Domingo, 11 de septiembre de 2005 | Hoy
NOTA DE TAPA
Cuando Sergio Marchi llamó a Luis Alberto Spinetta para charlar a propósito del libro sobre el rock post Cromañón en el que estaba trabajando, no sabía que el resultado iba a ser tanto más satisfactorio. Para su sorpresa, esa charla se transformó en una entrevista lúcida y sensible que funciona como perfecto epílogo al libro, con la que Spinetta rompe un silencio de doce años para repasar los cambios ocurridos en el rock desde los días de Almendra y Woodstock hasta el rock chabón. Radar reproduce en exclusiva algunos de los pasajes más jugosos de El rock perdido: de los hippies a la cultura chabona, que por estos días llega a los kioscos.
Por Sergio Marchi
Luis Alberto Spinetta se apasiona vehemente frente a la charla que acepta sostener para este libro. La idea es conversar sobre la evolución o no del público que ha seguido al rock nacional desde sus comienzos, los que lo encontraron a bordo de Almendra cuando los ‘60 llegaban a su fin. Desde hace unos doce años Spinetta hizo un corte con la prensa y sus declaraciones públicas han sido más bien escasas. Acepta hablar porque sabe que el tema de conversación puede ser mucho más amplio que la consigna que lo enuncia. A lo largo de una trayectoria que se encamina a los 40 años, la reputación artística y humana de Luis ha sido intachable. Es probable que parte del precio a pagar por esa actitud tenga que ver con su ausencia de los circuitos masivos, o que quizás ésa sea la forma de preservar en una conducta firme en tiempos en que cualquier recta pasa a ser curva.
Fue una conversación anterior que se produjo en el año 2001 la que sirvió de excusa para entrar en tema. Acababa de salir Silver sorgo, ese disco que abre con un tema que decía que “hay que impedir que juegues para el enemigo”. Era el segundo disco de una nueva etapa, iniciada con Los ojos, de un Spinetta reflexivo y tranquilo en lo musical, que contrastaba con el sonido volcánico y eléctrico de San Cristóforo. Ese cambio tan drástico fue motivado por una actitud que vio en el público. Lo decía con un humor agridulce: “Quizás ésa sea la música que más me gustaría tocar, pero cuando veo que se comienza a golpear en los recitales... No, flaco, no, tranquilizate y vení que toco lo que quieras”.
Luis Alberto esboza una sonrisa, pero se pone serio enseguida para ratificar el punto cuatro años más tarde.
“Sí, no te golpees mientras yo estoy tocando, no te lastimes. Yo que soy papá, cuando tocábamos con Los Socios del Desierto veía un pendejo de la edad de Valentino reventándose la cabeza contra otro, con un hilo de sangre en la cara, y ya no te daban ganas de tocar. Y a la vez son cosas de una juventud que se acostumbró a esa agresividad.”
Era inaudito pensar en algo así cuando vos comenzaste con Almendra.
–Pero después la sociedad argentina sufrió una mutación y una mutilación muy grande que creó generaciones de hijos de gente torturada y gente deshecha en calabozos, no nos olvidemos de eso. La Almendra de aquel entonces no sería la misma después de esa Almendra. Es una desfiguración del rostro.
¿Cómo recordás al público de los inicios?
–El público no tenía distinciones de clase. Podía estar el loco que había conseguido pepas y que estaba viendo con los ojos inyectados en sueños. Y podía estar un flaco que venía de Morón, más “rollingón” de aspecto, con el lope bien largo escondido debajo de la campera, porque la cana se lo llevaba simplemente por ser negro y tener el pelo largo, que es lo que ocurre en todas las ciudades modernas. Podían convivir diferentes públicos. Ahora es como que se polarizó. Las masas van a ver a ciertas bandas que responden al llamado popular hirviente, con música que está sometida al hervor, caldeada por ese hervor popular, que es como una especie de piquete inoperante de la expresión rockera. El piquete no está en la certeza ni en la densidad de nuestras palabras, sino en aquella actitud convocatoria y sin poesía.
¿Se podría establecer una comparación entre el público que iba antes a recitales y el que asiste ahora?
–Yo no tengo una manera de poder comparar el público, porque el que me va a ver a mí me ama. Me ama ahora y me ama antes porque es lo mismo. Pero siento que cambió en eso. Que los pibes más pobres van a ir a escuchar cumbia o música media reventada y otros van a ir a escuchar algo más fino. Que aunque no sea así en el distingo social, como si la música tuviera esos gorros, de alguna manera eso existe.
Pero antes no existía...
–No existía. La gente en general, ante el llamado creativo de tantos músicos que marcaron o estaban marcando a fuego a su generación, sintió el llamado de la libertad, por lo tanto se woodstockizó a la mate amargo, a la argentina. Comprendió que el llamado ese los unía en vez de separarlos y era una forma de mostrar el flower-power a la juventud. No te olvides que a la que encaró por el lado de la lucha política la destrozó la dictadura. Eso, que todavía no había sucedido, ya se anticipaba en gestos represivos muy importantes de la época de Onganía. Creo que la gente estaba más unida para escuchar música de todo tipo, sin tirarle nada al que no le gustaba.
¿Lo masivo tiene que ver con la
decadencia del rock hoy?
–En parte pasa; un genio masivo como Charly logra que la gente cante canciones con cierta complejidad, muy bellas: está en el límite de eso. La música verdaderamente masiva no tiene piedad de nosotros: es una música muy basada en vender discos, en el éxito comercial; algunos lo logran y otros no. Pero en general los que lo logran y vos sentís que la música es una porquería, es porque estaba pensando cómo mantenerse dentro de las reglas de lo que ya hicieron y no aprender un átimo, sino conquistar más ventas de discos. Conquistame poéticamente, quiero escuchar. Sentir que me dicen algo que me estremece el ser, que me corra un escalofrío como pasa con alguna canción de Fito, de Charly, de Cerati, de alguna gente creativa. Como cuando escuchás a Divididos zapar, cuando pasan cosas que se ponen densas porque la gente que está zapando funciona bien. O cuando escuchás otras músicas también, no necesariamente rock. Se te pone la piel de gallina, con cosas lindas. Yo vivo así. No puedo pedirle eso a la masividad.
Antes había un concepto claro.
Y había una guerra que era “comercial vs. progresiva”.
–Fue contra lo comercial y era una batalla ganada creativamente contra el producto arbitrariamente idiota, que es en lo que siempre se basó la industria discográfica. Hay mucho que es directamente idiota, y luego hay cosas idiotas de más calidad musical. Y no sé en qué puesto o en qué napa de esa estratificación, de esa coreografía de capas, de sedimentos culturales, está la música que sigue siendo como yo la quería ver cuando hacía Invisible, o con Rodolfo (García, baterista de Almendra) cuando pensábamos que escuchábamos esto y de golpe, Piazzolla; y después estábamos tocando (canta un riff de “Ana no duerme”) un arreglo de Almendra que era una mixtura. Estábamos inventando algo que surgía de nosotros. En parte es lo que sucede políticamente también. Nos cuesta convencernos de que es el alma que está en juego; es el alma con la que tomes las decisiones lo que lleva a sacar adelante la educación, la salud, la justicia. La imaginación es la herramienta para volar. No todo lo contrario: el hacinamiento y la actitud troglodita. Sonaste, eso no vuela ni con una turbina agarrada a cada brazo. Pasa eso políticamente. Si algún político inteligente ve eso... Pero sabemos que hay mucha gente que está tratando de hacer bien las cosas, pero también existen todos los otros que están en la rufa, la coima, la timba de la política. Y no hay otra porque está el hampa, el bajo hampa, la corrupción, la prostitución, el lavado. Todo sigue. Ventas ilegales de armas, todo sigue. Argentina es una frontera inmensa, un país divino, absolutamente fabuloso, nosotros somos los que estamos mal. Si los milicos hicieron eso, ¿qué querés que salga? ¿Una flor etérea como una mariposa creativa? ¿Qué querés que surja? Surge una mala onda profunda, que va a durar un tiempo. Es una herida que tiene que restañarse. Que cada uno trabaje para poner eso en orden y no confundir.
Los artistas que hacen música lúcida ayudan a ordenar eso que decís.
–Sí, pero después toda la pendejada sale masivamente a ver otra cosa y en definitiva la tendencia es otra, que es mucho más de tirarse para atriqui. Una cosa es que un genio como Maradona, que demostró que podía hacer los goles con la nariz, con cualquier cosa, haga un gol con la mano. Otra cosa es que todo un pueblo se dedique a transgredir la norma de todo y que eso sea la posta y ganarse el campeonato mundial. No, Maradona lo ganó, los boludos que usan eso hundieron el país con esa actitud de violar todos los convenios y todas las cosas. Termina en una bola de delincuencia; arrebatan la vida de la gente. ¿Pobreza? Es decir: mirá yo me quedo con una guita de acá... Es la misma actitud: yo hago el gol con la mano. ¡¡¡Está prohibido hacer goles con la mano!!! Maradona no necesitaba hacer el gol con la mano, porque después demostró que hacía un gol increíblemente mejor. Pero ésa es la habilidad de un Dios, no de un delincuente. Y eso es lo que la gente no entiende. Le gusta más la parte oscura de Maradona que la parte del genio iluminado. Me tiene podrido eso, me parece que la gente no sabe respetar a sus dioses.
¿No te parece que el rock se convirtió en esa cosa que detestábamos?
–El fútbol también y es infinitamente más violento que el rock, que no tiene tanta rivalidad porque la música no está representada por tanteadores. En el fútbol, el alambrado separa a la gente de una tragedia, de un asesinato múltiple: descuartizarían al referí y al otro que cometió el penal que el referí no cobró. ¿Viste lo que es atrás de los arcos? Eso no es digno de lo que queríamos construir como sociedad.
¿Cuándo comienza el rock a incorporar esos códigos de la tribuna de fútbol?
–Lo que se me viene a la cabeza es la película Rollerball, con James Caan. Se trata de un deporte del futuro, en el que dos equipos tienen que encestar en unos agujeros una pelota cromada, pesadísima, como de bowling. Y se chocan a alta velocidad, no recuerdo si los persiguen como en motos, y los jugadores tienen que zafar de cosas con altísimo riesgo. Más como un circo romano que como un deporte en sí. Me parece que esa película tuvo muchísima influencia en la formación de tribunas babeantes de maldad.
Hay algo de rock, pan y circo; hay algo de nerónico en las estrellas de rock. Locos, muchas veces con creatividad, otras veces no, pero con una tendencia a la egolatría tremenda, capaces de sucumbir con su propio mundo. Hay varios ídolos del rock que demostraron todo eso, otros lo siguen demostrando. Otros que disfrutaban de la consideración de diablos se han apaciguado y pertenecen al establishment más codiciado de la más rancia casta adinerada. Yo veo, por ejemplo, que Bono ha ganado tanto dinero y tiene tanto poder personal que se entrega a la política. Y hace cosas para tratar de defender cosas que otros no harían. No quisiera meterme en nada de lo que él está resolviendo; prefiero no tener un mando y jamás meterme en nada así, no sé por qué, pero no me gusta ni con un catalejo. Con eso te quiero decir que para mí estar del otro lado significaba Magical Mystery Tour, y de ahí no pasé en mi manera de violentar las puertas de mis sentidos, por ejemplo. Que es la principal violencia: gente que toma merca y sale a matar o a buscar dinero matando gente.
¿Escuchaste algo de “rock chabón”?
–No, es algo que a mí no me importa. Tengo bastante respeto por La Renga porque sé que son performers; a ellos les gusta tocar y sin acordeones, ni tumbadoras, ni música tropical. Los rescato porque son rockers y me gusta el cantante; siempre me gustó cómo toca la viola y cómo suena la banda. El material no me agrada demasiado, aunque algunas cosas tienen polenta. Pero también tienen polenta otras bandas como Los Piojos y otros más. A mí me gusta El Otro Yo. Me encantan porque tienen una actitud y están buscando algo. Con el lenguaje de la pendejada, con otras urgencias, bien de abajo, de barrio. Pero es gente pacífica, capaz de unirse por la paz para defender lo más sagrado.
¿Solamente por la desgracia que hemos sufrido como país se puede explicar la caída del rock en Argentina?
–En la época de Almendra, la represión fue una cosa. Pero más tarde fue una matanza de gente, unos sucesos imborrables para nuestra historia. Por lo tanto la música se destroza, como se destrozó la piel, se destrozó la carne, el alma y la música. De ahí, surgidas de las resacas avefénicas de todo, surgieron estas cosas que sabemos que forman parte de una florintensa, nutriente; de una misma lírica que ya llegará a otro apogeo de creencia. Es una fluctuación, como en la astronomía. Es una cresta y un desvanecimiento. En ese sentido no tiene la misma forma de onda que el cosmos. Pero sí que todo eso se recicla, que vuelve a sus fuentes y las pierde, una y otra vez. Ya desde hace muchos años el abuso del poder, como en el caso de la época de los gobiernos de facto, se dedicó a maltratar al pueblo por sobre todas las cosas; bombardearle la ciudad, o hacerle la maldad que sea, para defender a Cristo o lo que fuere. Eso hizo que apareciera gente de mala calaña. Que cuando tuvo poder para hacer hospitales y escuelas, hizo shoppings... Entonces, la gente se alimentó mal, la cagaron a palos, la torturaron y encima le dieron de comer caca. ¿Qué querés que surja?
¿Qué reflexión te merece lo sucedido
en República Cromañón?
–Es como la puerta 12 del fútbol. Ni la banda, ni los propietarios ni nadie iba a calcular que podía ocurrir una cosa así, tan dolorosa para todos. Nadie va a premeditar eso, ni a tener una idea delictiva. Pero la gente quiere ese pan y circo de la justicia también. Quiere un ajusticiado, quiere que rueden las cabezas. Pienso que es una vergüenza que Chabán se haya ido del lugar, aunque no lo considero un asesino. En mi deseo de que fuera justo todo, me da vergüenza que se haya ido y no se haya puesto él a hacerle respiración boca a boca a la gente. Sería distinto si lo hubiesen encontrado peleando.
¿Cómo es que a alguien que va a un recital de rock se le ocurre tirar una candela en un lugar cerrado?
–Hay algo de cerebro infraalimentado, con padres torturados, al que ni sus abuelos ni sus tíos tuvieron tiempo para criarlo y darle polenta y fe después de esas pérdidas. Entonces, entre los desfasajes que podría tener, uno podría ser que piense que está bien tirar una bengala en un lugar cerrado. También pasó en Estados Unidos. Eso ya no es una cuestión de que se educaron en colegios pobres, pero como acá creo que somos más sensibles e inteligentes que en Estados Unidos, pese a ser mucho más pobres, no debería haber sucedido por la ignorancia de la gente. El problema es que acá sí sucedió por la ignorancia. Allá sucede porque ellos le ponen bengalas a todo. Pero acá que somos tranquilos, digamos, por decirlo así, la gente enciende bengalas en lugares cerrados donde hay cosas que pueden incendiarse y que van a traer problemas. Hay algo de cerebro infraalimentado, cultural y proteínicamente, en gente que como no tiene dónde dejar a los pendejos los deja en una guardería donde toca una banda de rock. Porque hay mil formas para que un pibe sea rockero, pero de esa manera lo van a odiar al rock. Porque se van a acordar de que se querían dormir y tenía un gasesito el bebé; y en vez de que la mamá lo escuchara, escuchaba el bajo. Eso es inconcebible. La gente que perdió bebés ahí no tiene que hacer causa criminal a nadie, al contrario: el Estado les tendría que hacer una causa. Por abandono de la criatura, como cuando alguien no alimenta a su hijo y lo meten preso. ¿Qué tenés que haber pensado para dejar una criatura en un baño? No se hace eso. ¿Quiénes son los culpables? Todos culpables y todos inocentes a la vez. Yo creo que el tipo que pone un lugar así y lo que dice Puerta de Emergencia, lo cierra con una cadena, ése está loco de remate y tiene que pagar porque eso sí es un crimen. Una puerta de emergencia es una puerta de emergencia. Después tiene que pagar toda la cadena de coimerío. Es una gran desgracia para una banda de rock. Yo como rockero estoy de luto con eso todavía. Por más que le digas a la gente, siempre hay algún idiota que avanza con la bengala: yo hago el gol con la mano. Sí, lo que pasa es que al transgredir algo, sucede una desgracia. No todos son goles. A veces son goles en contra con la mano.
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