Domingo, 18 de septiembre de 2016 | Hoy
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ENTREVISTA A punto de presentar su sexto disco de estudio en una década y media de carrera solista, Kevin Johansen celebra la síntesis de su música que encarna Mis Américas vol. ½, un álbum grabado en Nueva York, Río de Janeiro y Buenos Aires, y que no ahorra ingredientes ni condimentos musicales diversos, como es su costumbre. En esta entrevista, el músico se confiesa como control freak, recuerda los consejos que le dio el dueño de la cuna del punk norteamericano y repasa una ecléctica lista de invitados que va desde Marcos Mundstock hasta Palito Ortega, pasando por Ricardo Mollo, Arnaldo Antunes o el Pity Alvarez.
Por Juan Manuel Strassburger
¿Cuánta música puede salir de un Continente? Kevin Johansen se hacía esa pregunta cada vez que de adolescente agarraba un misterioso casete que su madre había comprado en San Francisco, California, y se lo hacía escuchar a sus amigos en Colegiales, Buenos Aires. “Se llamaba Black Music of South America y le dábamos play toda la tarde. No podíamos creer toda esa música saliendo del radiograbador”, cuenta Kevin que hace poco se le ocurrió rastrear el paradero de ese Maxell negro y lo descubrió en Amazon y YouTube. “Volver a escucharlo después de tantos años fue muy movilizador”, dice y no puede evitar ponerse a canturrear “El arrullo de San Antonio”, proto cumbia colombiana de evidente raíz afro que podría figurar entre los disparadores de esa ansia panamericana que siempre tuvo la música de Kevin (un mestizaje que desde sus elementos negros podía partir de Sudamérica y pasar por el Caribe pero que lejos de detenerse en México avanzaba sobre el Estados Unidos más profundo). Y que Mis Américas vol. ½, su nuevo disco, el sexto de estudio, vino a reconfirmar desde su título y portada: un retrato a tres cuartos del Zurdo Enrique Roizner, legendario baterista de los The Nada –banda que lo acompaña desde sus inicios–, que con el truco de pedirle que se suelte el pelo y sonría a cámara, quedó asemejado a uno de esos pieles rojas sabios de las películas. Un perfecto integrante de los pueblos originarios, pero del Norte.
“¿Viste? Un piel roja total”, coincide Kevin, todavía admirado con el resultado de la foto que grafica bien lo que el disco lleva adentro: una colección de canciones grabadas en tres de las principales ciudades del Continente (Nueva York, Río de Janeiro, Buenos Aires) y que no ahorra –como es su costumbre– en ingredientes y condimentos musicales diversos. En Mis Américas hay folk, hay rap (en la voz de Miss Bolivia), hay canción pop. Pero también hay bachata, aires brasileros y de bolero, y hasta una zambaguala (cruza de baguala y zamba) con el aporte de Ricardo Mollo. Trece temas en total. Una cifra “exigua” si se compara con la cosecha de anteriores discos, casi todos orillando la veintena. “Volví a ser amigo de la síntesis como en mi primer álbum, que también tenía trece canciones”, señala.
“Después, siempre incluí muchos más temas en los discos. Por eso digo que más que artista de culto fui un artista ‘de oculto’, porque arranqué a sacar discos de más grande y durante muchos años me la pasé componiendo en las sombras. El asunto es que cuando vino la buena, el impulso fue querer poner todo”, explica Johansen, que tratándose de un músico al que nunca le faltaron ideas (los juegos de palabras y la cruza de géneros es una constante de su carrera; “Soy un cantante des-generado”, bromea desde que se dio a conocer a principios de los dos mil con temas como “Guacamole” o “Down with my baby”) por momentos corrió serio riesgo de dejar poco espacio para la asimilación de su creatividad. “Es cierto que soy prolífico, pero más que nada a nivel ideas. Por ahí aparece un título, una idea o una línea melódica, como fue el caso de ‘La Bach-chata’ ahora, y tal vez me lleva varios años terminarla. O no. Por ahí la resuelvo en el mismo tiempo que tardo en escucharla. Nunca se sabe”.
Pareciera que tenés cierto perfeccionismo pero también un humor que lo equilibra...
–Sí, pero... el humor puede ser tortuoso también. Y autoflagelante. Esa ironía que nunca termina. Además yo no soy amigo de la perfección. A mí la perfección me saca las ganas. En ese sentido soy al revés, prefiero los accidentes. Robert Altman decía que en sus películas hay siete accidentes que habían hecho que fueran mejores. Y a mí me gusta eso. Por un lado tengo cierto control freak. Pero por otro lado me encanta que ocurran las sorpresas.
Cuando a principios de los dos mil Kevin Johansen se dio a conocer en el país, su caso en seguida llamó la atención. Las notas hablaban de un estadounidense nacido en Alaska fruto de la relación de una argentina progresista y de un típico gringo que había sido confinado al frío polar por negarse a combatir en Vietnam. Su posterior paso por el under porteño de los ochenta con Instrucción Cívica –grupo de new wave inteligente que formó con compañeros de la Escuela del Sol y entregó hits fugaces como “Obediencia debida” y “De cama en cama”– para finalmente volver a Estados Unidos durante los noventa y convertirse en músico residente del mítico CBGB de Nueva York (cuna del punk-rock de este lado del Atlántico), no hizo más que acrecentar ese exotismo genuino. Que, igual, no usufructuó más de la cuenta: había una obra en ciernes que lo respaldaba. Y que paulatinamente pudo ir desarrollando con discos bien o muy bien recibidos como The Nada (2000), Sur o no Sur (2003), City Zen (2005) o Logo (2007); todos exponentes de un multiculturalismo juguetón, adepto a los juegos de palabras y al cruce de géneros, que no curiosamente había aprendido a cultivar en Nueva York.
“Estando ahí terminé de perderme, pero para bien. Estaba confundido a nivel existencial. Corría el riesgo de no tener claro cuál era mi casa, cuál era mi lugar. Entonces me perdí, pero para volverme a encontrar”, relata y subraya la importancia de Hilly Kristal, dueño del CBGB, a la hora de aceptarse como autor de canciones. “Me decía que si tenía que hacer un tango en inglés que lo hiciera, que no tuviera complejos si eso era lo que me salía naturalmente. Y así empecé a encontrar mi estilo”. La ciudad, claro, también tuvo que ver. “Vi los muchos lazos que unían a Buenos Aires con Nueva York: los adoquines, los puertos, las inmigraciones europeas, las inmigraciones internas, el creerse los cosmopolitas de América, la intensa mezcolanza étnica y racial. También sus zonas lúmpenes y su underground contra-cultural, sus guetos. Acá tenés los coreanos, los peruanos, los bolivianos y allá los dominicanos, los puertorriqueños, los italianos”.
Un juego de espejos a varias puntas que –desde la ya comentada tapa con el Zurdo Roizner hasta el material musical en sí, decididamente panamericano– está expresado con especial énfasis en Mis Américas. “Ya desde el momento en que vino Matías Cella, el productor del disco, y me preguntó si me quedaban amigos de mis años en Nueva York, le dije que sí y terminamos grabando con ellos, el camino quedó bastante claro. Lo mismo cuando después me propuso darle una onda más percusiva a algunos temas con Arnaldo Antunes y el productor Kassin, en Río de Janeiro. O al final, cuando ya con los The Nada en Buenos Aires, terminamos sumando al resto de los invitados. Por eso creo que tiene esa cosa rutera el disco, de mucho viaje continental. Es lo que pasó mientras lo grabábamos”.
Los invitados locales son en sí mismos una puerta de entrada esa mestizaje ‘des-generado’, ya que además de los mencionados (Mollo, Miss Bolivia) dan la nota Pity Álvarez (que aporta aura y estilo en un pegadizo tema folk lógicamente llamado “Folkie”), Cachorro López (que mete cadencia rítmica en “Tiene algo (interesting little thing)”, balada romántica a puro fluir de pedal steel); Lito Vitale (líneas de piano en la zambaguala que cierre el disco) y los hijos de Kevin (Miranda, Kim y Tom) que suman voces en varios momentos. “No hubo una línea trazada para cada participación”, aclara. “Siempre me desagradaron las invitaciones forzadas porque suelen notarse en el resultado final y pierden la gracia”. Y pone como ejemplo de lo contrario la participación de sus hijos: “Ellos siempre andan rondando por el living cuando estoy con las canciones nuevas. Por eso, cuando no les gusta, me sacan carpiendo”, ríe con ganas. “Pero cuando sí les gusta se quedan tarareando. Entonces así la transición al estudio es muy corta. Fluye naturalmente”.
¿Y con el Pity cómo fue?
–Hace tiempo andaba con ganas de invitarlo. Y el tema que teníamos para él resultó ideal porque abordaba uno de los temas que más le interesan que es el fuego; el otro son las hormigas. Justo ese día estaba en zona y en seguida accedió a venir. Grabó su parte con mucha naturalidad, sin usar los auriculares, y después prendió una cámara y me empezó a entrevistar en tercera persona. ¡Ja! La pasamos muy bien. Tiene una mezcla de rock y ternura que es muy especial. Como me dijo una vez sobre él el Pelado Cordera: es de los que ofician misa. Tiene un aura particular.
Pero sin duda el tándem Palito Ortega - Marcos Mundstock (Les Luthiers), que aporta peso específico y connotaciones múltiples a “La Bach-Chata (Habladurías)”, concentra la atención del disco en las primeras escuchas. Y por más de un motivo. En principio, por practicar un género que erizó a más de un guardián del buen gusto en tiempos de fuerte inmigración dominicana y estadios de River colmados por Romeo Santos, el rey de la bachata. “Me encanta cuando se denosta un género porque si repasás la historia, podés notar que ese rechazo terminó después dando marcha atrás y reivindicando lo que antes criticaba. Pasó con el tango, el jazz, el son cubano, el samba. Y pasa ahora con el reggaetón y a la bachata, dos ritmos que conozco muy bien de mis años en Nueva York, de hecho en mi primer disco estaba ‘So lazy, bachonga’, mitad bachata mitad milonga. Y que obviamente no tienen la culpa de lo que se les acusa”, desestima. Y reflexiona: “El porteño medio suele manejar una cantidad importante de data que a veces lo vuelve superficial. Nos termina convirtiendo en nabos. Me incluyo: nos perdemos cosas por prejuiciosos”.
Por otro lado, la inclusión en un mismo plano de ambas figuras (Mundstock con un monólogo propio y Palito parafraseando “La (in)felicidad”) también se destaca porque desarma –por anacrónica– esa dicotomía tan de los setenta que solía ubicarlos en veredas opuestas: de un lado, la música “comercial” de Palito; del otro, el consumo “culto” de Les Luthiers. ¿Cómo se vivía en la casa de Johansen? “Yo disfrutaba de los dos”, sostiene el autor de “Cumbiera intelectual”, el tema que Rabinovich, Mundstock, Puccio y cía tomaron como referencia para su cumbia epistemológica “Dilema del amor”. “A las pelis de Palito las veía los domingos en casa de los abuelos mientras que Les Luthiers estuvo entre las primeras cosas argentinas que escuché cuando llegué de San Francisco: mi vieja me llevó a verlos por primera vez a un teatro cuando tenía trece y de ahí no pararon de gustarme”.
Pero Kevin no se contentó con juntarlos en una canción: también les organizó un asado en su casa. “Los invité junto con el Zurdo, que dio la casualidad que había compartido con Palito el mismo maestro de batería, el reconocido jazzero Alberto Alcalá”, dice Johansen, que aquella noche se limitó a escuchar en silencio el abundante ida y vuelta entre los tres (había varias amistades célebres en común) y en mantener a punto las achuras. “Se la pasaron charlando de lo más bien. Fue constatar la humildad de los grandes”, se regocija.
Para un cantante que tuvo una crianza “post hippie” en San Francisco y que luego, a instancias de su madre, se formó en el seno de una “clase media Mafalda” (“o sea: poco dinero, pero bastante cultura crítica”, retrata), no es poca cosa el auténtico desprejuicio que desde siempre supo mostrar Kevin respecto a las manifestaciones más sencillas de lo popular, siendo él mismo –en el buen sentido– un autor sofisticado. “Yo creo que es porque pertenezco a la generación post nuclear, que un poco trató de unir y juntar los pedacitos. En este caso, Palito y Mundstock. Siempre me acuerdo de lo que contó Cacho Castaña una vez: que se habían hecho muy amigos con Pappo, pero que cuando una día le pidió de sacarse una foto juntos, él le dijo: ‘¿Estás loco? Ni en pedo me saco una foto con vos’. Claro, para él era un quemo. En cambio, para mí, haber tenido ese encuentro en mi casa con Mundstock y Palito (más el Zurdo) fue una gran alegría. Marcaron mi infancia y por eso les dediqué el disco”.
Hace poco cumpliste cincuenta años. ¿Cómo ves este momento de tu recorrido artístico?
–Como un momento de plenitud. Encontré un sitio y un público que me interpreta, que entiende mis guiños y comparte mis gustos. Un público des-generado que fue creciendo y que aprecia la música en general, la variedad de estilos que propongo. No dejé de disfrutarlo cuando tocaba para veinte, tampoco lo hago ahora, que un poco llegó el momento de cosechar lo que sembré. En sentido, me agarra con las luces puestas y enfocado.
Kevin Johansen + The Nada presenta Mis Américas vol. ½ este viernes 23 y sábado 24 en el teatro Ópera, Corrientes 860. A las 21.
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