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Domingo, 4 de septiembre de 2016

CINE > LE NOUVEAU

VIDA DE ESTE CHICO

La ópera prima del actor y director Rudi Rosenberg fue ganadora de la sección Nuevos Directores en la última edición del Festival de San Sebastián. Le nouveau, que se estrena localmente el 15 de septiembre, sedujo a la crítica con una historia simple y varias veces contada –la del chico nuevo que no encaja en la escuela– pero sin arquetipos obvios y más inclinada a la comedia que al drama testimonial.

 Por Paula Vazquez Prieto

En las primeras escenas de Le nouveau, la ópera prima de Rudi Rosenberg, ganadora de la sección Nuevos Directores del último Festival de San Sebastián, conocemos tímidamente la historia de Benoît (Réphael Gherenassia), un chico de unos 13 años que acaba de trasladarse desde Le Havre a París con toda su familia, e intenta adaptarse al nuevo colegio con todas las dificultades que acarrea ser el “nuevo” del aula. Benoît es un poco tímido pero está dispuesto a seguir cuanto consejo le ofrezcan para integrarse a sus compañeros de clase y tener alguien con quien compartir el deporte, el almuerzo o las fiestas sabatinas. Pero mientras para su hermanito todo parece más fácil y ya en la primera semana se jacta de haber conquistado ocho nuevos amiguitos, las horas de Benoît en la escuela se hacen interminables. Cada camino que toma parece ser el equivocado: regalar chocolates, invitar a los populares de la clase a su casa, organizar una fiesta cuando no están sus padres. Sin embargo, cada uno de esos pasos, aparentemente en falso y motivados por el desesperado intento de integrarse, revelará para Benoît un camino alternativo que no tenía previsto. Es que la clave de la representación en Le nouveau es la comedia y por ende la irrupción de la sorpresa allí donde todo parece predecible. El tono elegido por Rudi Rosenberg para retratar a cada uno de sus personajes emana de una profunda comprensión de ese universo y del guiño cómplice de quien sabe que en algún momento todos hemos sentido lo mismo.

Actor y director, Rosenberg ha sabido elegir a cada uno de sus actores, dotarlos de una naturalidad envidiable e ingeniárselas, además, para darle vitalidad y entusiasmo a una historia que parece mil veces contada: la del chico nuevo que llega a la escuela, no encaja, lo burlan, y encima la chica que le gusta no le da bola. Sin embargo, Benoît no responde a arquetipos como el nerd o el definitivo desclasado sino que se encuentra a mitad de camino. De hecho, su movimiento siempre va a estar definido por la evaluación de sus posibilidades de pertenencia, en una sabia mezcla de inteligencia e intuición. Al inicio detecta que si cae simpático y logra el favor de los cancheros del curso puede tener posibilidades de ser uno de ellos. Entonces, los invita a la casa, los agasaja, intenta ser parte de sus bromas. Inmediatamente se descubre el “burlador burlado” y el desconcierto lo invade nuevamente. Es en esos ratos de irremediable diletancia cuando Benoît descubre a una chica con la que congeniar. Ella es Johanna (Johanna Lindstedt), casi un sueño hecho realidad que, como es sueca y no conoce bien el francés, todavía deambula solitaria por los pasillos del colegio y encuentra en él un compañero ideal para los juegos y las tareas escolares. Se divierten provocándose estornudos, comen juntos en el comedor, escuchan vinilos, pero un descuido casual hace que Benoît pierda el interés de Johanna a manos de Charles, su archienemigo. Charles es el ‘banana’ del curso, el que gana en los votos para ser delegado, la pesadilla de todos los desclasados que ven en su carisma y su prepotencia el triunfo de todo lo que detestan. Otra vez, Benoît queda sumergido en las aguas del infortunio.

Sin llegar a la coralidad de películas como La piel dura de Francois Truffaut o series como Freeks and Geeks de Paul Feig, Rosenberg va llevando su relato hacia un espectro cada vez más amplio en el que Benoît combina su historia con la de los otros marginales, personajes que confluyen en una fiesta a todo trapo ideada por el tío de Benoît para la reconquista de la sueca esquiva. Allí aparece ese grupo de encantadores outsiders, cada uno con su estrategia para sobrevivir. Constantin (Guillaume Cloud-Roussel), el que siempre se acerca con la propuesta de formar un coro, con iniciativas programáticas para convertirse en delegado de la clase, simpático para los adultos, aparato para sus congéneres; Joshua (Joshua Raccah), de un apetito infatigable, un poco infantil y deseoso de encontrar amigos, inoportuno en sus bromas pero con una voluntad admirable; y Agalée (Géraldine Martineau) , una chica recién llegada al curso que suma a esa diferencia una discapacidad que Rosenberg trata con soltura y naturalidad evitando cualquier atisbo de caída libre en el fundamentalismo de la corrección política. Armado el grupo, un poco a tientas, y siempre sumido en la montaña rusa de la adolescencia, ahora sólo queda divertirse. Para ello, el tío Greg (Max Boubill) se revela como el compinche ideal de Benoît y sus nuevos amigos, un vago simpático que vegeta en el sillón de la casa, se autoproclama DJ y brinda su sabiduría improvisada en materia amorosa. La fiesta, que asoma como un fracaso tras los esmerados preparativos y la evidente ausencia de la mayoría de los invitados, termina siendo un momento exultante, imprevisible, sorpresivo escenario de esa comunión inicial entre quienes encuentran complicidad y liberación en las bromas conjuntas, los bailes frenéticos y las risotadas incansables.

Animando cada situación con una fe ciega en el impulso de sus personajes, Rosenberg nunca pierde el ritmo y subvierte cada clisé apenas los insinúa. Es claro en la escena con la hermana de Joshua, a la que convencen para una salida al cine ideada para darle celos a Johanna, y todo lo que presumimos de ella se desvía ya desde su frase inicial: “¿A quién hay que pegarle?”. No hay ideas que demostrar en las acciones sino que es la misma imprevisibilidad de esos cuerpos en movimiento la que va perfilando el camino, el de la amistad, el amor o apenas las notas de una canción desafinada a coro. Sin acentuar moralejas ni ritos obligados de todo coming of age, Rosenberg hará que Benoît vaya descubriendo que es en la resistencia y la rebeldía donde están las claves de toda conquista.

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