Domingo, 11 de septiembre de 2005 | Hoy
MúSICA > SE PINTAN (PERO NO SON UNA BANDA GAY)
Tuvieron problemas durante la dictadura (pero no sólo con los militares). Y todavía tienen problemas (en la calle, en los boliches, con la ropa, con los tacos). Sin embargo, los tres integrantes de El Club de Marilyn se siguen produciendo. No por nada son la banda glam más provocadora y desfachatada de la Argentina.
Por Mariana Enriquez
“Mi destino es salir en televisión”, dice Marcelo, guitarrista de El Club de Marilyn, hombre bien –y orgullosamente– poco fotogénico. Pero no es una ironía porque crea que su grupo esté condenado al éxito (en una escena rocker más “normal” que la argentina serían estrellas, sin embargo) sino porque es muy común verlo por la mañana en Crónica TV, en el informe de cotización de hacienda diario. Hace veinte años que trabaja en el mercado de Liniers. Más o menos hace el mismo tiempo que formó Marilyn, la banda de glam rock más impredecible y osada de Buenos Aires.
Los shows de Marilyn son una experiencia única, divertida y rockera en el mejor sentido: Marcelo y su hermano Pablo se encargan del bajo y la guitarra maquillados hasta el delirio, sobre altas botas con plataformas, y Luis se encarga de bailotear, provocar y cantar, aún más maquillado que sus compañeros, sobre los tacos más vertiginosos posibles –hace unos meses se cayó por una escalera y se lastimó la espalda–; suenan como los Rolling Stones, los New York Dolls y toda la historia del glam rock, y tienen una desfachatez insólita.
Para una banda que se formó en los años ‘80, tienen un currículum asombrosamente escaso; apenas un casete de los primeros años –ya perdido– y un disco lanzado en el 2002, Hecho en la sombra. “En los ‘80 no estaba el tema de lo independiente; recién ahora nos pusimos las pilas. Al principio de todo íbamos a sacar un disco por compañía y se pinchó. Desde ahí es difícil seguir. En los ‘80 no se podía grabar si no era por compañía. Ahora grabás en tu casa. Nosotros funcionamos de forma totalmente independiente, ni siquiera estamos en un sello chico.”
Luis es de La Paternal, Marcelo y Pablo son de Mataderos, pero la banda nació en Flores. “Somos una banda de suburbio”, dice Luis. Pero Marcelo asegura que nada tienen que ver con lo que se llama “rock barrial”. Sí, pasaron diez años seguidos escuchando a los Rolling Stones. “Pero no somos rolingas. No nos gusta toda esa cosa de hinchada de fútbol, ni de ‘somos los mismos de siempre’, ni nada de esa mística. ¿Viste las fotos de los Stones? Tenían la ropa más linda del mundo. Y cambiaron musicalmente muchas veces, no son tan cuadrados como lo que se tradujo acá. Pasa eso con todas las cosas, no sólo con la música. Acá todo termina siendo cuadrado y más feo.” Providencialmente, en 1975 vieron una foto de los New York Dolls en la revista Pelo y un amigo que viajaba a Estados Unidos les prestó un disco. “La gente empezó a escuchar a los Dolls quince años después”, explica Marcelo. “Nuestra banda siempre tuvo escena. Incluso cuando teníamos trece o catorce años nos gustaba ver las fotos de los artistas que se pintaban, y lo primero que pensamos fue: ‘Vamos a pintarnos también’. La respuesta fue automática. Si no, ¿qué clase de grupo somos? Es como un mago de un circo, te tenés que poner el traje y la galera. La música es para los oídos y para los ojos.”
¿Tenían problemas cuando salían pintados en aquella época?
Marcelo: Y... fuimos presos varias veces, en el ‘83, creo. Pero no era nada más la cana, la gente era jodida. Ensayábamos con unos equipos de mierda, no hacíamos ruido, pero a los vecinos les encantaba hacer denuncias.
luis: Yo hice hasta segundo año con los milicos, tanto no lo viví; pero milicos eran todos. Los profesores, los padres, los vecinos. Nosotros siempre quisimos romper estructuras. Cuando ellos tenían quince años y se maquillaban a escondidas de los padres y salían a caminar, era una forma de transgredir. Los chicos de ahora no saben lo que era. Todos los que tuvimos esa rasurada de cabeza de los milicos somos cerrados.
Marcelo: Yo soy cerrado. Es la manera en que crecí. Siempre me dijeron: “Esto está bien, esto está mal, esto es de trolo”. Cuando era más chico me pintaba y no me importaba, no me dolía tanto; cuando pasa el tiempo te hacés cargo, y se te va lo espontáneo, caés en una crisis, no querés que todos te miren, que la gente en el laburo te pregunte por qué tenés los ojos pintados. Y después lo hacés de vuelta. Es por oleadas.
¿Y ahora también tienen problemas?
luis: El último año no tanto, pero es increíble, todavía sí. A los dueños de los lugares no les gusta, es complicado llevar esto a todos lados. En algunos lugares decidimos ir no tan producidos. Pero no nos gusta tener que reprimir el show por la gente. A mí me parece una locura hablar así a esta altura, cuando ya pasaron tantas cosas en el rock... El año pasado tocamos en un lugar donde había como cinco patovicas que no nos querían dar la mano. Y Marcelo me dijo: “Acá no nos pintemos”. Cuando me dicen eso, me pongo más loca todavía. Siempre preguntan si somos una banda gay... Si lo fuésemos no tendríamos problema en decirlo. Todo viene del machismo argentino. No tendría que ser así: los tangueros se pintaban y usaban flor en el ojal. El arrabal tenía su look andrógino.
¿Dónde consiguen la ropa?
luis: Muchas cosas en ferias americanas o en negocios de mujer, que es un problema, porque a veces no te venden. Las dueñas no quieren. Para muchas cosas no encontramos talle. Las botas las mandamos a hacer. Entonces vamos a Once a buscar calzado de mujer con número para travestis. Una vez nos vio una compañera del trabajo de Marcelo, del mercado.
Marcelo: La ropa de hombre es aburrida. Es toda igual. Además, los tacos están buenos porque te cambian la postura del cuerpo. Te obligan a ponerte derecho. Es toda una actitud.
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