Domingo, 4 de septiembre de 2016 | Hoy
FOTOGRAFÍA > DANI YAKO
El libro de Dani Yako, El silencio (Planeta), reúne imágenes tomadas en un barrio situado en las afueras de Concordia, Entre Ríos, a raíz de la construcción de la represa de Salto Grande, entre 2005 y 2015. Terminada la obra, muchos obreros que habían llegado de todas partes quedaron ahí, en un barrio emplazado en un basural. Su marginalidad, pero también su vida cotidiana y los intentos por levantar casas y recuperar la zona, son captadas en imágenes directas, de un sereno naturalismo.
Por Marcos Zimmermann
El hambre registra en nuestro país una colección de espejos opacos. Sólo por nombrar algunos podría citar las imágenes de las “chinas” que el ejército de Roca hacía caminar desde Leubucó hasta Bahía Blanca donde, hambrientas, eran embarcadas para Buenos Aires y distribuidas en casas de familias patricias como sirvientas; las cientos de imágenes del norte argentino que prodigan la escasez desde siempre; o la recordada imagen de un camión volcado cuya hacienda era carneada in situ por vecinos famélicos durante la crisis que vivió nuestro país a principio de milenio.
Hubo, durante el gobierno kirchnerista, el despertar de muchos a un esfuerzo por construir una patria más digna, en la cual la mentira fuera acorralada y el silencio se llenara de voces. Donde la idea de igualdad no fuera solamente una idea y el hambre consiguiera ser decapitado para siempre. Pero es verdad que, por impotencia o desidia, la administración anterior no alcanzó a conjurar del todo el fantasma de la pobreza que persigue a los argentinos desde hace años y reaparece en los momentos más álgidos como un actor que entra en escena y hace predecir un final de cataclismo. La prueba de esta falta es el nuevo libro de Dani Yako.
Todas las fotografías que aparecen en El Silencio, su nuevo libro fotográfico, fueron tomadas después de una de estas catástrofes: la del 2001. Imágenes que Dani Yako realizó desde 2005 hasta 2015, de un barrio situado en las afueras de Concordia, Entre Ríos, nacido a raíz de la construcción de Salto Grande. Terminada la represa, algunos de los obreros que habían llegado de distintas partes del país quedaron sin trabajo y sin destino, y decidieron afincarse en el basural para vivir de lo que otros tiraban. Seres idénticos a nosotros, pero que no tenían nada. Argentinos, como tantos hoy, cuyas noches de amor son interrumpidas por los aguaceros que entran a baldazos por el techo de sus casillas y les empapan los colchones de goma espuma rescatados en la basura. Que cada mañana hacen cola en la canilla del barrio para lavarse las lagañas de esa noche en vela. Y que salen a cirujear al alba para enfrentarse con la miseria todo el día, pero no dejan de ver el show de Tinelli a la noche, con el cual sienten un rato que bailan en un sueño a pesar de no tener más que un mate como cena.
Están presentes en este libro de fotografías directas e impecable edición, muchos de estos temas. Algunos explícitos, otros sugeridos. Encarnados en fotografías de hombres y mujeres que buscan metales en cerros gigantescos de plástico y encuentran tesoros nimios metiendo su brazo derecho en la basura para darle un mejor futuro al niño que llevan en el izquierdo. Que salen a trabajar en carros de caballos, en pleno siglo XXI, desde los cuales lanzan miradas de condena. O posan abstraídos frente a una bocha de pool como si estuvieran observando estupefactos su futuro. Pero Yako también fotografió otros aspectos de la vida cotidiana del barrio. Los baños de bebés en jofainas de lata, las comidas donde cajones hacen las veces de cocinas, mujeres que lavan ropa, chicos que cargan techos de lata en sus espaldas, familias que toman mate después del trabajo y hasta paisajes que dan miedo, sembrados de bolsas plásticas como si fuera una especie vegetal escalofriante de soja futurista.
Hay además otros personajes en el libro. Invisibles. Que hablan desde los textos que Martín Caparrós escribió especialmente para acompañar el itinerario fotográfico de Yako y que tienen la virtud de ser tan directos como las fotografías. Quizá uno de los más conmovedores es un diálogo entre el entrevistador y un niño:
-Vos, cuando seas grande, ¿qué querés ser?
-Yo lo que quiero es ser como mi papá.
-Y, ¿cómo es?
-No sé, nunca lo vi, por eso.
Hay también, entre las fotografías del libro, muchos perros, padres serios y varios niños para quienes aún no murió la alegría. Y hasta una mujer que podría ser una Pietá sudamericana, dando de mamar a un bebe en medio del basural. Pero también hay imágenes que remiten a una sensibilidad no sólo social sino también estética, como una fotografía del barrio bajo la lluvia y, otra, de una especie de jardín del edén en donde no pastan caballos alados sino una manada de chanchos, perros y caballos de tiro, entreverados.
-¡Llamen a Greenpeace!¡Que les enseñen a cuidar a los animales! Vean como trato yo a Cielito, mi Pomerania. Aunque, la fotografía que más me indigna de todas, es la del chico que hace popó en medio de la calle sin que nadie le diga nada -diría una señora de Palermo Sensible al ver estas fotos.
Habría que explicarle que los caballos del barrio son, para gente como ésta, instrumentos de trabajo. Y que la tierra de la calle donde el niño caga es la misma tierra que continúa en el patio de su casa que, no por nada, es idéntica a la que sigue en el comedor, en el dormitorio y hasta en el retrete que está afuera y que es un agujero, también de tierra, sólo que un poco más oscura de tanta mierda que le han echado. Entonces, ¿por qué no habría de cagar un niño en medio de la calle si el mundo es para él la misma letrina, de punta a punta?
Dani Yako podría haber retratado solamente la indigencia y limitarse a exponer luego el resultado de su trabajo en un libro. Pero no le bastó. Hizo además gestiones con el gobierno y consiguió que al barrio le proveyeran herramientas para comenzar a fabricar ladrillos. El proyecto, además de comprometido, era bueno. Aunque no resultó. Las herramientas llegaron, pero su distribución desató discusiones entre los habitantes del asentamiento. Tan enconadas, que quien lideraba el grupo terminó yéndose. Nadie sabe adonde. Seguramente a otro basural. Para empezar de nuevo.
A pesar de todo, la publicación de algunas de estas fotografías en los medios motorizó la construcción de algunas casas en el barrio. El Estado Nacional mandó los fondos y una parte del caserío hoy tiene otro aspecto. Pero las herramientas siguen abandonadas, envejeciendo junto a otros objetos inservibles.
Lo preocupante es que el gobierno actual acaba de hacer un gran aporte a ese mejunje inextricable de miseria, expectativas y dolor que se entrelazan en la pobreza. Para concretarlo, creó más de un millón de nuevos pobres que seguramente ya estarán construyendo nuevos barrios similares a El Silencio en todo el país.
Dani Yako fotografió de frente el despojo. Le bastó mostrar un solo barrio para hablar del resto. Sería bueno que estas imágenes tan duras sirvieran para crear conciencia del engaño que esconden quienes hoy prodigan promesas de cambio, pedidos de sacrificio y mentiras miserables. Ideas que no tendrían futuro si barrios como El Silencio, empezaran a llamarse de una buena vez La Rebeldía.
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