Domingo, 2 de abril de 2006 | Hoy
Por Carlos Marcucci
La “gente” desconfía de los políticos, no les cree; pero en realidad los políticos sólo son conocidos a través de los medios de comunicación y por lo tanto son totalmente desconocidos. Son una representación de sí mismos.
Herbert Marshall McLuhan abrió un camino para la investigación de los medios y trató de convencer a los comunicadores y al mundo de que el medio en sí mismo es el mensaje.
Hasta la aparición de su libro El medio es el mensaje, un análisis sobre los medios era un análisis sobre los contenidos. Según él, lo importante consiste no tanto en el texto de las informaciones que el receptor recibe sino en el modo de emisión.
McLuhan afirma que la información cambia de sentido según el medio que la emite y que el monto neto de esa información depende del medio que la propaga. Traduciendo lo que dijo: no es lo mismo verle la cara a un político por TV que escuchar su voz a través de la radio o ver su cara en una enorme foto de un afiche.
Los intermediarios de los mensajes políticos –productores, directores, maquilladores, camarógrafos– que tratan que el candidato y su discurso sean recibidos en forma impecable, en el caso de un debate no pueden superar las fisuras que ponen al descubierto la cara oculta del discurso, la verdad, la esencia.
La historia del periodismo demuestra que en las sociedades con gobiernos fuertes o dictatoriales la información se cristaliza y opaca, se autolimita para sobrevivir. En cambio, allí donde el pueblo desempeña un papel significativo en la determinación de su papel político, la difusión de las opiniones y las ideas desarrollan un proceso evolutivo y transparente. Vivir en un país desinformado o mal informado en una época ávida de información produce alteraciones en la vida del cuerpo social: indiferencia, apatía y falta de participación son algunos de sus efectos. Si esto ocurre, es bueno apelar a la ayuda de los teóricos de la comunicación, como McLuhan y Fleur, para poder leer la realidad aún allí donde parece no estar.
Recordando que siempre es bueno que las teorías sirvan para algo, habrá que deberle las disculpas a McLuhan por utilizar forzadamente una de las suyas, pero también es cierto que siempre es necesario ser un poco arbitrario cuando se trata de ciencias de la comunicación.
Pensando en que el medio es el mensaje y que no hay texto sin contexto ni mensaje sin emisor; información, informante y medio terminan por componer un solo elemento. Se produce entonces un curioso fenómeno. La noticia travestida, la información que se deforma, el hecho que se oculta, llegan igual. El silencio se contextualiza y se hace bullicio, se enmarca en aquello que se desea ocultar.
Y es por eso que cuando al locutor más profesionalizado le toca leer un cable que dice que no había casi nadie, donde estaban casi todos, el medio lo delata, hace que su voz sea otra, que su dicción sea otra, y que el énfasis que pone en decir “no”, se haga similar al énfasis que ponían los galanes argentinos del ‘40 cuando daban un beso.
Uno sabía que ese beso era de mentira, así como uno sabe que ese “no” es de mentira. Pero texto, contexto, emisor, medio y mensaje no sólo ayudan a descubrir que muchas veces se dice “no” cuando es “sí”: también contribuyen a reflexionar sobre la economía, la educación o la libertad del hombre. Y cuando un ama de casa mira un noticiero por TV y ve y escucha a un gerente de una empresa de electricidad que informa que la red eléctrica está en perfectas condiciones y a ella se le corta la luz, el televisor sin imagen, oscuro y a oscuras –el medio, como diría McLuhan– es el mejor mensaje.
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