Domingo, 6 de diciembre de 2015 | Hoy
HOMENAJES > FERNANDO PESSOA
A pesar de que él mismo, según sus cálculos astrológicos, pensaba que iba a ser reconocido como poeta en el año 2200, ahora, en 2015, al cumplirse ochenta años de su muerte, Fernando Pessoa ya es considerado sin dudas uno de los poetas mayores de todos los tiempos. Por supuesto habrá homenajes y eventos especiales en la ciudad de Lisboa, pero también en otras ciudades, y en Buenos Aires se puede ver una película –Paraíso, de Carlos Gindzberg– basada en su poema Tabaquería. Radar habló con varios especialistas en su obra para indagar en los enigmas que aún quedan sin resolver alrededor de su figura y sus heterónimos.
Por Juan Pablo Bertazza
El lunes pasado se cumplieron ochenta años de la muerte de Fernando Pessoa y se aminoró un poco la espera de ciento ochenta y cinco años que deben pasar para que, al fin, Pessoa sea reconocido. “Ese es el cálculo astrológico que él mismo hizo: recién va a ser reconocido en su plenitud en el año 2200. Tal vez porque considerar que tener genio implica que nunca se lo reconozca en vida. Pessoa murió en una mezcla de timidez, megalomanía, seguridad en sí mismo y discreción. Pasó casi toda su vida entre sombras pero consciente, como dice en Tabaquería, de que tiene todos los sueños del mundo y uno de esos sueños es el de ser reconocido”, explica vía Skype, desde Lisboa, Jerónimo Pizarro, un colombiano que además de doctorarse en literaturas hispánicas en Harvard, es la persona que mejor se mueve en ese inconmensurable océano de manuscritos inéditos de Pessoa –más de 30.000 folios dispersos entre cuadernos, libretas y papeles sueltos que se encontraron en un baúl luego de su muerte–, material que, al principio, fue conservado por la familia del poeta con cierta incomodidad y hoy engruesa las paredes de la Biblioteca Nacional de Portugal.
Es que además de algunos poemas en inglés, de su intenso trabajo en revistas literarias, de los adelantos dispersos del Libro del desasosiego y de la publicación del poema nacionalista Mensagem (Mensaje) en 1933, la obra de Pessoa, que desde 2006 entró en dominio público, es casi absolutamente póstuma.
Pero eso no intimidó a este joven especialista que, desde hace más de una década, viene ganando un prestigio mundial por su infatigable trabajo de transcripción e interpretación del arca de Pessoa, y los resultados ya empiezan a salir a la luz: en 2010 tuvo a cargo la primera edición crítica del Libro del desasosiego que sacó la editorial portuguesa Imprensa Nacional-Casa da Moeda, donde se puso a discutir fuerte con ediciones anteriores (la primera data de 1982) devolviéndole a una de las obras maestras del portugués su condición de laberinto textual y sin ninguna intención de tapar los baches ni evitar los callejones sin salida que la estructura provisoria y dispersa del libro carga en sus páginas.
Pizarro también viene de editar un libro que reúne las cartas que intercambiaron entre 1912 y 1916 Pessoa y Mário de Sá-Carneiro, uno de los mayores exponentes del modernismo portugués, que se suicidó, a los veintiséis años, en un hotel de Montmartre.
“Las cartas muestran el nacimiento del modernismo portugués en 1915, la aparición de la revista Orpheu y el comienzo de la escritura del Libro del desasosiego, es decir que permiten entender los momentos fundamentales de su producción y de la literatura portuguesa; son cuatro años de una gran intensidad respecto a las vanguardias en Europa en los que ellos discuten quiénes encabezarán el modernismo portugués y cómo renovar el arte literario. Si tenemos en cuenta que, en español, casi no se publicó su correspondencia, este es un libro valioso: Pessoa sigue más vigente que nunca, su omnipresencia agobia a algunos portugueses, Pessoa no sólo resiste el paso del tiempo, sino que no hay un solo escritor en Portugal que esté inmune a él. Vasco Navarro da Graça Moura, destacado autor portugués que falleció en 2014, dio una conferencia en Bogotá explicando, precisamente, por qué lo odiaba y muchos poetas jóvenes de treinta años también suelen pelearse con él.”
También es cierto que, a ochenta años de su muerte, la tremenda vigencia de Pessoa se debe también al hecho de que aún no se lo pudo desenmascarar del todo: el misterio sigue intacto. Es mucho más lo que queda por descubrir que lo que ya se conoce. Se conoce la profunda importancia que tuvo la lengua inglesa en su vida ya que vivió la mayor parte de su juventud en Sudáfrica, a donde tuvo que mudarse poco después de que su padre muriera de tuberculosis cuando sólo tenía cinco años. Es harto conocida la superposición de nombres, genios y figuras de sus heterónimos, entre los cuales se destacan Alberto Caeiro, Alvaro de Campos, Bernardo Soares y Ricardo Reis. Incluso que murió muy joven, por problemas relacionados con la ingesta de alcohol, a los 47 años, en Lisboa. Pero, más allá de todo eso, todavía quedan muchas incógnitas por revelar y muchas páginas por leer, lo cual no deja de ser consecuencia lógica de la proliferación de heterónimos, de la afición del escritor por la astrología, del valor casi mágico que le asignaba a la palabra.
Además de hablar con conocimiento de causa, Pizarro lo hace también desde el lugar de los hechos ya que, desde el lunes pasado y durante quince días más, la poesía de Pessoa invade por tierra, aire y agua la ciudad de Lisboa: graffitis, lecturas en bares emblemáticos como A brazileira do Chiado (donde se fundó la revista Orpheu) o el restaurante Martinho da Arcada (ubicado en la Praça do Comercio), representaciones en teatros, canciones basadas en poemas que suenan en pubs como el célebre Music Box, recorridos urbanos temáticos y hasta una novedosa terapia implementada en algunos hospitales de la capital portuguesa que consiste en leer a Pessoa para levantar las defensas o el ánimo o la sensibilidad.
Luis Felipe Sarmento, uno de los más destacados poetas portugueses de los últimos años, ha dedicado muchos estudios y ensayos a su obra, uno de los cuales fue publicado en 2012 bajo el título Ser todo de todas las maneras. Con fuertes influencias filosóficas (sobre todo de Platón) y hondo contenido político, Sarmento (de quien la editorial Leviatán acaba de traducir el libro Efectos de captura), no escatima elogios a la hora de describir al prócer de levita gris y sombrero: “Pessoa ha dejado de ser un poeta portugués para ser, como Borges, un poeta universal. Pessoa es en sí mismo un mundo, un drama en gente, como él mismo lo definía, con sus 72 heterónimos. Se trata de un caso único en la poesía mundial: un juego de paradojas oculto por velos de una mente perturbadoramente lúcida, un programa estético-filosófico que preside toda su obra. Logró crear una dinámica estética, filosófica y literaria alucinante que lo hace ser muchos en él mismo y, a la vez, difundirse en todos. Con semejante manantial de ideas, Pessoa no es una influencia: es un camino, un recorrido ineludible de reflexión poética y filosófica que deben seguir todos los creadores”.
Argentina, como no podía ser de otra forma, se hizo eco de los homenajes, por ejemplo con Paraíso, una historia de heterónimos, película que está en cartelera desde la semana pasada en el cine Gaumont (Rivadavia 1635, 23 horas) con las actuaciones de Ailín Salas, Fito Yanelli, Eduardo Nicolau, entre otros, y en la que su director, Carlos Gindzberg, se propuso construir una serie de variaciones en celuloide del poema “Tabaquería”. La historia detrás de la película no tiene desperdicio: “En España, un poco antes del ataque a la Torres Gemelas y de nuestro diciembre de 2001, cuando Argentina se hundía blandamente una vez más, anoté en un diario que llevaba conmigo (el 26 de junio) la idea preregrina de construir una película a partir de ‘Tabaquería’, uno de sus textos insignia. Me interesaba mostrar cómo en el texto la realidad parece ir deshaciéndose verso a verso hasta ocupar su lugar la certeza de la nada absurda que se aferra a todas las cosas para pulverizarlas”.
Lo interesante es que, dentro de la fascinación expresada por Gindzberg, y tal como aseguraba hace poco Pizarro, también puede haber algo de reacción e incluso rechazo: “No lo soportaba, me parecía que su profunda melancolía ocultaba un espesor profundamente autoritario, repulsivo, que rechazaba toda preocupación por la Historia, por hacer algo con ella, con los otros, junto a los otros. La vista de Pessoa nunca baja de las estrellas, es hipnótica, se mantiene vertical, nunca te mira a los ojos, juega con ellos, te distrae, se escabulle. Si por momentos sentís que lo mirás en realidad estás viendo un personaje, un heterónimo sin carnadura que padece justamente de eso, de ausencia. Pessoa vive en un hueco, es un hueco, un agujero extraordinario”, explica con notable profundidad Gindzberg quien, después de varias dificultades, finalmente pudo realizar la película y, es cierto, basta leer el Libro del desasosiego para chocar con las innumerables y relampagueantes referencias que Pessoa hace de las estrellas.
“Todo lo que se viene haciendo en Lisboa pero también en otras ciudades como Bogotá y Buenos Aires significa un justo homenaje para uno de los más grandes escritores que tuvo Portugal junto a Eça de Queirós y Saramago, que tiene ese libro extraordinario, El año de la muerte de Ricardo Reis, yo lo aconsejo porque aporta una interpretación sociológica de su obra”, reflexiona, desde su oficina, Henrique Silveira Borges, el embajador de Portugal en Argentina que, “aunque no lo pesquisé hasta ahora”, no descarta tener algún parentesco con el escritor porque “Borges es un apellido portugués”. Eso sí: un poco parece lamentarse de que su intenso trabajo ya no le dé tiempo para los libros: “Yo fui realmente un lector asiduo de Pessoa durante la juventud, y hasta escribí dos pequeños cuentos sobre los heterónimos hace treinta años. El tema de los heterónimos tiene una gran contemporaneidad porque refiere a asuntos como la identidad, la psicología, la alteridad, todo lo cual es muy actual. Borges tiene también ese tipo de juego: los dos tienen una poética muy intelectual, en Pessoa no hay grandes pasiones, pero la emoción aparece casi por ausencia, lo cual es algo muy portugués, no es que sea tristeza lo de Pessoa pero sí una melancolía profunda que tampoco está en Borges. Pero Pessoa es un autor extraordinariamente moderno y multifacético más allá de los heterónimos. Escribía de manera fluida también en inglés, y si bien llevó una vida relativamente apagada, aún hoy se siguen descubriendo sus escritos”, concluye el embajador Borges.
¿Qué importancia tiene Lisboa en su obra?
–El vivió en varias direcciones distintas pero siempre en Lisboa y creo que también en Benfica. Y Lisboa no está tan presente, al menos de manera explícita en su obra, como sí sucede con Queirós, que vivió casi toda su vida fuera de Lisboa porque era diplomático. En Pessoa, que yo me acuerde, la ciudad está más bien implícita, tácita, a través de una soledad muy lisboeta porque Pessoa es un hombre muy solitario, hay en su obra una soledad muy omnipresente, incluso los heterónimos son una forma de multiplicar esa soledad, y la presencia humana resulta evanescente, no hay presencia física, en él es todo imaginario, ensoñación. Claro: Lisboa es una ciudad de gente solitaria, incluso tiene calles donde casi no se ve pasar a nadie, nada que ver con Buenos Aires.
¿Pero la vigencia de Pessoa es más clara en Portugal o en Argentina?
–Percibo que en países como Argentina o Brasil Pessoa es más apreciado que en Portugal, donde los jóvenes leen otras cosas. Yo viví en Brasil muchos años y te aseguro que muchos brasileños conocen mejor su obra que en Portugal. Acá, en Argentina, también es muy conocido, y esto no quiere decir que no sea muy querido en Portugal, pero por ahí uno no mira lo que tiene en su propio país.
Titular de la cátedra de literatura brasileña y portuguesa de la UBA desde el año 2009, Gonzalo Aguilar (que siempre incluye en sus programas a Pessoa) entiende, en sintonía con el embajador, que muchas obras de literatura argentina se pueden pensar a partir de Pessoa, incluso ofrece algunos nombres: El affair Skeffington de María Moreno, ciertas apuestas narrativas de Ricardo Piglia, parte de la poética de Juan Gelman y, sobre todo, en la literatura de Fogwill y Marcelo Cohen, que lo tradujo. “Es difícil dar una razón general para explicar semejante impronta porque con sólo un libro publicado en vida, Pessoa se ha convertido en un clásico en el mejor sentido de la palabra: una escritura que permite pensar y experimentar el tiempo que nos toca vivir y que nos sobrevivirá. Giorgio Agamben, por ejemplo, recurre a Pessoa para hablar de la desubjetivación en los campos de concentración y Badiou utiliza a Alvaro de Campos (uno de sus heterónimos) para desplegar el concepto de ‘fraternidad’. Yo me arriesgaría a decir que, una vez que se impuso la idea de la literatura como artificio, Pessoa fue una salida para darle a esa idea de artificio un riesgo más existencial y en el que se ponía en juego un sujeto que era literario pero también histórico, social y hasta político”, asegura Aguilar.
Y entre las innumerables consecuencias que deja la escritura de Pessoa, hay una que debieron atravesar cada uno de sus lectores: la sensación de que todos los que, en algún momento, hablan de él se transforman, inexorablemente, en un heterónimo más. Como si en esa trampa póstuma y colateral se cifrara el mayor logro de una literatura que, ochenta años después, sigue repercutiendo sin control. Tal vez ése sea el oscuro éxito perseguido por Pessoa quien, desde el Libro del desasosiego, desdoblado hasta lo imposible, diluido en innumerables otredades, se vuelve a burlar de todos: “Casi sonrío, no porque me comprenda, sino porque, habiéndome vuelto otro, he dejado de poder comprenderme. En lo alto del cielo, como una nada visible, una nube pequeñísima es un olvido blanco del universo entero”.
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