Domingo, 13 de marzo de 2016 | Hoy
FAN > UNA DIRECTORA DE CINE ELIGE SU PELíCULA FAVORITA: MILAGROS MUMENTHALER Y “DIRTY DANCING”, DE EMILE ARDOLINO
Por Milagros Mumenthaler
Después de que me descubriesen con un machete en un examen de alemán sabía que me iban a poner un 0, que esa nota me haría perder el año y conllevaría a que no entrase en el tan anhelado “Collège”. Pero, sobre todo, que sería un dolor de cabeza más para mis padres, que tuvieron la mala suerte de tener 4 hijos desastrosos en el colegio. Tenía dos caminos posibles, el primero era repetir el año, y el segundo era hacer un año de preparatoria en la escuela de comercio para después poder obtener un bachillerato. Elegí el segundo. Que supuso mi caída a un estado romántico patológico depresivo propio de una adolescente de 14 años.
Todo había empezado unos meses atrás cuando mi cuota de popularidad fue decayendo a la misma velocidad que mis caderas se ensanchaban. Me iba distanciando de mi círculo de amigos, de los cuales 3 habían sido novios míos. Fueron noviazgos cortos pero intensos propios de la edad y que serían un alimento cotidiano para mis lamentaciones, anhelos y deseos.
Ese verano empecé a trabajar reacomodando ropa en la tienda Hennes & Moritz, más conocida como H&M, trabajo que continuaría a lo largo del año en mis días libres. Eso me permitía tener una cierta independencia económica para mis salidas nocturnas que consistían casi exclusivamente en ir al cine. Solía ir con alguna de mis hermanas y sus amigas, a veces con mis padres o sola.
El resto de mi tiempo libre me iba a la biblioteca de mi barrio. Entraba y me dirigía siempre a la misma sección: la de novelas rosa. Me llevaba las sagas de Wilbur Smith, las novelas de Danielle Steel, Love Story, Lo que el viento se llevo, también mechaba con alguna novela de las hermanas Brönte, Jane Austen o Colette, lo mío era autoflagelarme todo el verano con historias de amor que en mi mundo real de 14 años nunca me iban a suceder.
Así que empecé el año de la preparatoria con el ánimo por el piso. Allí aprendíamos contabilidad y teníamos cursos de dactilografía. La mayoría de mis compañeros me parecían unos mediocres, me aburrían, así que lamentablemente para mi estado psíquico seguí visitando la biblioteca semanalmente.
Durante toda mi infancia no tuvimos televisor, éste llegó recién a mis 11 años, pero como pertenecía a una familia de progres su uso era restringido, muy restringido. Mis padres se llevaban el cable del televisor cuando salían pero nosotros conseguimos uno de repuesto. Ansiábamos que llegase el jueves para que saliesen por la noche y así poder ver Dinastía, yo esperaba impaciente las escenas con Joan Collins, me fascinaba esa mujer y de modo especial los atuendos que le ponían.
Eso si, antes de irnos a dormir enfriábamos la tele con una bolsa llena de hielo, por si acaso.
Esa falta de televisión hacía que yo y mis hermanos pareciésemos cuatro perros hambrientos cuando íbamos a casas ajenas.
Ese año mi hermana Eugenia tuvo piedad de mi y varias veces me invitó a salir con su mejor amiga Yolanda. Aburridas en su casa, revisamos las cintas VHS de su hermano y encontramos a Dirty Dancing. Las tres conocíamos la película de nombre pero nunca la habíamos visto. Yo recordaba a Patrick Swayze de la película The Outsiders y Jennifer Grey era, para mi, una perfecta incógnita. Pusimos los colchones en el living y ya no había lugar para nada más (el living era el hall de distribución que sacrificaron porque necesitaban un dormitorio más). Fuimos a buscar las tabletas de chocolate a la heladera y allí nos echamos.
Recuerdo que la película no nos gustó mucho, él no nos parecía lindo y ella con su nariz ganchuda era un horror, además bailaba como un pollo que no deja de estirar el cuello. Nuestro rechazo aunque ninguna lo dijese en voz alta, se debía sobre todo a que todas éramos chicas Flashdance. Parecía que una película apelaba a la otra y que había que tomar partido. Para mi era clarísimo, entre las dos Jennifer me quedaba con Beals.
Pero más allá de nuestra aprensión por la película, como no estábamos cansadas y en la heladera todavía había una buena reserva de chocolate, la volvimos a ver.
Terminado el segundo visionado las chicas se fueron a dormir. Sola, en ese pequeño living sin ventanas, decidí rebobinar la cinta y volver a poner play. Así es como se deben ver las películas románticas, sin ninguna clase de miradas ajenas alrededor. En el silencio y la oscuridad de la noche me deje llevar por el erotismo que desprendían esos cuerpos bailando mambo y ese despertar sexual que descubría la protagonista a través de la danza. Y, sola, mi cabeza se iba y confirmaba lo que había escrito en mi diario lamentable el día anterior: me tendría que haber acostado con Marco. ¿Por qué no me había acostado con ese chico? La razón era sencilla: yo misma había cortado la relación. Y luego me arrepentí y cuando se lo quise decir él ya salía con otra. A los dos meses volvió a estar soltero y quiso volver conmigo pero en ese momento yo ya salía con otro. Me quería acostar con él (con Marco) y en vez de eso salía con un chico hermoso con el que cuando nos besábamos sucedía algo extraño: era imposible hacer contacto con su lengua, siempre fue un misterio saber dónde la escondía. Así que cansada de sus besos sopapa lo dejé justo antes de que empezaran las vacaciones.
Ese año varias veces volví a lo de Yolanda para ver Dirty Dancing, a veces iba sola, recuerdo estar sentada en la mesa de la cocina esperando a que su mamá encantadora terminara de hacer una tortilla. Qué lindo era entrar en esa cocina, tenía una ventana y una luz tan hermosas que una olvidaba estar en un departamento con un hall convertido en living, me sentía en una casa espaciosa y cálida con rico olor a comida casera.
El año transcurría. En un momento de lucidez decidí volver al dibujo y aplicar al “Collège” en sección artística. Chau Dirty Dancing, chau Wilbur Smith, ahora hacía teatro donde ensayábamos obras de Voltaire, de Chejov, leíamos a Musset, Homero o Rabelais y nos creíamos todos re interesantes.
Pero a mi nadie me quita lo bailado, todavía hoy tengo en mi escritorio un poster de Lo que el viento se llevó. Y cuando se va de viaje mi marido, me alegro, porque así me puedo poner al día con las películas románticas pendientes, del mismo modo que él se pone al día con las de terror cuando yo estoy fuera.
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