Domingo, 21 de diciembre de 2014 | Hoy
PERSONAJES Arrancó escribiendo para Casi Angeles con apenas 19 años, llegó al Teatro San Martín de la mano de Ana Katz y desfiló con varios cortos por festivales de cine. Intentando derrumbar el mito de que para construirse un futuro en el mundo del espectáculo hay que empezar por un nombre fácilmente recordable, Iair Said termina un año activo en las redes y en la tele –hizo de Roly en la serie Guapas– preparándose para actuar en tres películas y dirigir un documental durante un verano que recién empieza.
Por Valentina Ruderman
“Lo único que me da miedo perder es el humor. El resto de las cosas se recupera.” Es uno de los tweets más festejados de Iair Said, actor y director sub 30 que representa como pocos a la generación que trabaja de lo que quiere, cuándo quiere y cómo quiere. En un almuerzo coordinado pocas horas antes porque “en la tele te avisan si grabás recién el día anterior”, no se parece en nada a ese personaje lerdo en el cual se lo suele encasillar. Habla rápido, chasquea los dedos cada vez que termina una frase y contesta todo agregando al final un “todavía”. Parece tener claro que “la pegó”, pero igual no da nada por sentado. Por suerte, le encuentra el gusto a literalmente cualquier escenario y sabe hacerse un lugar. “En cine la gente es más apasionada y en la tele podés ver el resultado de lo que hiciste al toque.” Su agenda en los últimos meses incluyó apariciones en Guapas de El Trece, donde hace de Roly, el interés amoroso del azafato Dan Breitman y la participación en El estado natural de Paula Salomón en el Centro Cultural Rojas, parte del ciclo Operas Primas que terminó en noviembre y se retoma el año que viene. Dos experiencias completamente diferentes, para las que lo convocaron sin que él lo buscara.
Como un niño suelto en un parque de diversiones, Iair se está subiendo a todas las atracciones que le ofrece el mundo de la actuación. Y quien le haya seguido un poco la carrera, podrá pensar que tiene alguna especie de credencial VIP que le permite avanzar sin hacer filas interminables. Quizá todo tenga que ver con que es muy charlatán y sabe estar en el momento adecuado con la persona adecuada. “El trabajo del actor tiene mucho de esperar, así que me hago amigos sin parar porque siempre estoy buscando alguien que me charle.”
Al rebobinar un poco, cuenta que su primer trabajo fue escribir para Casi Angeles de Cris Morena a los 19 años (época bastante traumática, en la que dormía con el celular en la mano). Después, fue parte de Mi primera boda y Vino para robar de Ariel Winograd, protagonizó Acá adentro de Mateo Bendesky y se subió a los escenarios de Timbre 4 y el Teatro San Martín con Pangea de Ana Katz.
La frescura de Iair tiene que ver con que no se copia de nada. Salvo Friends y La Niñera, asegura no haber consumido demasiada comedia, y tiene especial cuidado de no engancharse con ninguna de Woody Allen por miedo a sentirse identificado. “El que me mandó a estudiar teatro a los 13 años fue mi psicólogo”, recuerda. Si tiene que pensar en cosas que lo influyeron tanto para escribir como para actuar, se remite a situaciones de la vida cotidiana. Recuerda cuando sonó la chicharra al salir de la farmacia porque no le sacaron la alarma a los preservativos que compró, o las maldades que le hacían los alumnos acomodados a sus profesores del secundario. Una muy Seinfeld, la otra muy Beverly Hills 90210. Pero él no tiene cómo saberlo.
Siguiendo la línea de Martín Piroyansky, Julieta Zylberberg y Violeta Urtizberea, entre otros, fue a la escuela de Nora Moseinco, a quien define como “un camino de ida”, porque mientras en otras clases se ocupan de mimetizar, en lo de Nora el desafío está en ser particular y explotar el potencial de cada uno. “Más allá del gusto, nadie puede decir que la gente que sale de ahí no es personal. Se puede ver cómo encuentra su verdad en los personajes que otros escribieron. Eso es lo lindo.”
Como a muchos de los que crecieron en los noventa, sus padres no lo obligaron a estudiar medicina, pero tampoco le bancaron la vocación artística: “Recién cuando volví de Cannes dijeron ‘bueno, va en serio’”. Se refiere a la vez que viajó al festival con Soy tan feliz, del colombiano Vladimir Durán, una obra de planos largos y una tristeza sutil que quedó seleccionada en la competencia de cortos. “La primera inversión en el arte que hice en mi vida fue pagar ese pasaje a Francia”, cuenta. Había sido la primera vez que lo filmaban. Tiene fortuna para los debuts: 9 vacunas, el primer corto que escribió, dirigió y protagonizó, también cruzó el océano y ganó el premio mayor en su categoría en el Abu Dhabi Film Festival de 2012. “Mi vara quedó muy alta. No me quiero frustrar. Pero al mismo tiempo sé que hay un momento para todo.”
Por sus dos metros, sus pestañas larguísimas y su tono de voz grave, es una de esas personas que dan gracia con solo aparecer en escena. Y si bien aprovechó esa cualidad tanto en publicidades (un ejemplo es la de la compañía de celulares en la que se intentó darle glamour a un balneario del sur de Buenos Aires) como en series web (tiene cameos desopilantes en Tiempo Libre de Piroyansky, donde reemplaza a Toto, sonidista y wingman del protagonista del programa de U3.TV), intenta alejarse del rol de “pavote”, para el cual lo suelen llamar.
Otro pilar de su vida, que más bien es una columna vertebral, es la faceta de director de casting, algo que empezó para hacerle un favor a un amigo y se convirtió en su trabajo de todos los días. “Lo hago bien porque no soy un actor resentido que quisiera estar en el lugar del otro. Lo disfruto como entrenamiento, me permite conocer actores nuevos y charlar con directores buenísimos.” Con Milgracias Casting, que maneja con su amiga, la actriz Katia Szechtman, llegaron a formar parte de la primera etapa de selección de Relatos Salvajes. Iair todavía tiene en el celular una foto del “memotest” que habían armado con las caras de Ricardo Darín, Oscar Martínez y sus secuaces. Esta nueva temporada veraniega la arrancó grabando la segunda temporada de Eléctrica de Esteban Menis, junto a Liniers y Paula Grinsz-pan y tiene tres películas programadas hasta marzo. Ah, y si tiene tiempo se va a sentar a terminar un documental sobre su tía abuela que se quiere morir y donarle su herencia a un instituto, Flora no es un canto a la vida.
En las redes sociales, Iair también tiene un personaje. Le gusta hacerse el que sufre por amor, y tirar máximas como “No concibo la vida sin comer algo dulce después de cenar”. Pero no lo hace porque alguien le haya aconsejado relacionarse con el público de una forma más directa, sino que lo disfruta como si fuese un escenario donde actuar. “No hay que creer nada de lo que pongo en Twitter”, aclara. “Son todas mentiras”, sonríe y guiña un ojo, sabiendo que mil veces se va a dormir sin haber comido un chocolate y que, decididamente, no hay forma de que pierda el humor.
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