Domingo, 13 de diciembre de 2015 | Hoy
FOTOGRAFíA > GAIL ALBERT HALABAN
Cuando se mudó de Los Angeles a Manhattan, en Nueva York, la fotógrafa Gail Albert Halaban comprendió súbitamente lo que era la soledad compartida de la gran ciudad, el contacto fugaz entre desconocidos, el anonimato forzado. Y, claro, lo convirtió en un proyecto artístico consistente en sacar fotografías de ventana a ventana, en un pacto consensuado entre las partes. El resultado es interesantísimo y, como si fuera poco, llega en marzo a Buenos Aires.
Por Sergio Kiernan
Hay dos maneras comunes de entender o sentir la vida en las ciudades. Una es la que sustenta su gloria, la idea de que son nuestra mayor creación y el escenario de una vida mejor. La otra es la que se fija en el costo de la vida urbana y subraya su soledad, la perfecta posibilidad de no conocer a nadie realmente aunque se pase la vida rodeado por millones. El arte y la literatura exploraron esta paradoja amuchada, mostrándonos a los que vivimos en ciudades como hormigas en inmensidades artificiales, como pequeñeces entre edificios, como seres que pasan en paralelo, como sordos, ciegos y mudos los unos hacia los otros.
La fotógrafa norteamericana Gail Albert Halaban decidió explorar un lado naturalmente visual de esta condición humana. Sucede que en las ciudades nos vemos de un modo inevitable: podemos pasar la vida ignorando al otro, silenciando lo que dice; podemos no olerlo y fácilmente no tocarlo, pero es materialmente imposible no verlo. De hecho, el habitante de la ciudad desarrolla tempranamente un complejo protocolo visual que va de la manera de esquivar en la vereda hasta el tiempo justo en que se hace contacto visual, siempre cargado de significados. Más pregnado de ambigüedades, el protocolo incluye maneras de ver cuando se supone que no deberíamos, la pretensión de no ver lo que vemos, y el curso acelerado de actuación que implica fingir que nadie nos ve cuando nos están viendo.
La expresión concreta de esta paradoja que eligió Halaban es la que crea una ciudad en altura, una de medianeras. Como sabe cualquiera y en particular el que vive en esas calles que son valles entre muros de departamentos, es inevitable ver al otro en alguna de sus intimidades. Nuestras ventanas dan a otras ventanas, vemos a los otros en sus vidas como ellos nos ven a nosotros. El ciudadano urbano termina conociendo de vista al que da fiestas, al que come solo, al que reúne la familia a la noche, al que lee, al que vive en la cama, enfermo o sano, a la que fuma en el balcón, al lindo, al feo, al indiferente. Hay intrigas sobre cómo será ese cuadro de cerca, qué son esos libros más adivinados que vistos, por qué alguien puede querer un televisor tan grande. Cada tanto hay una nova de atención, un drama en vivo, una discusión gritada, un polvo.
Con lo que Halaban tomó la cámara e inició un proyecto, el Out my Window, nacido hace diez años cuando se mudó de la abierta Los Angeles –un inmenso conjunto de casas que apenas califica como ciudad– a Manhattan, la parte más alta y densa de Nueva York. Cuenta Halaban que en parte el proyecto surgió por las noches en vela que le causaba su beba, horas en que miraba por su ventana, “esa frágil barrera entre lo familiar y lo desconocido”, y a veces veía desconocidos que le devolvían la mirada. La recién llegada absorbió los ritmos de la ciudad, la ruidosa salida de los bailables, la ventana siempre iluminada del noctámbulo, la manera en que en una ciudad los desconocidos viven entre desconocidos y tratan de formar relaciones, comunidades.
El proyecto terminó formalizado con ciertas reglas. Primero, se fotografía de una ventana a otra, con permiso de ambas partes, que así agregan al “cómo veo” el “cómo me ven”. Halaban presenta a las dos partes, trata de que hablen y sepan, finalmente, cómo se llaman y a qué se dedican. Las fotos siempre se sacan con un lente normal, sin teleobjetivo ni accesorios de espionaje, para reflejar cómo ve un ser humano. Desde 2012, el proyecto hasta se puso digital y remoto, con la autora dejando cámaras en ventanas diversas y operándolas desde su laptop, esté donde esté. El Out my Window cubrió en detalle Nueva York, tuvo una larga y profunda estadía en París, tocó rápido en otras ciudades. Y en marzo llega a esta Buenos Aires.
Quien quiera participar puede comenzar por ver el material de Nueva York y París en www.gailalberthalaban.com, la página que contiene una buena antología de tomas. La idea se transmite de inmediato, como la serenidad y la sofisticación de las imágenes, realmente valiosas como fotos. El siguiente paso, pidió la autora a Radar, es sacar unas fotos desde la ventana, para que ella pueda entender la situación, y mandarla con un mínimo de información –nombre, lugar– a [email protected], la dirección que acaba de crear para el proyecto porteño. Las reglas son simples: puede ser una casa o un departamento, en cualquier barrio o lugar, de cualquier estilo y nivel. La condición es, por supuesto, que se vea al otro, a la otra ventana, al balcón, que la ventana propia sea barrera y también lente para ver.
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