Domingo, 13 de marzo de 2016 | Hoy
CINE > SEAN BAKER
Hace algunos años, el joven director Sean Baker sorprendió con Starlet, una particular y delicada película que tenía como protagonista a una actriz porno pero no se focalizaba en eso sino en la soledad, la amistad intergeneracional, sin caer en lugares comunes de “lo marginal”. Ahora estrena en Argentina su nueva película, Tangerine, filmada usando Iphones (aunque en posproducción se hizo un tratamiento de imagen cinematográfico) que sigue durante la víspera de Navidad a Sin-Dee y Alexandra, dos chicas travestis que trabajan, se hacen confidencias y recorren la ciudad de Los Angeles, también protagonista, en sus calles y rincones más hostiles. Hecha de forma casi clandestina y cerca del documental, Tangerine es una comedia enloquecida e histérica, naturalista en su retrato de ambientes pero lejos de la denuncia, la sordidez o la pintura social fatalista.
Por Diego Brodersen
Los títulos de apertura aparecen y desaparecen a una velocidad infernal mientras un fondo engañosamente neutro –amarillo patito con marcas y rayas de toda clase– se revela finalmente como la mesa percudida de un local de comida rápida. De fondo, la versión de Harry Horlick y orquesta del “Vals de la tierra de los juguetes”, una de las tantas variaciones musicales basadas en la partitura de la opereta Babes in Toyland, llevada al cine en varias ocasiones. Sin-Dee y Alexandra, dos travestis de Los Angeles, comparten una dona con fina capa de granas multicolores, excusa culinaria para el reencuentro. Sin-Dee acaba de salir de la cárcel luego de casi un mes de encierro y Alexandra tiene muchas cosas para contarle en confidencia. Por ejemplo, que tiene tetas nuevas o que esa misma noche intentará sacarse las ganas y cantar en público por primera vez. Hay otra novedad, sorpresiva y no tan agradable: el novio de Sin-Dee, un proxeneta y traficante de drogas llamado Chester, le estuvo metiendo los cuernos con otra. Que encima, para colmo de males, imposible haberlo imaginado… es una mujer hecha y derecha (“a fucking raw fish”: el slang queer brilla y los subtítulos no logran captar sus sutilezas). Tangerine alterna planos y contraplanos de una y otra amiga a un ritmo incesante mientras los diálogos ametrallan la pista de sonido, una de las marcas de estilo más evidentes del nuevo largometraje de Sean Baker, el director estadounidense conocido en la Argentina, fundamentalmente, por Starlet, que tuvo su estreno comercial hace un par de años.
En aquel largometraje -la historia de una joven en ascenso en la industria del porno californiano y su relación con una anciana y un perrito chihuahua- las tonalidades eran menos chillonas, el ritmo más calmo y el clima un poco más dramático, aunque alejado de los golpes y los traumas, como ocurre en casi toda la obra del realizador. Tangerine, por el contrario -aunque por momentos no lo parezca- es una comedia enloquecida, histérica, casi una screwball comedy. Tal vez no sea casual que una de las adaptaciones cinematográficas de Babes in Toyland haya tenido como protagonistas a Stan Laurel y Oliver Hardy: por momentos Baker echa mano a recursos como el absurdo e incluso el slapstick para retratar esas pocas horas en la vida de Sin-Dee y Alexandra, la búsqueda del chulo infiel y su nueva “novia” y de algunas cosas más que ocurren entre el atardecer de un día y el comienzo del siguiente, durante las horas de la víspera navideña. Y también en las de otros personajes no tan secundarios, en particular el taxista de origen armenio Razmik (interpretado por Karren Karagulian, presente en todas las películas del realizador a la fecha), que a pesar de tener mujer, hija y suegra anda siempre en busca de alguna “chica” con la cual “distenderse” (el cliché del tachero y la travesti tiene origen, evidentemente, en hechos absolutamente universales). La Christmas Eve de Tangerine está bien lejos de los hogares encendidos, los villancicos y los pequeños ayudantes de Santa.
Sean Baker nació hace 45 años en Nueva Jersey, se crió y educó en Nueva York y vive y trabaja desde hace muchos años en Los Angeles. Pero atiende el llamado en un hotel en Florida, donde anda atareado preparando un nuevo proyecto de largometraje, una historia protagonizada por chicos que transcurre en los alrededores del parque Magic Kingdom, cerquita de Orlando. No será, indudablemente, una película al estilo Disney: “Los protagonistas serán niños, hijos de familias que se quedaron sin hogar y que sobreviven en moteles cercanos a Disney World. Me gustaría hacer algo similar a lo que significó la serie de cortos Our Gang a fines de los años 20 y comienzos de los 30, en medio de la Gran Depresión: historias de chicos pobres enfocadas en sus aventuras y no en sus privaciones. El dolor será el trasfondo, pero en el centro de la historia estarán su juventud, su asombro por la vida y su inocencia”, adelanta Baker. Suena más que lógico en la obra de un director que hizo de la historia de un buscavidas y su encuentro con un pequeño hijo de quién ni siquiera conocía su existencia (Prince of Broadway, 1998) no tanto un drama de humillaciones y padecimientos como un afectuoso e imprevisiblemente cálido retrato de vidas marginales.
Marginales son también, en más de un sentido, las protagonistas de Tangerine: viven de la prostitución, con todos los riesgos físicos y de otras clases que ello implica. Pero el film no está interesado, a pesar de su evidente búsqueda naturalista en la descripción de ambientes y personajes, en encaramarse en la denuncia (¡vade retro!), detenerse en la sordidez o pretender una pintura social fatalista. Así como Starlet no estaba demasiado interesada en hacer una descripción al detalle de la industria hardcore. “Aunque son mundos y comunidades muy diferentes, las protagonistas de ambos films se dedican al trabajo sexual. Y aunque trato de no hacer demasiado autoanálisis de mi obra, obviamente el tema me interesa. Creo que el trabajo sexual debe descriminalizarse y una de las maneras, como director de cine, de aproximarme a esos temas es presentarlos de manera tal que el espectador pueda identificarse o, al menos, conectar, con esos personajes. Tanto estas dos películas como mis dos largometrajes anteriores, Prince of Broadway y Take Out (2004, acerca de un inmigrante ilegal de origen chino) retratan comunidades de las cuales no formo parte. Pero que, sin embargo, me interesa retratar desde un lugar de no alienación”. Esa desacralización de casos y cosas queda en evidencia a lo largo y ancho de Tangerine, pero una escena en particular la ejemplifica a la perfección. Alexandra sube al auto de un potencial cliente para descubrir que éste no tiene dinero suficiente ni siquiera para un pete con forro. “Mi familia me está enloqueciendo, necesito acabar. Puedo hacerlo todo yo y pajearme. Vos podrías agarrarme las bolas o algo”, ruega desesperado. Otro paso de comedia que se revela como tal por las características de la escena y su entorno. Un humor circunstancial y cotidiano.
La cámara sigue a Alexandra, Sin-Dee y otros personajes por calles de Los Ángeles -abiertas, despobladas, por momentos desérticas- que el cine de Hollywood no suele registrar, a excepción de aquellos policiales o dramas urbanos que buscan esas locaciones precisamente para retratar el crimen y la pobreza. El lugar real es, por cierto, algo peligroso (“A mi coguionista Chris Bergoch le robaron la billetera el primer día de rodaje”), pero a Baker no le interesa tanto esa arista como el registro del nerviosismo y la vitalidad del barrio y sus habitantes. Y la de aquellos que utilizan esas mismas aceras y esquinas como otros usan el escritorio de la oficina. El realizador afirma que eso tuvo un correlato en el estilo y el ritmo del film. La cámara sigue a Alexandra, Sin-Dee y otros personajes… pero no es exactamente preciso hablar de “la cámara”. Las gacetillas de prensa insisten en promocionar Tangerine como “la película filmada con un Iphone 5”, tal vez instalando en muchos la fantasía de que cualquier persona puede rodar un largometraje con la ayuda de su teléfono celular. La decisión de utilizar ese particular formato surgió en una primera instancia por problemas de presupuesto, pero rápidamente fue reencauzada hacia una arteria creativa. “Conocía previamente a Kitana Kiki Rodriguezy y a Mya Taylor, las actrices debutantes que interpretan al dúo protagónico. Y también tenía bastante en claro qué historia queríamos contar. Consideramos otras opciones, pero teniendo en cuenta que se trata de una película sobre la vida en las calles reales y que iba a ser rodada de manera clandestina -y que es, de alguna manera, un híbrido entre el cine de ficción y el documental-, todo ello demandaba que el equipo de rodaje fuera lo más invisible posible. Y un Iphone resultaba extremadamente apropiado”. A pesar de ello y de su imagen nítidamente lo-fi, Tangerine sufrió un extenso proceso de corrección de color en posproducción y el mismo rodaje fue apoyado por un adaptador de lentes anamórficos adosados al cuerpo del teléfono, elementos que terminaron dándole a la película “un aspecto claramente cinematográfico”, en palabras de Baker.
Tangerine debutó en el Festival de Sundance hace poco más de un año y desde allí viajó a los mil y un festivales, incluyendo los de Toronto, Viena, Tokio y Mar del Plata, además de disfrutar de un estreno comercial en varios mercados internacionales. El lanzamiento en los Estados Unidos incluyó unas 170 copias diseminadas en las ciudades más importantes, un número relativamente grande para un cineasta artística y económicamente independiente, cada vez más alejado (y a mucha honra) de la Gran Industria. “No me considero un paria o un rechazado. Al menos eso espero. Todos los grandes directores están en este momento mirando hacia la televisión y la industria de cine de Hollywood está patas arriba. En lo personal, he intentado formar parte de esa industria durante unos veinte años, pero ahora, cuando de alguna manera esa industria me reconoce, ya no siento ese deseo. No me interesa contar esa clase de historias, no quiero hacer la próxima Duro de matar. Estoy transitando mi cuarta década de vida y tal vez tenga que ver con eso, con cierta perspectiva que te ofrece la edad”.
Sin-Dee encuentra en algún momento a Dinah, la rubia flaquísima que logró transformarse en la favorita de su pareja durante su ausencia. El encuentro se produce en un lugar imposible, difícil de imaginar en la realidad, y que recuerda a ese inolvidable gag de los Hermanos Marx en el camarote de Una noche en la ópera: el cuarto de un típico motel americano transformado en burdel, tres o cuatro clientes utilizando simultáneamente cada esquina del pequeño lugar como chambre coital. Incluido el baño. Nuevamente, la sordidez transformada en humor, en este caso al límite del surrealismo. “Es gracioso, pero lo es por el comportamiento de los personajes. La comedia está basada en la reacción, creo que eso lo dijo Robert Zemeckis. En este film hay muchas reacciones a situaciones diversas y de allí surge el humor”. Pero, ¿existen esa clase de lugares? “Nunca vi un sitio así con mis propios ojos, lo cual lamento, pero Chris Bergoch sí lo hizo. Él fue quien escuchó acerca de estos prostíbulos improvisados y logró ir a uno de ellos, aunque a último momento dijo que se había olvidado la billetera y tuvo que marcharse. Pero logró ver cómo lucía y cuando me lo contó mi mandíbula tocó el piso. Es tan loco: ocho o diez personas adentro de un cuarto minúsculo, utilizando las tres camas de la habitación al mismo tiempo e incluso el baño, el inodoro y la ducha. De inmediato supe que teníamos que usar esa idea en la película. Además, narrativamente tenía sentido que Sin-Dee encontrara a su potencial enemiga en un sitio como ese”.
A partir de allí, Sin-Dee arrastrará (por momentos, literalmente) a Dinah por media ciudad para encontrar y enfrentar a Chester y llegar a tiempo al debut de Alexandra como cantante. Y Tangerine sigue en movimiento en cuanto medio de locomoción está al alcance de las protagonistas: taxi, subte, colectivo o a pie. También se moverá Razmik, quien cansado de la cena navideña saldrá a la búsqueda de Alexandra. Más tarde se sumará su suegra y luego su mujer y su pequeña hija. El clímax tendrá lugar en otro local de donas: como en una comedia italiana, a los gritos, llegarán las confesiones, imprecaciones, apercibimientos y ultimátums, con el nervioso dedo pulgar de la empleada asiática a punto de marcar 911 para acabar con el despelote. Luego de la tormenta, cuando llega algo parecido a la calma, Baker hace evidente una tristeza que estaba escondida, pero podía ser leída entre líneas, mediante un montaje paralelo al mejor estilo everybody hurts, el único desliz hacia el terreno de los convencionalismos dramáticos de una película que los evita orgullosamente. Corte y a otra cosa, porque la historia se recupera de esa leve herida rápidamente y logra desnudar a los personajes simbólicamente y con gracia antes de los títulos de cierre, que corren algo más lentamente que los del comienzo sobre una tradicional base negra y con el sonido de un lavarropas industrial de fondo. El viaje de Sin-Dee y Alexandra llega a su fin. Y salen mucho mejor paradas que Thelma y Louise, a pesar de vivir en un mundo bastante más salvaje que el de las famosas heroínas.
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