Domingo, 18 de septiembre de 2016 | Hoy
SERIES > BOJACK HORSEMAN
El gran secreto de las series norteamericanas contemporáneas se llama Bojack Horseman y está protagonizada por un caballo. No se trata de un caballo cualquiera, sino uno capaz de pasarse todo un capítulo tomando cocaína y lamentándose por la fama que perdió y sueña con recuperar. Delirante y lúcida al mismo tiempo, brutalmente divertida e inteligente, su tercera temporada acaba de estrenarse en Netflix.
Por Andrea Guzmán
“Se hace más fácil. Lo vas a tener que intentar todos los días y quizás, algunos apenas lo vas a soportar. Pero si sigues adelante, es un hecho, se hace más fácil”. Con una consigna así de luminosa termina la segunda temporada de Bojack Horseman. Sucede cuando su protagonista, un caballo humanoide crónicamente abatido por la vida, sube una colina trotando para recuperar su figura y se desmorona del cansancio y la desazón en medio de una ruta Hollywoodense. Para la propuesta de constante subversión que propone se trata de una idea bastante reaccionaria, pero según esta serie en el mundo solo existen dos tipos de personas: unos son alegres, extrovertidos y cariñosos. Y otros, patológicamente melancólicos, cínicos y solitarios, y por siempre disconformes. Para un público integrado por la primera categoría puede que Bojack Horseman no interese demasiado a primera vista. Si son de la segunda, en cambio, puede que sea bastante dura de mirar. En cualquier caso, lo más seguro es que igualmente terminen viendo todos los capítulos en una sola tarde. Hace poco más de un mes, esta compleja serie de dibujos animados con desinterés por los finales felices, lanzó su tercera temporada. La historia fue creada por el joven Raphael Bob-Waksberg, mientras dormía en un sofá recién mudado a Los Ángeles, cuando se arriesgó a hacer un pitch de 12 capítulos seguidos para Netflix. Y diseñada en burlones colores pastel por Lisa Hanawalt, su amiga de la secundaria, una ilustradora con agudo sentido del humor y predilección por los animales parlantes. Desde el 2014, Bojack Horseman se ha mantenido como un proyecto exitoso, sí, pero que –a pesar de su deslumbrante lucidez– es festejado en voz baja comparado con algunos de sus contemporáneos. Quizás, porque se interesa mucho más por los aspectos más oscuros y ásperos de estar vivo. Quizás, porque señala algunos detalles tan dolorosamente absurdos de la sociedad en que vivimos. Quizás, porque tiene su complicación ver a un caballo antropomorfo inhalando cocaína durante 25 minutos. O un capítulo vanguardista bajo el mar sin un solo diálogo. O una burlona canción pop sobre el aborto que invita a matar fetos con una metralleta.
En una versión alternativa de una sociedad donde conviven animales y humanos, y en una versión retorcida de Hollywood donde J.D. Salinger tiene un programa de concursos, Bojack Horseman (en la voz de Will Arnett) es un caballo que alguna vez fue una estrella de televisión. Y que está intentando volver a la carrera. Pusilánime y autoindulgente, se ha pasado los últimos veinte años en su mansión, dándole replay a los antiguos capítulos de su sitcom, masturbándose con sus propias fotos (“¡Pero solo por lo que representan!”) y sin poder dejar de lastimarse a si mismo y a los demás. Contada así, puede parecer una premisa fácil de agotar. Apenas otra serie de dibujos que critica el estilo de vida norteamericano, o los excesos del mundo del espectáculo, o que solo es demasiado delirante y bizarra. Pero, además, se las arregla para ser brutalmente divertida e inteligente. Ahí está, por ejemplo, una escritora feminista y altruista que jamás obtiene lo que quiere, y que termina irremediablemente enredada en el malentendido y la incomprensión. Veteranos de guerra peleándose por cupcakes en televisión. Un Bill Cosby hipopótamo absurdamente justificado (“¿acaso si le hubiese hecho algo malo a alguien, tendría un programa de tv?”). Pero, de golpe, de la serie emerge su verdadera sensibilidad: esta es la historia sobre vivir atrapado en la fiesta incorrecta. Si te diesen ese papel, si la película hubiese salido bien, si obtuvieses lo que tanto querías, ¿eso te haría feliz? Un relato bestial pero empático, sobre un tipo de desazón patológica, la dificultad para conectarse con los demás y la pérdida de control. Sobre una oscuridad que vive impregnada en algunas personas, de forma cotidianeizada, (y muy divertida de ver, por qué no). Como si fuese solo una característica humana que todo lo determina y lo sabotea. “Creo que tuvimos suerte de encontrar una audiencia para algo bastante específico”, confesó Bob-Waksberg, su creador. “Sí, es sobre un caballo. Y sí, es sobre una estrella de tv, pero el público se identifica tanto porque hay sentimientos fundamentales. El aislamiento, o la tendencia a auto sabotearse son bastante universales. Pero sobretodo, es la idea de la fragilidad entre algo muy triste y algo muy divertido, que realmente no son términos contradictorios”.
Por supuesto, Bojack no está solo. Y hay un elenco estelar que incluye las voces de Alison Brie, Aaron Paul (Jesse de Breaking Bad), Lisa Kudrow o Amy Sedaris. Y hay situaciones que mezclan la sensibilidad colectiva y la espiritual, con algunos momentos realmente reveladores. Hay una escritora que viaja a cubrir la guerra en el tercer mundo, pero termina ocultándose durante meses en Los Ángeles al no soportar la miseria (ni tampoco la idea de su propio fracaso). Hay un caballo que intenta pedir disculpas a alguien por un hecho infame, y termina acosándola y traumatizándola y empeorando todo. El protagonista se pregunta si quizás la respuesta está en los otros. Si la clave es ser un mejor hombre con los demás. Y todo el tiempo la serie se niega a darle la razón, quizás ahí está una de las dificultades para mirarla. Su posición puede ser despiadada: que cualquier tipo de agite altruista, cualquier supuesta generosidad, es casi siempre parte de una auto indulgencia muy personal. Incluso, bordea la idea de que nada de lo que hacemos es realmente por los demás. Entonces, adiós Stranger Things. Buena suerte, sensibilidad Judd Apatow. Adiós a las bicicletas, el porro que pega lindo y la idea luminosa de que la amistad y el amor bueno te salvan. Para Bojack, no es que eso no suceda del todo, sino que, como en la vida, quizás todo sea algo un poco más complicado. Que a quien no se salva solo, nadie lo puede salvar. Y que eso no impide que la gente, increíblemente, casi como un milagro, a veces se encuentre.
En su introducción, el programa es elocuente homenajeando a la de Mad Men. Como pidiendo disculpas a sus antecesores directos con dramas morales de carne y hueso, como Walter White o Don Draper, porque estos unicornios llegan a lugares más ásperos que ellos. (Y no está de más decir que esta serie de dibujos en colores pastel, tiene personajes femeninos más complejos y más discursivos que muchas otras) “En este mundo aterrador, lo único que tenemos son las conexiones que logramos generar”, escribe Bojack, mientras intenta comunicarse en un capítulo debajo del mar que impacientaría a cualquiera. “No creo que haya gente buena o gente mala. La verdad es que todo los estamos intentando”, explica su creador. Bojack es un absurdo pony infame, esa es la verdad. Pero al mismo tiempo es fácil reconocerse en su personaje. En particular cuando quiere creer que es posible que, mientras más lo intenta, más fácil se vuelva todo esto.
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