Domingo, 28 de junio de 2015 | Hoy
FOTOGRAFíA > ÁLBUM FAMILIAR
FOTOGRAFIA Parece, a primera vista, un objeto precioso, la historia de una pareja que se amó, militó y sufrió la última dictadura. Pero hay más en Álbum familiar, de Beatriz Cabot, el libro que reeditó en trescientos únicos ejemplares la editorial La Luminosa y que guarda la historia de Horacio Osvaldo Portas, desaparecido en 1977, compañero de Cabot, contada en diez fotos y un informe oficial castrense siniestro y estremecedor.
Por Angel Berlanga
En principio el librito es eso, un álbum familiar que por la pinta podría ser el de cualquiera de la amplísima clase media de por aquí en los ’70, un volumen con tapas rojas forradas en tela y una foto en la portada que parece bien típica también, una imagen de verano en la orilla del mar, el agua que da por las rodillas de una mujer que sostiene por las manos a su hijita sumergida hasta la cintura, un escena de apoyo y confianza iniciática en la que el fotógrafo también consiguió permanecer, porque la silueta de su sombra se asoma desde abajo, desde el marco blanco de este recuerdo cálido, los viejos colores de un tiempo feliz. Anota la fotógrafa y docente Beatriz Cabot, autora de Album de familia, casi al comienzo:
Osvaldo y yo nos conocimos en 1966, en un baile de la escuela secundaria. Teníamos 15 años. Fuimos a estudiar a La Plata, él arquitectura y yo periodismo.
Militamos. Nos casamos.
Tuvimos dos hijos, María Julia y Mariano. Estuvimos juntos hasta el 15 de agosto de 1977.
Son coordenadas para una generación y entonces esa fecha última, la de la separación, abre un signo que dialogará por siempre con aquella sombra proyectada en el mar. Album de familia tiene una simpleza melancólica, preciosa, estremecedora, que cuenta de la vida de Osvaldo Horacio Portas en diez fotos chicas, de diez por diez centímetros la mayoría, el peladito cachetón de dos años que sostiene una pelota, el bucanero feliz que a los siete empuña una cimitarra de juguete, el escolar que a los ocho sonríe desde un carnet del Club Atlético Independiente, otorgado “al mejor alumno de la Escuela Nº 37”. Salto a mediados de los ‘60: Osvaldo ya adolescente retratado en una terraza, posando serio, con saco y corbata, solitario; o en medio de un grupo de amigos en pleno boludeo, seis pendejos sonrientes que juegan a hacerse los músicos con unas tablas y una escoba. Una pareja de jóvenes en lo que parece la reproducción de un recorte de periódico, él de patillas frondosas y bigote, ella de pelo largo, suelto, y minifalda: “Osvaldo y yo, 1969”, dice el epígrafe. Otro salto, ahora a mediados de los ’70, dos fotos en la playa de Mar del Plata: la de la tapa, “Primeras vacaciones con María Julia”, y una tomada en marzo de 1976, Osvaldo con sus padres, su hermana, una tía y Beatriz, embarazada de su segundo hijo, Mariano.
En la última de esta serie Osvaldo Portas remonta un barrilete junto a su hija: es un mediodía con mucho sol, están en un baldío con cardos, ella sostiene un palito (capaz que para ovillar) y él está con la vista en el cielo, en dirección al extremo del hilo que sostiene su mano derecha, casi imperceptible en la fotografía. Una vuelta de página y el abismo: “Murió un terrorista en un enfrentamiento”, se lee en un titular de La Nación, un recorte del 19 de agosto de 1977. “El Comando en Jefe del Ejército dio a publicidad un comunicado en que se informa acerca de un enfrentamiento registrado en San Martín y en el cual murió un delincuente subversivo y resultaron con heridas de bala dos miembros de las fuerzas legales”, arranca el artículo, prototípico de la prensa pro dictadura de esos años, en el que no falta la referencia a “la colaboración prestada por la población” para detectar una imprenta en la que el FAL 22, sostienen, imprimía El obrero. Una vuelta de página más y lo siniestro, la correspondencia entre los crímenes del Proceso con el lenguaje interno de las fuerzas de seguridad, la perversión latiendo en la burocracia carnicera: es el informe del oficial ayudante Francisco Pablo Sánchez, “en su carácter de Perito de la Sección Laboratorio de Investigaciones Necro Papiloscópicas”, que se dirige al jefe de la Comisaría 1ª de San Martín para presentarle su dictamen para “la identificación de un cadáver NN masculino, a requerimiento de las autoridades del Area 430 de Campo de Mayo”. Sánchez, que firma su dictamen el 23 de agosto de 1977 en La Plata, ha recibido un frasco de vidrio con dos manos seccionadas. Las huellas, asevera, coinciden con las de Osvaldo Portas. Hasta hoy, su cuerpo sigue desaparecido.
La foto enorme de una zozobra inaprensible, una bruma abstracta, y el verso más conocido de César Vallejo. En la huella de su compañero Beatriz Cabot coloca dos retratos preciosos de sus hijos, tomados en 2010, y los dibujos del abuelo y de la abuela que hizo una nieta. Album de familia se editó en 2012: 300 ejemplares numerados; La Luminosa reedita ahora otros 300. Es un libro de simpleza y potencia conmovedoras. “Hay verdad. Hay memoria. Seguimos”, escribe Cabot casi al final, después de contar que su hijo es fotógrafo, que su hija tiene tres soles tatuados en su hombro, que su nieta mayor baila y que sus otros dos nietos, todavía chicos, se van enterando de quién fue su abuelo.
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