Domingo, 15 de noviembre de 2015 | Hoy
PERSONAJES > ESTHER SOTO
Personajes Es la mamá de Liliana y Lito y la viuda de Donvi Vitale, pero los vínculos son apenas un aspecto de esa fuerza natural que es Esther Soto: a los 82 años, mientras dirige la estructura productiva de su familia de artistas, ahora también se dedica a la poesía y la edición –de discos y de libros, desde el nuevo poemario de Gabo Ferro hasta un libro de conversaciones con Donvi, pasando por sus propios poemas–. Y en su trayectoria vital está inscripta una historia de la Argentina: militante de una facción del trotskismo y proletarizada en su juventud, integrante de la resistencia peronista, estudió arqueología y antropología mientras sus hijos aprendían música, en casa, con el piano de un obrero que Donvi se había traído de la fábrica. En los 70 fue fundadora de MIA, una de las grandes experiencias independientes no clandestinas durante la dictadura. En esta entrevista, Esther Soto habla de todo ese pasado pero también de su presente como editora en Ciclo 3, donde otra vez, conviven el arte, el riesgo y la independencia.
Por Mariano del Mazo
Su curtida y hermosa figura –sangre española y coya– es lo primero que se ve cuando se ingresa a la casona de San Telmo. Pasando el patio: toma mate, fuma y fuma, chequea mails y casi no registra los satélites que orbitan a su alrededor, un acotado equipo de asistentes que mantienen en pie la modesta estructura productiva de los Vitale. Está a días de cumplir 82 y hace rato que las nieves del tiempo platearon su sien. Esther Margarita Soto, la madre de los chicos, se ríe de los años: hace 60 años seguía a un futuro marido “demasiado petiso” que la incitaba a “concientizar al proletariado” en fábricas del sur; ahora, cada madrugada hunde la cabeza en la pantalla de la computadora para escribir prosa poética sobre “sus sombras, sus duelos, su sensualidad, su esperanza, su finitud”.
Todo lo que escribe Esther Soto de alguna u otra manera refiere a Rubens “Donvi” Vitale, el hombre que, dice, le enseñó absolutamente todo. Murió en el 2012 pero en la casona es una omnipresencia. Su escritorio permanece intacto, es un museo de carpetas y estantes clasificados por categorías como Peronismo, Filosofía, Música. “Estuvimos siempre juntos. El era hermano de una compañera mía de colegio. Sara, Sara Vitale, una gran artista plástica, que me hizo la tapa de mi último libro. Yo cantaba en el coro del secundario e iba a ensayar a la casa de los Vitale, donde había un piano. Yo me daba cuenta que le gustaba, pero él a mí no me movía un pelo. Era petiso, y no me atraían los petisos. Lo volví a encontrar años más tarde en un tren. El ya militaba y se me acercó a hablar. Quedé deslumbrada por sus convicciones. En 1955 nos casamos con una condición: nos tomaríamos dos años de prueba para ver cómo nos llevábamos. Si no éramos felices, cada uno se iba por su lado. No nos separamos más. En ese momento militábamos en el Partido Obrero Revolucionario, una facción del trotskismo. Estábamos en la resistencia peronista. Se usaba un verbo que ahora suena raro: había que ‘proletarizarse’. Es decir, trabajar en fábricas y militar desde adentro”.
Al ritmo de la proletarización, las mudanzas se sucedían. Cambiaron el sur –el eje Barracas-Berazategui– por el norte y noroeste del conurbano porque, se ríe con un dejo de ironía, como quien refiere a algo demasiado antiguo, anacrónico, “en San Martín estaba descuidada la acción política y había que apuntalarla”. Parecían salidos de una canción de Víctor Jara: ella era obrera metalúrgica en Siam Di Tella y él textil en Productex. No faltó demasiado para que, luego de más mudanzas por Carapachay, anclaran en un territorio mítico para la fundación de la independencia y la autogestión de la música argentina: Villa Adelina.
Donvi estaba cansado de caer preso y Esther empezó a ejercer como maestra y a terminar las carreras de Antropología y Arqueología. En 1959 nació Liliana y dos años después Lito. “Yo iba a estudiar a la Facultad, en tren, a las cinco de la mañana, con Lili de seis meses… Fue duro. No teníamos un mango. Mi suegra, que se llamaba Ricarda, nos daba plata todos los meses que era prácticamente una transferencia al carnicero que nos fiaba. Una santa, Ricarda”.
Donvi fue desarrollando diferentes sistemas de enseñanza musical. Conside-raba que la música debía aprenderse como si fuera un lenguaje, como el inglés o el francés. Una vez se enteró que un amigo de la fábrica tenía un piano destrozado que utilizaba como andamio. Le compró un andamio de verdad, y se llevó el piano roto. Lo desarmó, lo arregló, empezó a tocar y, con el tiempo, a dar clases. Punto bisagra entre la política y el arte, hacía reuniones en la casa “de autocrítica partidaria”. Las tertulias terminaban con pequeños conciertos al piano. “Lito tenía tres años y se quedaba embelesado mirando el piano. Dos cosas lo apasionaban: el piano y ver los caballos del sodero”, dice Esther.
La década del 70 los encontró esperanzados con el retorno de Perón. Fueron a Ezeiza, revisaron algunas posiciones que hoy Esther juzga como sectarias y cada vez más se inclinaron para lo que poco tiempo después sería MIA (Músicos Independientes Asociados), el gran experimento que los trasciende a través de, por ejemplo, aspectos de la actual Ley de Música. Donvi aceptaba más alumnos, entre ellos, un geniecillo con cara de duende llamado Alberto Muñoz. “Alberto quiso tocar con Lili y con Lito. Hicieron ‘La cantata de Saturno’. Fue el proto MIA. Fuimos a ver a Jorge Alvarez y no nos dio bola. Dijimos: vamos a hacerla nosotros”.
Las clases eran los sábados y los alumnos se quedaban conversando con los Vitale hasta tarde: eran Juan del Barrio, Nono Belvis, Kike Sanzol, Daniel Curto y algún otro. Se iban en tren o en el colectivo 71. Como varios habían sido detenidos por la policía en Retiro, empezaron a quedarse a dormir en Villa Adelina y partían recién el domingo a la mañana. “Tenían pelo largo, eso bastaba para que los maltrataran y los metieran en el calabozo. Así que tirábamos colchones por ahí, y se quedaban todos. Algunos no dormían: era meta charla. Se fueron formando parejitas, ¡algunos hasta tuvieron hijos! Fue la etapa más hermosa de mi vida. A pesar de la dictadura”.
¿Por qué?
–Estaba todo por hacerse. Vimos que se venía la noche, y dejamos la cuestión política para dedicarnos a lo cultural, que es otra manera de hacer política. Pero los milicos eran tan ignorantes que no se daban cuenta. No entendían. Nosotros justo en esa época habíamos conocido a Jorge Pistocchi, en su casa de la calle Viamonte. El estaba a punto de sacar una revista, que luego fue el Expreso Imaginario, y nosotros de arrancar con MIA. Fue gracioso, porque Pistocchi le dijo a Donvi que no iba a caminar MIA y Donvi pensaba lo mismo de la revista. “No funciona eso, Esther”, me dijo. Se equivocaron fiero los dos. MIA y el Expreso nacieron y murieron juntos. Donvi y Jorge se admiraban mucho.
No deja de ser curioso que dos de las experiencias independientes no clandestinas de la cultura de los ’70 se disolvieran con la llegada de la democracia. ¿Sólo tenían sentido en el medio de la represión? “Además de MIA y el Expreso, también hay que señalar la tarea de los Redonditos –comenta Esther–. Los conocimos en el Festival Pan Caliente, que era la revista que Pistocchi trató de llevar adelante después del Expreso. Los volvimos a ver años más tarde. Donvi y el Indio hablaban horas sobre política, filosofía, tendencias estéticas. Poli me preguntaba cómo era la cuestión de la independencia. Al final les prestamos la estructura chiquitita que teníamos para que sacaran el primer disco. Lito los ayudó con la grabación”.
Por MIA pasaron, con distinto nivel de participación, Mex Urtizberea, Roxana Kreimer, Gustavo Mozzi, Perla Tarello, Angel Itelman, Sergio Saraniche y muchos más. Eran como apóstoles de las enseñanzas de Donvi. En la casa de San Telmo, enmarcada, sobresale entre diplomas y premios, la tapa del número 35 del Expreso Imaginario de junio de 1979. La foto es extraordinaria en su absoluto espíritu hippie y capta la esencia de lo que se cocinaba en Adelina. El título era elocuente: Grupo MIA: El triunfo de una experiencia independiente. “Fue un momento extraordinario. Y mi vieja tuvo mucho que ver –completa Liliana Vitale–. Mi recuerdo de ella es ahí, en MIA, trabajando en mil cosas. No tengo recuerdos de cuando trabajaba en fábricas o vendía libros o de cuando hacía lo que fuera para ganarse la vida después de dejar la militancia. Con mi hermano éramos muy chicos cuando comenzamos a acompañar a Alberto Muñoz. Mis viejos eran como un alero protector que permitió el desarrollo de propuestas artísticas muy jugadas. Mi mamá creció como productora en ese contexto, fue la que creó el fichero de miles de personas que nos seguían por todo el país y la que inventó lo de pagar el disco por adelantado”.
Liliana Vitale refiere al hoy naturalizado sistema crowdfunding en boga aquí y en los Estados Unidos: una suerte de fideicomiso en el que el fan financia la edición de un disco. Esther Soto estructuró el andamiaje de ese método por el cual recibía el dinero por correo y enviaba el elepé a domicilio. También disponía en cada concierto, como se hace ahora, unos caballetes en la puerta de los teatros para vender los discos directamente, sin intermediarios.
Con la democracia se dedicó básicamente al desarrollo de la intensa carrera de Lito Vitale. El sello discográfico Ciclo 3 –cuyo nombre fue extraído de uno de los ciclos del rock argentino que definió Miguel Grinberg– continuó la tarea autogestionaria, pero sin la mística de MIA. Hoy Ciclo 3 se encuentra totalmente revitalizado: es, también, una editorial. La muerte de Donvi fue un golpe duro para Esther Soto y decidió salir de la depresión inventándose zanahorias, desafíos. Editó Un linyera establecido, el extraordinario libro de conversaciones con Donvi que había quedado inconcluso; escribió un poemario propio, Adalay, las almas sin edad, y se recibió así de joven poetisa pisando los 80; trabajó con el editor Salvador Gargiulo en la producción del maravilloso Siwa, una publicación de literatura geográfica cuya cuarta entrega está dedicada a las islas y cuenta con aportes de Luis Gusmán, Guillermo Saavedra, Ariel Dilon, Luis Chitarroni y otros. “Estamos trabajando mucho con Gargiulo. El fue el que me convenció de que me largara a publicar lo que estaba escribiendo durante las madrugadas. Le hice caso. Ahora sacamos mi segundo libro, Epifanías profanas”.
Lentamente Ciclo 3 se está posicionando como una de las más interesantes editoriales independientes, y Esther lo sabe. Se la ve feliz. Están trabajando sobre un libro de memorias de Jorge Pistocchi: “Va a ser muy importante ese libro. Pistocchi le entregó los materiales a Gargiulo dos días antes de que muriera. El había quedado muy entusiasmando con el que sacamos de Donvi, quería algo parecido”. La última joya es el delicioso libro de poemas de Gabo Ferro: ‘Recetario Panorámico Elemental Fantástico & Neumático’. Cada poema es una receta. Como define Gabo: “Son fórmulas, ingredientes e instrucciones para practicar en algún campo, pisando una sobra, sobre un cuchillo, detrás de un pozo, entre el jugo, adentro de un cajón, a punto de saltar o flotando sobre agua salada entre otros tantos espacios de la tierra o no”. En Gabo Ferro de alguna manera se condensa el aura creativa del viejo MIA. “Gabo quería publicar con nosotros. Yo le dije, dale, ¿qué tenés escrito? Para mí es un genio, como Alberto Muñoz. Me contestó que nada, que se ponía a escribir especialmente para Ciclo 3. Y así fue. Es un libro hermoso”, dice Esther.
Y dice que ya tiene pensado un tercer libro propio. Que le parece una locura lo que está viviendo. Que extraña a Donvi. Que a la noche la visitan todos los fantasmas, “todos”. Que si su hijo Lito leyera música sería un genio absoluto. Que se siente feliz con el premio Konex que ganó. Que cuándo sale la nota. Que por ahora no piensa dejar de fumar. Que ahora sí llegó la primavera.
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