Por Cecilia Sosa
Hay manifestaciones previsibles, pero otras pueden resultar casi inexplicables. Este jueves, a las tres de la tarde, un grupo de activistas se reunirá en el Obelisco portando curiosas pancartas: Estoy mudo, Si quieren del otro nos vemos después, Amor de pie, Quien tenga ojos que vea o se los arranque de una vez, Podría abrazarte ¿o asesinarte?, Estamos muriendo con la tierra, Hablen de paz roñosos, sí, sí, escucho, Hoy voy a poner a secar este vestido que no voy a volver a ponerme. Y algunos carteles dirán incluso Hola mamá, sorprendiendo al transeúnte agitado. Poniéndole el pecho al ridículo, la comitiva manifestante se internará en fila india por el microcentro hasta la esquina de Florida y Córdoba, donde dejará las pancartas en el piso y permanecerá inmóvil con la frase entera desplegada. Todo no durará más de quince minutos. La intervención se repetirá en Plaza de Mayo, completando un caprichoso triángulo urbano.
A modo de explicación, y a quien quiera recibirla, los manifestantes sólo ofrecerán un pequeño volante con esta leyenda: “9 de septiembre de 1939-9 de septiembre de 2004. Der Morgen des roten Feuers, o la mañana del fuego rojo”. Un texto explicativo acallará o confirmará posibles dudas: se trata de un homenaje a un grupo de anarquistas alemanes que durante los años de Hitler planearon una revolución que fracasó, y al darse cuenta de que no iban a poder cambiar el mundo, rociaron con gasolina el lugar y se quemaron vivos. “Esta historia nunca salió a la luz. Me la contó un nazi al que conocí cuando intentaba acariciarme los testículos en un asiento de dos en un tren. Yo le respondí sacándole la mano: ‘Un momento’. A lo que él me dijo: ‘No siempre hay un momento para todo’”, escribió en el volante Fernando Rubio, 28 años, actor, dramaturgo y responsable de la iniciativa. ¿Verdad? ¿Fraude? A Rubio no parece importarle. “El teatro tiene que salir de las salas”, advierte. “La mayoría de los directores, aun los más vanguardistas, giran siempre en el mismo lugar, se apegan a los lenguajes académicos y tienen miedo de usar otras expresiones”, dice. En busca de esos nuevos espacios sale la Compañía Intimoteatroitinerante, suerte de laboratorio de activismo artístico que reúne teatro, fotografía, literatura y urbanismo. Recluidos en un galpón de la Imprenta Chilavert en Pompeya, espacio prestado por la cooperativa de trabajadores que controla el lugar, los miembros de la compañía no planean conspiraciones antihitlerianas, aunque se entregan a la lectura de los popes del situacionismo y a enhebrar posibles cruces entre el pensamiento de Giordano Bruno, Bertolt Brecht y Lacan. De esa ingeniería surgió Cuentos para un invierno largo, una obra de teatro de extraña poesía que transcurre en cinco cabinas blancas donde sólo hay espacio para un actor y un espectador.
Entre junio y julio de este año, el grupo se subió al Ponte Sisto, el puente que cruza el río Tevere en Roma, y paseó el espectáculo por distintas ciudades de Italia, España y Portugal con el apoyo de la Secretaría de Cultura de la Nación y la Cancillería argentina. No aptas para claustrofóbicos, las funciones se repetirán los domingos de octubre y noviembre, a las seis de la tarde, en el patio del Centro Cultural Recoleta.
Con la intervención del próximo jueves, la compañía habrá cumplido una de sus metas: tomar el espacio público y mantenerse a la deriva en pos del acontecimiento. “Será un paseo contrario a las leyes del tránsito, en pleno horario de trabajo y en busca de una nueva intimidad. Con que una sola frase resuene en alguien, alcanza”, dice Rubio. La experiencia se repetirá el 25 de septiembre en La noche de los museos, evento organizado por la embajada alemana y el Instituto Goethe en el que los museos de Buenos Aires permanecerán abiertos entre las 19 y las 9 de la mañana buscando capturar noctámbulos.La invitación está hecha: este jueves a las tres de la tarde en el Obelisco. No se suspende por lluvia, piquetes ni movilizaciones blumberguianas.
Quienes quieran participar de la experiencia pueden
escribir a
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