Domingo, 22 de febrero de 2015 | Hoy
Por Marcelo Figueras
Los relatos policiales de Elmore Leonard (1925-2013) se leen con placer por muchas razones, entre las que se destaca una: su sentido del humor. Por lo general, ese humor gira alrededor de sus bandidos, que aunque variopintos (los hay carismáticos, psicóticos, racistas, seductores, repugnantes, sentimentales), comparten inexorablemente este rasgo: ninguno de ellos es un Einstein.
Leonard creía que los amorales que son inteligentes no se dedican al delito violento. Suena lógico: si uno es listo en serio y carece de escrúpulos, ¿por qué arriesgarse a ir a la cárcel, cuando las zonas grises del sistema permiten enriquecerse igual, manejando la ley a piacere? Por mucho que la ficción pretenda lo contrario, el delito hecho y derecho no es una opción profesional para los genios. Aquellos que delinquen lo hacen porque no conocen otra forma de vivir, por compulsión, por desesperación o porque imaginan –equivocadamente, desde que toda tarea bien hecha entraña esfuerzo– que robar sería lo opuesto de trabajar.
Pensaba en esto mientras veía Justified, la serie de Graham Yost basada en relatos y personajes de Leonard. En la quinta temporada sigue haciendo de las suyas el villano principal, Boyd Crowder (estupendo Walton Goggins), y llegan a Kentucky los tan primitivos como peligrosos Crowe, primos del recurrente Dewey (Damon Herriman), el neonazi más gracioso –involuntariamente, claro– de la TV. Las cuatro temporadas anteriores me habían gustado mucho, pero si esta vez me lancé sobre Justified fue para distraerme del clima político que se respira. Sin embargo, aunque la disfruté, no conseguí abstraerme. Lejos de ello, se me empezaron a superponer los planos. Y empecé a considerar que, entre ciertos personajes locales y los bandidos de Justified, no había gran diferencia.
Si algo terminó de probar la manipulación del caso Nisman es que la mayoría de los políticos que se oponen al kirchnerismo no son más sagaces que Dewey Crowe. (Y hablo de un tipo que, hasta la tercera temporada, creía que todos veníamos al mundo con cuatro riñones.) Está a la vista que trabajan para que el Gobierno caiga antes de las elecciones, con la esperanza de capitalizar ese fracaso en las urnas. Pero lo más llamativo es que, en su emulación de los imprudentes matones de Justified, ninguno de ellos parece haberse respondido una pregunta esencial: ¿qué ocurriría, y qué sería de ellos, si les saliese bien la jugada y ganasen la tómbola del sillón de Rivadavia?
Me refiero a gente cuya trayectoria sugiere que no toma decisiones meditadas, a la manera de un ajedrecista, sino revoleando una moneda. ¿El socialista que apoyó a los terratenientes y reivindica “la mano invisible del mercado”? ¿El gobernador que creyó que la campaña Hoy somos todos judíos era ganadora? ¿El diputado que cultiva obsesivamente su costado canchero, al punto de que, más que a la presidencia, parece aspirar a conducir Gente que busca gente? ¿El alcalde que actúa como si Nisman no lo hubiese acusado también a él (en este caso, con pruebas) y que, sin filtros, confiesa que cada decisión clave la consulta con La Embajada o con el Círculo Rojo? ¿La diputada que, en cada agrupación a la que se integra, se conduce como Violencia Rivas con su hija y sus animales domésticos? Uno querría tomarlos en serio, pero intuye que, por las buenas, no ganarían una elección ni en la Freedonia de los Hermanos Marx.
Los Crowe dedican parte de la quinta temporada a convencer a Boyd Crowder, el Bandido Nº 1 del condado de Harlan, de que puede confiar en ellos. Aquí, la oposición al kirchnerismo lleva años tratando de persuadir al poder real (el sector que no teme caer, porque no depende del voto: los magnates que hacen y deshacen en las sombras, el paraperiodismo, el ala del Poder Judicial que más bien es PerJudicial) de que, una vez electos, harán la Gran Carlos Saúl: sobreactuar cada sueño húmedo del establishment, dándole lo que quiere y más. Sin percatarse de que, en el improbable caso de que ganasen, su administración sería efímera, porque esta Argentina ya no es la que toleró mansamente la sangría de los ’90. A cargo de la primera magistratura, llegarían tan lejos como Dewey Crowe cuando se fugó en un auto sin caño de escape.
Es aquí donde juega el elemento tragicómico que Leonard apreciaría. A la manera de los bandidos de Justified (y de otras joyas de la torpeza criminal, como la serie Fargo), los Crowe de la política argentina no entendieron que el poder real no alienta deseo alguno de que se consagren presidentes. Si algo está haciendo el poder real es mandarlos al frente, como Boyd Crowder con los minions que considera prescindibles. La idea es: embarren, desgasten, empujen la frontera de lo tolerable hacia la derecha más vergonzosa. Si hacen su parte –si se sacrifican por la causa– debilitarán a Cristina, que deberá tragarse el sapo de unas PASO que consagren al candidato del FpV que es el pollo del establishment.
Ni siquiera se avivaron cuando Mujica –que no desentonaría en una serie, interpretando el papel del viejo sabio acodado en el bar: será Pepe, pero no habla al pepe–, deschavó el juego: el poder real sabe que sólo puede prosperar en calma con el peronismo de aliado. Una garantía que ni Sergi ni Mauri le consiguieron, aun cuando les dieron todo el tiempo y los medios para lograrlo.
A no ser que mis décadas de ver series (y de releer Shakespeare y “El muerto” de Borges) me fallen, el argumento de esta historia sigue así: el poder real apuesta a que, ante la victoria de su hombre en el FpV, la gilada –o sea el pueblo– sienta alivio y deje hacer durante unos años porque, claro, todo podría haber salido peor. Imaginen a Massa abriendo sus discursos por cadena con la apelación “Mis chiquis”. O a Macri confundiendo a una militante con una empleada: “Por favor, retirate”.
Menos mal que para distraerme vi Justified y no Cincuenta sombras de Grey. Porque entonces habría encontrado semejanzas entre ellos y la Anastasia Steele que acepta golpes de su brutal amante. Al igual que Anastasia, parte de la oposición al kirchnerismo acepta los regalos caros pero, en el fondo, lo que le gusta es que la maltraten.
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