Domingo, 6 de septiembre de 2015 | Hoy
Por Sergio Marchi
Había que ir a uno de esos cines de disciplina laxa y acomodadores dispuestos a recibir una propina más alta de lo normal para ver la película Adiós Sui Generis, un documental de Bebe Kamin sobre la despedida del dúo que conformaban Charly García y Nito Mestre. El hecho se produjo el 5 de septiembre de 1975, en dos funciones con el Luna Park a punto de reventar, pero el film se estrenó una eternidad más tarde. Los menores de 18 sólo podían asistir yendo a esas salas donde solían “darle al asunto”, mientras la pantalla mostraba las peripecias de Lando Buzzanca con señoritas ardientes o las tetas gloriosas de la Sarli. El Continental de Flores, el Pablito Podestá de Parque Patricios, o uno de esos. Fue la venganza de Tato; Miguel Paulino Tato, censor del gobierno de Isabel Perón, que fuera satirizado por García en la inolvidable canción “Las increíbles aventuras del Sr. Tijeras”.
El Adiós Sui Generis fue una de las primeras fechas patrias del rock argentino: mostró que podía ser masivo reuniendo a veintiséis mil personas. Inspirado en el Goodbye Cream, concierto de despedida del trío liderado por Eric Clapton, García le ofreció ese “negocio” a Jorge Alvarez para tranquilizarlo luego del ataque de furia que experimentó cuando supo que Charly no quería seguir con Sui Generis. “¡Mataste a la gallina de los huevos de oro, boludo!”, le espetó al conocer su decisión. Pero todavía quedaban algunos huevos que romper, con show, disco doble (posteriormente triple) y película. Fue un largo adiós.
El rock era entonces una llamativa minoría que creció de golpe con ese “renunciamiento histórico” de Charly, que forzó así a Nito a valerse por sí mismo, una tarea que realizó muy bien formando Los Desconocidos de Siempre, que duraron más que la efímera Máquina de Hacer Pájaros de García. El Adiós Sui Generis los encontró en la bifurcada de dos vidas que nunca se separarían del todo. Para algunos fue el final de la adolescencia, pero para otros fue el inicio de ese tiempo que viene después de la pubertad, pegadito a la edad del pavo. Es que Sui Generis es la adolescencia eterna.
Recordar hoy esa fecha tiene algo de solemne; como mirar una foto que el tiempo tornó sepia y borroneó. Hasta podría decirse que el cancionero de Sui, hoy, es hasta deprimente. Canciones que hablan de muerte, de locura, de sueños resignados, de licor bebido a escondidas en un baño, de no preguntar más: de la pálida, loco. Pero es la época la que era así; Charly y Nito sólo retrataban su tiempo, donde ser joven y tener el pelo largo era convertirse en desclasado, en marginado de la sociedad.
Cuarenta años más tarde, Adiós Sui Generis puede resignificarse. En primera instancia aparece el gesto compadrito de iniciar el concierto con “Instituciones”, cuyo gélido recibimiento gestó esta disolución. Era la primera reinvención de Charly, que fracasaba porque el público quería el viejo repertorio, no la novedad. Luego, al menos en el disco, la cosa prosigue con un extraño instrumental llamado “La fuga del paralítico” (“del paralótroco”, según anunció García). Y posteriormente tienen el tupé de anunciar “un tema nuevo”; era un chiste: tocarían “Natalio Ruiz, el hombrecito del sombrero gris”, conocida página sobre un patético ser en la que Charly canta solo por primera vez en el concierto: “del balcón de su amada, a su casa a escribir, esos versos de un tiempo que mi abuelo vivió”. La ovación metálica del Luna Park lo saluda. Y después lo escucha atentamente cantar “Confesiones de invierno”. Así transcurren la primera media hora sin un rock desbordante, sin un tema festivo, con sórdido retumbe de galpón abandonado y oleadas de acoples. Hoy, un punk, no se animaría a tanto ruido, ni un gótico a tanto abatimiento existencial.
Tal vez por eso, después de un tema de Rinaldo Rafanelli, y ante el intento de otro tema nuevo (“Fabricante de mentiras”, que luego grabaría Nito con Los Desconocidos), irrumpe la gente con tanta fuerza y tan a des-tempo que fuerza a Charly a sacar un conejo de su galera (blanca y real, para más datos). “Vamos a hacer una cosa, sigamos el ritmo de ellos, loco”, dice y sobre un solo acorde realiza una prodigiosa e improvisada faena vocal, como si fuera un Janis Joplin travestido de Caballito, sorteando felizmente el momento. Luego sí llega la recompensa con una tristísima versión de “Aprendizaje”.
Nito, con su afinación imperturbable, y Charly modernísimo, con sonido de piano eléctrico y sintetizador, bien secundados por Rinaldo Rafanelli y la poderosa batería de Juan Rodríguez, sonaban diferentes a la postal que hoy uno puede tener de Sui Generis. Y en el “adiós” no parecen despedirse emotivamente de un período fecundo de sus vidas; da la impresión de que Charly lo pisotea, se lo saca de encima a puro grito, a puro genio, intactas sus antenitas vinílicas, con resto para la improvisación genial.
Cuando todo está por concluir, García no despide a la gente, la echa: “Después de esto... les pido... ¡que se vayan!”. Los de la primera función no se querían ir y los de la segunda estaban ansiosos por entrar. Y luego del tema que todos esperaban escuchar, “Rasguña las piedras”, los expulsa con un rock and roll llamado “El blues del levante”, con una letra muy subida de tono que hablaba de minas, frazadas, polvos y un bulincito, anticipando la fantasía de “Cómo conseguir chicas”, pero en una expresión que hoy merecería condena por incorrección política.
Se puede observar a la distancia que el momento del Adiós agarra a Charly en plena transformación. Como si el “Say No More” fuese un alien que comenzó a incubarse hace cuarenta años. En ese entonces, Charly García ya hacía rato que era ídolo. Aun hoy, pese a tanta materia bajo sus puentes, lo sigue siendo, aunque muy transfigurado. Y Nito Mestre sigue cantando en la nota original. Tan distintos, tan iguales: tan parecidos a nosotros mismos cuarenta años después.
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