil ecualización entre ellas es lo que da el absurdo, el clima de familia que es otro de los hallazgos del film.
Pero el teatro no aparece sólo como lugar de pertenencia de las actrices. Hay también una escena donde los personajes van a ver la obra de una amiga y, ante la representación, se quedan un poco confusos. “Yo pongo grandes actores de teatro a que vean un espectáculo, y lo que trabajo es ese lugar del teatro un poco vacío. A veces al teatro asiste un público que es el compañero de trabajo, la tía, la abuela, y van a ver una obra en que los que están contentos son los cinco actores que la hicieron y que están experimentando algo muy puntual. Y después tienen que dar una devolución. Me interesaba también que Mónica fuera sólo porque le regalan la entrada. Es la situación de la salida inútil. A veces las salidas al cine o al teatro son muy reparadoras, pero en este caso no. Es una cosa más que hace ella para tapar su angustia.”
La historia de la chica que espera el resultado de un estudio que le prenuncia una grave enfermedad tiene su mayor exponente en el cine, en la genial Cléo de 5 a 7 de Agnès Varda. La pregunta sobre la directora era ineludible. Goggi dice: “No me di cuenta de la relación mientras escribía el guión ni mientras filmaba. Pero obviamente es una película que me partió la cabeza en su momento y Varda me parece un gran referente dentro del cine. Pero recién cuando terminé de montar Vísperas me senté a ver de vuelta Cléo. Igual hay una diferencia fundamental que es que el personaje de Cléo es una rubia, bella, frívola y autocentrada y Mónica no es una intelectual, es un personaje hostil, oscuro y sin herramientas para comunicarse”.
La hostilidad del personaje a la que se refiere Goggi, la carencia total de belleza en el retrato que le hace la película, es lo que distingue a Vísperas de cualquier otro film de mujeres. Porque la intimidad, la cercanía de la cámara con el personaje muestran un cuerpo, algunas palabras, algunos espacios, que logran escapar del instaurado formateo de la fantasía masculina. En la desolación del departamento de Mónica sólo es bello ese objeto regalado, la cortina óptica de cuadrillé, que ahora también se mueve un poco con el aire, señalando la entrada a ese otro continente.
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