Domingo, 4 de septiembre de 2016 | Hoy
ENTREVISTA > RODRIGO AMARANTE
Tiene cierto aire de vagabundo y un castellano algo rebuscado con el que se esfuerza para recorrer una vida que comenzó entre Río de Janeiro, San Pablo y Fortaleza. Poco después de cumplir los veinte años, Rodrigo Amarante pasó de ser apenas un invitado a los ensayos de la banda carioca de rock Los Hermanos a convertirse en una de sus cabezas creativas hasta su separación, una década atrás. Desde entonces, formó una big band de música brasileña y un grupo de pop con aire beatlesco con algunos miembros de The Strokes, antes de editar Cavalo, su debut como solista, el disco que viene a presentar esta semana a la Argentina con una breve gira en plan intimista.
Por Juan Ignacio Babino
“Dime tú si mi español está loquísimo o qué”. Rodrigo Amarante –la barba bien tupida, cierto aire de vagabundo encima, la voz rolliza– ha dicho ya, ha contado algunas cosas y más de una vez ese decir, ese contar lo ha prolongado en busca de la palabra justa en castellano. A pesar de que a veces pueda con ello, a pesar de que otras no.
Rodrigo Amarante de Castro Neves nació en Río de Janeiro en 1976. Aunque él no tarde nada en complementar ese dato y diga: “en parte”. Y explique: “Yo nací en Río, a los seis años mudámonos para San Pablo, a los nueve volvemos a Rio, cuando tenía trece mudámonos a Fortaleza, cuando tenía dieciséis o diecisiete volví a Río para ir a la Universidad. Yo tengo una mezcla. Soy carioca, no hay duda, y ahora con la distancia la cosa queda más clara. De cómo soy brasileño, de qué manera. Pero tengo también una cosa de San Pablo y también de Fortaleza: en la música, en el humor. Entonces soy un poco mixturado. Un poco sin tierra. Cuando volví a Río no me sentía carioca porque los otros, los cariocas que no dejaron Río, conocían la ciudad, conocían la lengua de la calle. Soy carioca pero tenía que aprender todo eso otra vez. Entonces fue un momento de una especie de epifanía. Tenía que comprender que ser libre, irte con el viento, con la sugerencia del ocaso, ir en busca de algo que es desconocido, tiene un precio. Y ese precio es que después de un tiempo sí tienes tu tierra natal, sabes de dónde eres, pero puedes quedarte en cualquier parte. Porque, ¿sabes tú? Mi cabeza es mi casa”.
De todas maneras, ese ping pong entre ciudades varias no le impidió acompañar y formar parte de la escola de samba de su familia. “Yo era un chico –comenta– y era el único niño que fue aceptado en la batería. ¿Por qué? Porque crecí ahí, por la familia. Entonces, durante carnaval, en una parte de la presentación toda la batucada paraba y yo tenía un solo de percusión. Teníamos como un toque secreto y había un signo, que yo hacía después de mi solo para que entraran todos juntos, y era como una cosa mágica. Para mí, como niño, a los seis, siete años eso fue una cosa fuertísima. Fue la primera vez que estuve en un escenario”.
Amarante cuenta que, a pesar de la insistencia de su padre para que se decidiera por el piano, él quería tocar la guitarra. Y en esa historia se cuela, además, la pertenencia familiar para con la música: “Mi papá, la familia de mi papá, tiene muchos músicos. Algunos fueron famosos en la época de la bossa nova, aunque yo no los conocí. Y ellos tenían una escuela de samba. En Sacuarema, cerca de Río. Todos tenían su, su… ¿Cómo se dice? Ah, sí, sus fantasías y ropa de carnaval. Y mi padre tuvo su banda de rock en los sesenta, entonces yo crecí con estas dos cosas corrientes. A los seis años mi papá me inscribió en una escuela de piano. Yo no era un estudiante muy bueno, tengo que decirlo, pero tocaba piano, percusión y comencé a tocar la guitarra porque quería impresionar a las chicas, pero me encantó y ahí comencé a sentir algo maravilloso y decir: ah, pero yo puedo hacer esto por el resto de mi vida. Pero nunca pensé que sería mi profesión ni que sería profesional. Mi padre siempre me decía: prepárate para la suerte”.
“Los Hermanos me inventó como músico”. Amarante define así su lugar dentro de Los Hermanos. Él conoció a Marcelo Camelo –fundador, uno de los principales músicos y compositores de la banda; con él tiempo el otro miembro vital sería, justamente, Amarante– estudiando periodismo en la Universidad Católica de Río de Janeiro: todos los integrantes de la banda nacieron allí. Después de unos primeros ensayos fue invitado a quedarse y lo que empezó con apenas unas voces y unos arreglos de flauta traversa, terminó siendo un recorrido de cuatro discos en uno de los mojones más importantes de la música rock de Brasil de los últimos veinte años.
El debut homónimo, de 1999, incluía aquella archi escuchada y rotada canción: “Anna Julia”. Le siguieron Bloco do Eu Sozinho (2001), Ventura (2003) y 4 (2005). Y si en el primer disco el pulso era ciertamente adolescente y con una sonoridad desde el rock, el ska y el hardcore (por casos cercanos vale citar aquí algunas cosas de Los Fabulosos Cadillacs y allí una confesa influencia de Mulheres Que Dizem Sem); a partir del segundo disco empiezan a buscar por otro lado. El sonido es, claro, desde el rock, pero todo se diversifica. No gritan tanto como en el debut. Todo lo que baja crece, se expande. Así, por ejemplo, la canción que abre el segundo disco se llama, justamente, “Todo carnaval tiene su fin”. Sus canciones, sus músicas se tornan más eclécticas, sutiles. Y su último disco es definitivamente nostálgico. Por ejemplo, aquel disco cierra con la canción “É de lágrima”, que en sus últimas líneas dice: aviso que desde aquí hay mucho amor para dar. “Con Los Hermanos la cosa fue algo gradual. Porque cuando yo comencé en la banda mi parte era como una segunda voz y hacer una cosa aquí y ahí. Yo no podía tocar la guitarra, no era cantor. No era mi trabajo escribir música, tocar guitarra o tocar bajo, o escribir arreglos. Nada. Pero después que me llamaron pensé: siento que tengo que hacer arte. Quiero hacer filmes pero no tengo la plata. Tengo una banda, entonces voy a intentar escribir unas canciones. Y fue así. Escribí mis dos primeras canciones, que son las dos primeras que Los Hermanos grabó. Y luego dije: bueno, puedo cantar esta música que escribí y puedo tocar la guitarra y quiero tocar el bajo también. Fue algo gradual. Yo inventé esta mierda, sabes. Pienso que... déjame ver cómo es esa palabra en español que la quiero usar correctamente. Un segundo que tengo un diccionario por acá”. Aquí, Amarante deriva apenas unos segundos, justamente, para tratar de encontrar una palabra. Luego arremete: “¿Alentar? Mm... ¡Alentar en portugués es una cosa totalmente diferente! Quiero decir: fue darle valor a una cosa que para mí es escribir música. Es una cosa que me encanta y es un trabajo. Porque no es que me fumo un porro y cago la música, ¿sabés? Es una labor, un trabajo, me gusta inventar”.
Así, al mismo tiempo que Los Hermanos anunciaba un parate sin fecha precisa de retorno (que sigue hasta hoy, más allá de algunas pocas presentaciones esporádicas, las más recientes de mediados del año pasado) y que Marcelo Camelo editaba su primer disco solista, él realizaba algunos movimientos singulares: formó parte de la Orquestra Imperial (una súper big band de música brasilera con una fuerte impronta de vientos, compuesta por Moreno Veloso, Doménico Lancellotti, Alexandre Kassin, Pedro Sá, entre otros) con quienes llegó a grabar el primer disco Carnaval Só Ano Que Vem (2007). Y en 2008 formó junto a Fabrizio Moretti (baterista de The Strokes) y Binki Shapiro el grupo Little Joy, y ese mismo año editaron un disco homónimo: un puñado de breves canciones de pulso británico, beatle. A la distancia ambos discos pueden entenderse como los pasos previos a algo que se sentía inevitable. Como si durante ese tiempo no hubiera hecho más que drenar cierto desabrigo compositivo hasta llegar a su primer disco solista: Cavalo (2013). Un disco de aires folk, en plan intimista. Donde, por ejemplo, la primera canción lo emparenta, y mucho, a un músico como Devendra Banhart, lo que de alguna manera se entiende: ambos son coincidentes respecto a que nacieron en países latinoamericanos, y pasaron muchos años viviendo en Estados Unidos o Europa, además de las contadas veces que se han acompañado mutuamente. Aunque también haya, por ejemplo, una canción como “Maná” –donde de algún modo homenajea a aquellos años de batucada en carnaval junto a la comparsa de su familia– que bien podría considerarse, por qué no, como una pequeña joya del candombe beat. Un disco donde muchas de las canciones son como un susurro, como el pasar de un viento suave, con la voz de él bien presente; mucha guitarra acústica, mucho piano, pocas instrumentaciones algunas pocas veces más.
¿Por qué dijiste que tu primer disco solista fue como un ejercicio de identidad y proyección?
–Es la primera vez tengo escrito mi nombre en un plástico, en algo que la gente puede comprar. Mi nombre está en una cosa que me representa. Y entonces yo fui forzado a pensar en esa cosa de la identidad. De decidir qué personaje voy a definir y preguntar por qué así, o de otra manera, o qué pienso de donde estoy; mirando de donde vengo, con la distancia, descubriendo qué parte de mí es brasileña y cómo, qué parte no es. Y porqué quiero ser tan japonés o porqué quiero ser tan nigeriano o qué hay en la música de Angola que me hace bailar mucho más que la música de Irlanda. Todas cosas así, que son ejercicios de identidad. No sólo la mía. Porque si escuchas la música sigana o del este europeo comienzas a percibir que la identidad de países también es una cosa frágil. La identidad es una cosa que proyectamos y decidimos juntos, o solos si es una identidad personal. Entonces, inventas tu memoria. El disco es un poco eso.
En todo este tiempo Amarante ha colaborado con, por ejemplo, Marisa Monte, Adriana Calcanhotto, Tom Zé, Natalia Lafourcade, entre otros; además de grabar el bolero “Tuyo” como cortina de presentación para la primera temporada de la serie Narcos, emitida por Netflix durante 2015.
—Con cierta distancia ya, ¿cómo ves lo que sucedió con Los Hermanos?
–Paramos porque era la hora, el momento que queríamos hacer otras cosas. Marcelo tenía que hacer su disco solo, todos lo sabíamos. Era una cosa muy buena y él escribía tanta música que no cabía en la banda. Y yo también ya estaba grabando con Devendra y escribiendo músicas con Fabrizio. Entonces fue como ‘Ah, bueno, ok, vamos a hacer otra cosa’. No hay decreto. Nos encontramos ahí para hacer conciertos. Nos amamos y no hay nada que decir.
—Entonces, puede ser que vuelvan a tocar juntos...
–Puede ser que nos volvamos a juntar, por qué no. Pero no se sabe.
En definitiva lo que sobre sale, lo que queda de todo es que a Rodrigo Amarante lo mueve el espíritu de las canciones y el pulso creativo que lleva a ellas. Eso mismo que dijo durante la entrevista y que también lo cantó en una canción: darle importancia a lo que sugiere el ocaso, irse con el viento.
Rodrigo Amarante se presenta este jueves a las 21 en el ND Teatro (Paraguay 918) y el sábado en la ciudad de Córdoba.
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