Domingo, 14 de febrero de 2016 | Hoy
PERSONAJES > NEIL YOUNG
Con una carrera increíble llena de maravillas y períodos confusos, activismo y peleas con discográficas, bandas legendarias y discos personalísimos, Neil Young y su vida nómade se convirtieron últimamente en objeto de interés inédito. Tanto que, el año pasado, se distribuyeron en Argentina dos libros sobre sobre su vida y obra: la autobiografía El sueño de un hippie (Malpaso) y la excelente biografía Shakey (Contra) de Jimmy McDonough y sus 900 páginas. Como si esto fuese poco, Young publicó una segunda autobiografía, Special Deluxe, recién editada en España. Los tres libros permiten armar el rompecabezas, o intentarlo: desde la infancia triste y la poliomielitis en un pueblito de Canadá hasta Crosby, Stills, Nash & Young pasando por sus hijos afectados de parálisis cerebral, sus inventos, su pasión por la ecología y los autos, y su fobia a la prensa. Todo sobrevolado por el genio esquivo de sus canciones, a veces clásicas, a veces inclasificables, siempre rebeldes.
Por Sergio Marchi
Neil Young es un artista inexplicable. Su carrera está llena de recovecos, ramificaciones, desvíos, suicidios artísticos, obras maestras, experimentos fallidos y exitosos; manifiestos políticos, contradicciones, sociedades breves y alianzas duraderas, nada escapa a su estado de ánimo cambiante como el viento. Casi que bordea la asociación ilícita de ideas, cuando se pone en su rol de inventor y trata de llevar a la realidad algo que parece un divague fumeto, rebote de un mal ácido de los ’60, y logra interesar a inversores en su delirio. Lo mejor es que a veces consigue financiación completa y plasmarlo en la realidad. Como su reproductor de audio Pono, cuyo nombre desciende de una palabra hawaiana que se refiere a la pureza; en este caso, del sonido.
Amigo de los viajes, la carretera, los perros, los autos y la radio, Neil Young lleva aun hoy, a sus 71 años, una vida de road-movie: dejó Canadá por California, siguiendo a un tal Stephen Stills, con el que integró la banda Buffalo Springfield, de corta vida y alta reputación. Luego se hizo solista, por más que le dijeran que como cantante era un extraordinario guitarrista. Le fue bien, hasta que le fue muy bien con su tercer y cuarto disco: After The Gold Rush (1970) y Harvest (1972). Le dio nervio rockero a la naciente escena del folk-rock, que luego lo llamaron para reforzar al enorme trío conformado por David Crosby, Stephen Stills y Graham Nash. Y desde entonces, no hizo dos discos iguales: grabó treinta y cinco, y hay que sumarle los que hizo en vivo. “Sigue su musa”, afirman los que lo conocen y los que no. Su vida es un trabajo en progreso que lo ha hecho recorrer varias veces el mundo. La peli no para.
Tan inexplicable es Neil Young que en una ocasión, el dueño de la compañía que lo tenía bajo contrato, David Geffen, lo llevó a juicio por hacer “discos que no se parecen a los de Neil Young”. Geffen Records se perfilaba como uno de los sellos destinados a hacer historia, tras haber pagado un millón de dólares (suma exorbitante en 1980) para publicar Double Fantasy, sin saber que sería el disco final de John Lennon. A Geffen le gustaban las apuestas fuertes y también contrató a Neil Young, cuyo primer álbum no le complació y le pidió que hiciera otro. El artista entonces le entregó Trans, un trabajo en el que daba la impresión de querer adaptarse a los nuevos sonidos tecnológicos previstos para los años ’80. Fue un fracaso rotundo y Geffen, un poco harto, lo conminó a que hiciera “un disco de rock and roll”.
En una de sus dos autobiografías, Neil explicó: “Quizá con cierto afán de venganza grabé Everybody’s Rockin’, un disco de rock and roll de toda la vida que es lo que literalmente me había pedido. Materialicé su desacertada petición transformándome en un rockero a la antigua. Por supuesto, mi interpretación literal de su petición no coincidía con lo que él había pensado. Quería otro Rust Never Sleeps. Creo que al Tipo que Era Presidente (David Geffen) lo presionaban para que publicara éxitos de ventas. Entonces grabé Old Ways (viejas mañas) en Nashville. Tampoco les gustó. No lo publiqué y grabé otro disco en Nashville, que también titulé Old Ways. Me gustaba. A ellos no les gustó nada”.
Tras esos acontecimientos, llegó la famosa demanda por una supuesta violación de contrato, “al grabar discos poco característicos de Neil Young”. Obviamente, Geffen perdió el juicio (y seguramente la razón), porque la característica de Neil Young es, justamente, hacer lo que se le venga en gana, como lo demuestra la explicación que se citó en el párrafo anterior, extraído de Memorias de Neil Young: El sueño de un hippie, publicado en Argentina por Malpaso. Pero tratándose de Neil Young, hace falta leer mucho más y, por fortuna hay un montón de otros libros, dos de ellos disponibles en Argentina y en castellano.
El primero es Shakey, escrito por Jimmy McDonough, cuya publicación original data de 2002 y que se distribuyó en Argentina durante el año pasado. El otro, se titula Special Deluxe y al igual que “El sueño de un hippie”, fue escrito por el propio músico, que se negó siquiera a contar con la colaboración de un “ghost writer”. Existe una razón sanguínea para esto: su padre, Scott Young, fue un renombrado autor y exitoso periodista de The Globe and Mail, uno de los diarios de mayor circulación de Canadá. Special Deluxe (2015) es un subproducto de El sueño de un hippie (2012), como un ramalazo de cosas que quedaron en el tintero, literalmente.
La historia de Neil Young está hecha de la materia que encontramos en los mejores cuentos; los hechos, por sí mismos, son lo suficientemente dramáticos como para que no haga falta decoración literaria alguna. Una infancia en el pueblito canadiense de Omemee, de setecientos cincuenta habitantes, relativamente cerca de Toronto. Una enfermedad devastadora que dejó secuelas: el último brote de poliomielitis antes de la vacuna descubierta por Jonas Salk. Interminables viajes a la península de Florida para proteger a Neil del frío que agarrotaba sus músculos. Una separación parental traumática, que derivó en una niñez al lado de una madre alcohólica. Y el rock and roll que opera como fuerza salvadora en todo momento.
Por si solo, todo esto, podría lograr un libro de lo más entretenido. Sin embargo, más allá (y en este caso hay mucho más allá) se extiende una inmensa pradera por donde pasta la leyenda de Neil Young, el verdadero indomable del rock.
De los tres libros, el mejor de todos, por lejos, es el que escribió Jimmy McDonough: Shakey, titulado así por uno de los tantos seudónimos que adoptó Neil Young en su carrera. A lo largo de nueve tortuosos años, el escritor amasó unas setecientas páginas, con la colaboración del propio Young que en un principio le dio piedra libre, pero que luego fue cambiando de parecer. Se produjo un dilema; Young envió a su manager, Elliott Roberts a comunicarle a McDonough que no quería seguir adelante con el libro. El autor, que ya había invertido seis años de trabajo, lógicamente deseaba terminarlo, ante lo cual Roberts amenazó con demandarlo. Siguió una larga discusión sobre la posibilidad de una demanda, no solo porque Neil Young es una figura pública, y como tal puede ser sujeto de escritura, sino porque además había conversado extensamente con el autor para el mentado libro, y fue el propio mánager quien le abrió a McDonough todas las puertas del amplio mundo de colaboradores de Young que, fieles a su jefe, son completamente refractarios a todo lo que tenga que ver con la prensa. Mánager y periodista discutieron a los gritos, y hubo epítetos gruesos en una tórrida conversación, con amenaza de juicios legales y bíblicos también. Se cuenta en el libro.
- ¿Cuánto decís que me van a garchar? - le gritó enfurecido, McDonough a Roberts.
- Un poquito; solo lengüita y un par de deditos, sin penetración total - respondió el mánager.
Con ese grado de pasión y socarronería, está escrito Shakey, cuyas novecientas y pico de páginas en castellano atemorizarían a cualquiera, fan o no de Neil Young. MdDonough se abate como un púgil sobre la historia, la que narra con buen estilo y una exasperante cantidad de detalles que pueden agobiar, pero que finalmente rinden porque cada uno de ellos está orientado a tratar de entender a la compleja criatura que es Neil Young.
Toda biografía bien construída requiere paciencia, tenacidad, y una enorme capacidad de trabajo. En ese sentido, Shakey, es un triunfo indiscutible y absoluto. Los personajes principales emergen del texto como si fueran a cobrar vida. El encuentro de McDonough con Rassy, la madre de Young, que en ese entonces estaba muriendo de cáncer, es inolvidable. “Seré cremada y tirarán mis cenizas en la basura –le dijo riéndose entre dientes–. Hasta pagué por eso: cuatrocientos ochenta y cinco dólares. El alto precio de morir”.
Además de las peripecias de la vida con sus padres, juntos y separados, Neil Young tuvo que afrontar la vida con tres hijos, dos de los cuales nacieron con serios problemas de discapacidad, sin contar las dificultades que se le presentaban a él mismo, en patologías diversas como trastornos de ansiedad, ataques de pánico o, directamente, convulsiones epilépticas. El apodo Shakey viene también por eso. Es revelador el tramo donde Neil Young explica el porqué de Trans, su disco tan “poco característico”: sublima en su obra el proceso del crecimiento de su segundo hijo Ben, que nació con parálisis cerebral, al igual que el primero, Zeke, pero afectado en forma más severa. No es un disco tecno, como pensó la crítica en 1982: en realidad trata sobre las dificultades en la comunicación con un niño que no puede hablar pero que, como queda claro en el libro, se encarga de decirlo todo con la mirada.
Memorias de Neil Young: El sueño de un hippie es un divague. Algo paradójico porque Neil Young dejó de fumar marihuana y también abandonó la bebida cuando comenzó a escribirlo. Tampoco deja de ser curioso el motivo: evitar el Alzheimer que se apoderó de su padre a los setenta y cinco años, y le impidió seguir escribiendo. “Ya no puedo recordar sobre qué escribía”, le confesó en uno de sus últimos raptos de lucidez. Neil también necesitaba recargar las baterías, bajar un cambio, y aprovechó esas circunstancias para volcar sus memorias por escrito, tal vez elaborando el duelo de perder a un padre ejerciendo su profesión. Era como una mezcla de auto-examen y exorcismo.
Neil Young: “Ahora, sesenta años más tarde, aquí estoy con el ordenador, por fin siguiendo el ejemplo de mi padre. Estoy preparado. Me enseñó todo cuanto necesito saber y ha llegado el momento de poner en práctica mis conocimientos. ‘Escribe todos los días -solía decirme- . Te saldrá de todo, te sorprenderás’”. Fue profético; si algo bueno se puede decir de este libro, es que es variado. Y si algo malo hay que subrayar, es que por momentos Young se pone muy pesado promocionando sus inventos, sobre todo el Pono, el formato con el que se ha propuesto devolverle a la música el brillo perdido a manos de la compresión del malvado MP3. También publicita su auto ecológico: el LincVolt. Llega a ponerse cargoso.
Neil Young es como una de esas personas que comienza a contar una historia y se va por las ramas. Todo el tiempo: es como Tarzán. No por eso el libro deja de tener sus momentos de interés, pero cuesta encontrar la liana que llevará al próximo capítulo o a la próxima historia relevante. Toca todos los temas que McDonough trituró en Shakey, pero no agrega nada ni en la forma ni en el detalle. No es que quiera ocultar algo, sino que no encuentra el modo, así como a veces una canción no encuentra la tonalidad o los arreglos que le dan vida.
Pero deja sus pensamientos en claro y eso tiene su valor. “Me gustan los grupos por motivos variados -escribe-, y los motivos no siempre son coherentes. Respeto mucho a Pearl Jam. Siento lo mismo por Nirvana y Sonic Youth. Algunos de mis grupos favoritos son: Mumford & Sons, My Morning Jacket, Wilco, Givers y Foo Fighters. Respeto a los grupos con los que conecto por su entrega (los grupos que posan suelen cortarme el rollo). Todo depende de la emoción que me provoquen. Para mí, la música es pura emoción. Con las personas me pasa algo parecido”.
Con lo desparejo de Memorias de Neil Young: El sueño de un hippie, el lector quizás tenga un mal presentimiento acerca del segundo libro escrito por Young, cuyo tema principal será su pasión por los autos. Special Deluxe sorprende, porque da la impresión que Young ha aprendido algo del oficio, o que se ha acostumbrado a la nueva vida sin marihuana ni alcohol. También repite algunos errores cometidos en su anterior escrito, quizás atormentado por la culpa de haber sido tan fanático de los autos que contaminaron tanto el ambiente que ahora se desespera por proteger.
El paisaje comienza a ponerse bueno cuando el lector atravesó los primeros cien kilómetros (o páginas), en donde cada auto dibujado por el propio Young preside un capítulo. Cada uno tiene su apodo: Pocahontas, Mort (un coche fúnebre que le servía para llevar sus equipos), The Norge; Neil los dota de personalidades propias y octanajes particulares; es tierna su pasión por viejos vehículos, que ofician como transportes para historias musicales y humanas. De esas que tal vez un escritor profesional descartaría, pero que para Neil son mojones emocionales. Es así como el lector sabrá del aprecio y admiración que Young tenía por el músico Ben Keith (considerado una leyenda de Nashville), a tal punto que murió en casa de Neil. O que fue Ben Keith (que ayudó a concretar el sonido único de Harvest), que le consiguió un perro para su esposa, al que Young bautizó Elvis.
Tanto en Special Deluxe como en el anterior abundan las anécdotas, como cuando la madre de su hijo Zeke, la actriz Carrie Sodgress, intentó pasar unos porros a través de la frontera entre Canadá y Estados Unidos. Hizo la clásica maniobra de camuflarlos entre los pañales del bebé, pero se ve que ya era algo que las autoridades aduaneras tenían en cuenta. Fue un chiste barato: insumió unas pocas horas en la cárcel de Buffalo. Historias divertidas que compensan la no oculta intención de Neil Young de que sus libros sirvan para algo más: vender Pono, concientizar sobre las emisiones de monóxido de carbono, las ventajas de un auto eléctrico, y otras pasiones que alimentan su insaciable curiosidad y filantropía.
Lo que Neil Young no parece tener en cuenta, es que ese algo más donde se destaca es el cuidado de sus hijos. No es fácil ser una estrella de rock and roll y crecer con dos hijos con durísimos problemas cerebrales. Allí es donde su condición de artista lo ayuda: conecta con ellos a través de la sensibilidad. Eso se pone de manifiesto en sus dos libros, con naturalidad y sin pretensión adicional. En Shakey, en cambio, McDonough hace el trabajo periodístico necesario de hablar con todos, y de su relato surge que, en muchas ocasiones, Young no pudo estar presente. Aunque queda la duda de si se trata de una queja legítima de una ex mujer o de una ausencia que tiene cierta justificación por la naturaleza del trabajo de Neil, y su hiperactividad que bordea lo patológico.
Los dos libros firmados por Young tienen sus méritos y sus defectos; Shakey, en cambio, parece tener solo la falla de la sábana corta, donde el autor tiene que apretar el acelerador cuando llega al final de la historia, porque perdió litros de tinta con detalles en la primera parte. Por la naturaleza de la negociación con el artista, McDonough está impedido de actualizar su libro, que lleva la acción hasta 1998, y Neil ya hizo doce discos nuevos de estudio, sin contar el lanzamiento de sus archivos que, se van editando con cuentagotas, porque en El sueño de un hippie, Young amenaza con “la cosa completa”. Es decir, todo lo que grabó, en un solo volúmen.
Pero a esa “cosa”, no habrá libro que la contenga: serán necesarios muchos volúmenes y tratados. Habrá que llamar a un simposio para poder hacerle justicia.
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