Domingo, 6 de septiembre de 2015 | Hoy
PERSONAJES > JUAN FALú
PERSONAJES Figura clave del buen momento presente de la música popular, Juan Falú se muestra incansable. Guitarrista del mundo él mismo, organiza el notable festival, máximo en su rubro, que volverá en noviembre. Creador en 1990 de la cátedra de Música Argentina en el conservatorio Manuel de Falla, ahora está a punto de inaugurar la licenciatura de música argentina en la Universidad Nacional de San Martín. Y como si fuera poco tiene tres discos en gateras. Desde Chaco, donde participó del encuentro Huella Argentina, Juan Falú cuenta a su manera irónica y ácida su vida desde el exilio en Brasil de muy joven a su presente hiperactivo, pasando por su complicada relación con el famoso tío guitarrista, don Eduardo, al que idolatraba pero que también lo llevó a terapia.
Por Mariano del Mazo
En la figura alargada de Juan Falú confluyen la calle y el conservatorio, la bohemia y el diseño de movidas culturales, el pasado y el presente, la militancia y la tradición, el exilio y, siempre, los ramalazos de una inteligencia ácida. En esa figura aparece el cruce de caminos de muchas de las encrucijadas de la cultura de los últimos cuarenta años. Se trata, al fin, del temperamento sedimentado de un hombre que tuvo el tupé de ser peronista de izquierda y tucumano... y de rondar los veinticinco en los 70 más espesos. Sobrevivió y ahora trasmite una extraña sabiduría. Juan Falú debe ser uno de los artistas argentinos menos sometidos a los lugares comunes. Esa inteligencia se parece bastante a la incorrección que lo envuelve en polémicas laberínticas de las que sale siempre por arriba. Con la guitarra.
Ahora está en Resistencia, Chaco, en el marco del encuentro Huella Argentina (ver recuadro). Se mueve con la torpeza de los demasiado altos y lo saludan como a un patriarca. Lo interrumpen, le hacen preguntas: piquetes afectivos que él toma con parsimonia provinciana. “La defensa de ciertos conceptos, ciertos valores, el trabajo con la guitarra, la docencia... No sé, son muchas cosas que deben haber condicionado la mirada que recibo del otro. Es una explicación posible a tanta cariño.”
Nació en San Miguel de Tucumán en 1948. Antes de narrar datos de los singulares aspectos de su primera juventud –pensar solamente en un psicólogo revolucionario que vendía filtros industriales en Brasil–, no está mal detenerse en una circunstancia medular, que consumió kilómetros de diván. Es la respuesta a una pregunta que él mismo se hizo durante décadas: ¿qué significa llamarse Falú y tocar la guitarra? “Todo un tema. Un temazo. Yo tenía una, te diría, desmesurada admiración por mi tío Eduardo. Era una fijación. Para mí él era el mejor pero no sólo en la guitarra: en casi todos los aspectos de la vida. Hace poco mi madre, que está muy viejita y que por eso se expresa sin filtros, me dijo en Tucumán: ‘Juan, cuántos logros tenés... Lástima que no esté tu padre para verlos. El siempre me decía: ‘Eduardo hay uno solo’”.
¿Es cierto que fue durante años un tema de terapia?
–Sí señor. El tema era que yo ante la presencia gigante de Eduardo sentía la imposibilidad de llegar. Me costó creer en mí. Pero por suerte no renuncié a la guitarra. De alguna manera con esa idea me fortalecí: si mi plan hubiera sido ser como él hubiera fracasado rotundamente. Entendí que soy un músico y lo admiro cada día más a Eduardo. Pero ya no es un dios. Hace muchos años que le doy vuelta a esta historia. Tuve que elaborar situaciones tristes: me hubiera gustado estar más cerca de él, tocar con él.
“Antes de tocar en el centro Al-Andalus de la calle Moratalaz de Madrid, le rogué a la presentadora que hablara de mí y no de mi parentesco con Eduardo, famoso y muy querido en España.
‘Soy el sobrino’, respondía mil veces a la pregunta sobre los lazos. ‘Es mi tío’, menos veces, como para situarme al centro de la relación. ‘Es mi madre’, en ocasiones, cuando los huevos me llegaban al piso.
En los últimos tiempos, ya con el tío lanzando a su propio hijo al estrellato, apelé a la fórmula de la Santísima Trinidad para señalar que, estando el padre y el hijo, yo vendría a ser el espíritu santo. Esto me divierte mucho, porque dejo la interrogación flotando en el vacío y al preguntón sin convicción para un retest.”
La presentadora me juró que hablaría de Juan y punto.
El ambiente era por demás agradable.
Junto a la silla del escenario había una mesita y sobre ella un platito de aceitunas y un vino Rioja mortal.
Cumplió. La presentación excluía cualquier parentesco con nadie.
Si hasta parecía que hablaba de un artista huérfano.
Para finalizar dijo: –Con ustedes, Eduardo Falú.
(De su libro de memorias y anécdotas, Ridiculum Vitae, 2003)
En forma simultánea a su inscripción en la Facultad de Psicología de la Universidad de Tucumán fundó junto a otros alumnos la U.N.E. (Unión Nacional de Estudiantes), semillero de sectores combativos como las Fuerzas Armadas Peronistas, donde Falú militó. La música quedó al margen, a un costado de la trinchera, y mientras observaba cómo se perfeccionaban los mecanismos de la represión en el pago chico –uno de sus hermanos, Luis, cayó en el coto de caza de Bussi: desapareció en julio de 1976– contempló la idea de irse del país. Tenía 28 años y un hijo de uno. Eligió Brasil porque pensó, con más ilusión que candidez, que podía ser algo circunstancial. Que el regreso quedaba a tiro. “El exilio nos agarró muy jóvenes. Yo no estaba preparado para el destierro. No estaba preparado ni psíquica ni emocionalmente. A los tres años de estar en San Pablo nació mi hija. Tenía dos niños muy pequeños, y nada de laburo. Llegué a tocar bolero y tango en algunos locales. Me costó soportar el chubasco. Estuve a punto de sucumbir, de dejarme vencer, pero pude salir.”
¿Cómo fue esa salida?
–Fui encontrando la música. Hasta llegar a San Pablo yo era un músico orejero. Y no componía. Andaba por los boliches, tocando y tomando vino. Además del folklore, mi mundo musical lo integraban Astor Piazzolla, Tom Jobim, Joao Gilberto... En Brasil adopté como figura referencial a Pepe Núñez. En él encontré las metáforas más bellas de cosas que yo sentía, esa idea libertaria, de ponerse del lado de los laburantes.
¿Qué incorporaste de la cultura brasileña en tu estadía paulista?
–No supe aprovechar San Pablo. Es, finalmente, una dificultad de todas las épocas de mi vida: tener disciplina para llegar al conocimiento. En San Pablo nunca me puse a estudiar la armonía de los brasileños, que la admiraba profundamente. Al final la aprendí, como aprendo todo: escuchando, fijándome los acordes y después pasarlos por mi toque, a los tumbos.
Hay rasgos brasileños en tu obra.
–Sí, pero no porque me haya puesto a estudiar. Fue todo empírico: me sentaba a practicar y sentía que algo iba a salir. Y a mi manera salía. Lo que tocaba les interesaba a los brasileños.
¿Qué les interesaba?
–No sé. Les costaba ubicarme. No me veían como guitarrista clásico, porque no lo soy además. Y tampoco me podían meter en el lote de los guitarristas latinoamericanos de raíz, con esa rítmica tan marcada. Yo era una guitarra solista que hacía música popular. Y mirá que ellos tenían y tienen unos nenes impresionantes: Baden Powell, Yamandú Costa.
Como si no fuera suficiente su vasta obra discográfica -mucha concebida en colaboración: con Chito Zeballos, con Willy González y Rodolfo Sánchez, con Marcelo Moguilevsky, con Liliana Herrero, como si no alcanzara su severa guitarra –un toque sereno, implosivo– Falú es una usina productiva de pedagogía y de proyectos culturales. Ahora mismo está en la ciudad de San Juan, con el ciclo La música interior que dirige junto con Liliana Herrero y que clausurará esta semana (entre el miércoles 9 y el domingo 13) en el Centro Cultural Kirchner. Es una panorámica de la música argentina dividida en regiones que apunta entre otras cosas, dice, “a ensanchar la base de público”. “Yo soy optimista. En una primera etapa van músicos y gente que conoce a esos músicos. Pero luego, despacio, se va sumando gente. Son trabajos de base. Hay que saludar la gestión de Teresa Parodi en el Ministerio de Cultura, porque ha tenido entre otras cosas un sentido totalmente federal. Siempre tuve una mirada crítica del rol del estado argentino en la marcha de la cultura... Pero ahora hubo otra mirada. Mi crítica no corresponde a ningún gobierno en particular. Tengo la sensación que no hay conciencia en la clase política del rol estratégico de la cultura en el destino de un pueblo. Si hubiera conciencia habría ejes de gestión insoslayables, que arrancarían desde la escuela primaria. Igual es un gran momento para nuestra música.”
¿Por qué?
–Hay lazos muy firmes con el ayer, y eso es garantía de memoria histórica. Los jóvenes tienen buenos referentes en cuanto a obras e intérpretes. Ya no me preocupa la difusión. Cuando las obras son buenas se terminan conociendo. Pueden demorar, pero al final se conocen. Me preocupa el reverso, que lo mediático pueda instalar basura. Igual, creo que esa basura no llega bloquear el buen arte que se está generando. Tenemos público, músicos y espacios.
Su actividad es torrencial. En 1990 creó la cátedra de Música Argentina en el Conservatorio Manuel de Falla; desde el 2000 incluyó las carreras de Tango y Folklore. Está a punto de inaugurar la licenciatura en Música Argentina en la Universidad de San Martín. Estuvo a cargo del ciclo Cajita de Música, de capacitación de maestro de escuelas públicas. Para el Centro Cultural San Martín desarrolló el programa Maestro del alma con Hilda Herrera. En noviembre volverá a dirigir ese clásico llamado Guitarras del Mundo, el festival más grande del mundo en su rubro. Tiene dos discos para editar: uno de nuevas composiciones propias y otro que es un registro en vivo de un concierto junto con Moguilevsky. El de temas nuevos es una fotografía de su presente. “Uno tiene momentos. Hay etapas para romper estructuras y otras para apegarse a lo tradicional. En este momento me gusta la idea de lo viejo. En una misma composición trato de que se mezclen ideas viejas y nuevas. Ya no me parece interesante discutir la tradición en contraposición con la modernidad.”
¿Por qué?
–Porque me parece más válido discutir la idea de la tradición. No me gusta el tradicionalismo... pero ¿qué culpa tiene el árbol o el caballo que se los use para un discurso conservador? Me gusta la tradición en una zamba, y me gusta el vuelo de una zamba. No me importa tanto donde uno está parado. Me importa estar parado. Más ahora, que estoy de duelo...
¿Duelo?
–Sí. Me jubilo como docente en el Falla. Me despido en cada clase que doy... Me emociona mucho... Terrible duelo.
El paso del tiempo...
–El paso del tiempo. No es un tema que me sea ajeno. Pienso en la muerte prácticamente todos los días. Nada más que en vez de deprimirme, se me da por trabajar. No paro. Laburo como loco en mil cosas. Me rodeo de jóvenes. Hace ocho años que no fumo. Me hago el gil, viajo, grabo, escribo, pero no dejo nunca de pensar en la muerte, esa presencia... ¿Es natural, no?
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