Domingo, 1 de febrero de 2015 | Hoy
Un día mi hermano Tony organizó una partida de boxeo en el patio de adelante de la casa pequeña en St. Clerans. Un solo golpe de su puño en mi boca me voló dos dientes de leche. Papá, que estaba en Japón haciendo The Barbarian and the Geisha, juró que me iba a conseguir la perla perfecta para tapar el agujero. Esto empezó un ritual: desde entonces me regaló, cada año, una piedra preciosa. Un rubí cuando tuve varicela, una esmeralda para Navidad en Irlanda, un diamante pequeño porque “toda chica debe tener uno”.
Cuando papá estaba en casa, Tony y yo íbamos a su habitación en la Casa Grande para tomar el desayuno con él. Las mucamas, Josie, de pelo claro y mejillas como rosas, y Mary Margaret, tímida como un ratón, llevaban las pesadas bandejas desde la cocina con espacio suficiente para los diarios, el Irish Times y el New York Herald Tribune, el que leían los expatriados. Papá solía estar haciendo bocetos en su anotador. “¿Qué hay de nuevo?”, preguntaba. Generalmente era una buena idea tener una anécdota a mano, aunque era difícil que se nos ocurriera alguna, ya que vivíamos en la misma propiedad y nos habíamos visto la noche anterior para la cena. Si uno no tenía algo que reportar, la mayoría de las veces se venía una lección.
En un momento determinado dejaba de lado el anotador y salía de la cama. Se sacaba el pijama y se quedaba parado, desnudo, frente a nosotros. Lo mirábamos, hipnotizados. A mí me fascinaba su cuerpo, sus hombros anchos, las costillas altas, sus brazos largos, su vientre y sus piernas delgadas como escarbadientes. Estaba extremadamente bien dotado, pero yo trataba de no mirar fijo su sexo o traicionar cualquier interés que pudiera tener en observarlo.
Eventualmente, entraba al baño, que era su santuario, cerraba la puerta y reaparecía duchado y afeitado y oliendo a limas frescas. Creagh, su asistente, subía para ayudarlo a vestirse y empezaba el ritual. Tenía un vestidor brillante lleno de quimonos y botas de cowboy y cinturones de indios navajos y batas que había comprado en la India, Marruecos y Afganistán. Papá nos pedía consejo sobre qué corbata usar, consideraba nuestra opinión y llegaba a su propia decisión. Después, vestido y listo para el día, bajaba hasta su estudio.
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