Domingo, 18 de junio de 2006 | Hoy
CINE > LA ARGENTINA DE BIALET MASSE Y LA DE HOY
Hace un siglo, el presidente Roca le encargó al médico, abogado, ingeniero agrónomo y empresario catalán Juan Bialet Massé un informe sobre el estado de la clase obrera y de los indígenas en la República tras la Campaña del Desierto. Sus conclusiones fueron lapidarias y su efecto de tal magnitud que se lo considera el precursor del derecho laboral. Ahora, el documental Bialet Massé, cien años después revisita su figura y su trabajo para trasladarlo a la Argentina actual. Y las conclusiones, aunque menos explícitas, parecen igual de desesperanzadoras.
Por Osvaldo Bayer
Después de ver el documental Bialet Massé, cien años después podríamos volver a recitar aquello de Olegario Víctor Andrade: “Todo está como era entonces, la casa, la calle, el río, los árboles con sus hojas y los pájaros con sus nidos. Todo está igual, nada ha cambiado”. No exageremos, sí, el río está todavía pero vean ustedes el Riachuelo. No es el mismo, tiene por lo menos algunos centenares de toneladas de basura más. Sí, hay árboles, pero algunos han disminuido en número casi totalmente, como el ombú. Qué alegría cuando niño verlo aparecer en la ventanilla del tren, en el medio de la pampa... Y los pájaros son unos cuantos menos comparados con aquellas bandadas infinitas que inundaban nuestros cielos.
Pero vayamos al ser humano. Metámonos en la historia de los argentinos. Sí, hemos abusado y seguimos abusando de la naturaleza pero por lo menos hubiéramos tratado mejor a sus habitantes, a nuestros habitantes. Sí, sigamos a Bialet Massé en su “Informe sobre el estado de las clases obreras argentinas”, de 1904. Un documento indiscutible. Bialet Massé un científico, un sabio. El gobierno de Roca le encarga un informe sobre cómo se encuentran los trabajadores y los pueblos originarios en su Argentina (la de Roca, después de la “Campaña del desierto”). Y Bialet Massé lo escribe y describe la verdad. Nada más que la verdad. Cómo se trata al trabajador y al indio en la República de Roca. Nada que ver con aquellas palabras escritas por Belgrano en 1810: “El labrador tiene que poseer tierra para que la trabaje”. Nada que ver con las palabras del Himno Nacional: “Ved en trono a la noble igualdad. Libertad, libertad, libertad”. En vez de esos ideales, la ley roquista 4144, de Residencia, cuando la verdad es que tendría que haberse titulado: “Ley de expulsión de los trabajadores extranjeros desobedientes”. Una ley sumamente cruel ya que se expulsaba para siempre del país al obrero extranjero de ideología revolucionaria pero se dejaba aquí a su mujer y a sus hijos que quedaban sin ningún sustento. Lo que debería enseñarse en nuestros institutos educativos es lo épico que resultó ser la reacción obrera ante esa ley de privilegio: los obreros que ganaban jornal donaban parte de él para que se mantuviera a las mujeres y los hijos de los expulsados. Con Roca fueron expulsados centenares y centenares de obreros extranjeros, en su mayoría luchadores por las leyes sociales y las ocho horas de trabajo. Pero no sólo con Roca, gobiernos elegidos por el pueblo después de 1926, como elde Yrigoyen y Perón, siguieron aplicando esta ley, hasta que fue derogada definitivamente por Frondizi, en 1958.
La honesta investigación de Bialet Massé nos muestra claramente que la lucha obrera en los años del liberalismo positivista fue muy justa. Es algo que habría que enseñarlo también. Porque la pregunta cabe: ¿debido a qué principio se enseña todo aquello que fue un adelanto en las ciencias, en la educación, en las instituciones democráticas y por qué no se toman como ejemplo las luchas obreras que sostuvieron siempre el principio de una sociedad justa? Pese a todas las represiones –acordémonos aquélla de Roca en 1904, o del coronel Falcón en 1909, o las de Yrigoyen en 1919 y 1921– los obreros consiguieron las jornadas de ocho horas de trabajo. Y esto cambió la vida de la sociedad. El obrero ya tuvo más tiempo de dedicarse a su hogar, a su familia, a su educación, a su cultura, a su esparcimiento.
Pero en nuestra enseñanza oficial siempre se guardó silencio respecto de las luchas obreras. El libro de Bialet Massé fue muchas décadas olvidado. Hay muy pocas ediciones de él. Es que, claro, da el verdadero panorama y no el de la historia oficial. Hay un documento que lo dice todo. En una carta, el presidente Roca le escribe al gobernador de Tucumán que no “lleve más indios holgazanes del Chaco” para trabajar en la industria azucarera de Tucumán y le promete que él le va a enviar indios del sur. Bien, en su informe Bialet Massé señala con todo detalle que los indios chaqueños son fundamentales para el trabajo en ese territorio y que son muy prácticos y capaces. Roca –ya presidente– escribe la palabra holgazanes sin h y con s. Cuando vi en el Colegio Nacional de Concepción del Uruguay, en Entre Ríos, que en el patio de ese instituto hay un busto de Roca –porque fue alumno allí dos años– señalé ante los docentes de allí: “Parece que Roca aprendió muy poco aquí, ya que sus cartas escritas por él mismo están plagadas de errores de ortografía”.
El informe Bialet Massé dice expresamente que el peón de campo en esa época puede compararse con la esclavitud, sin gozar siquiera el principio de la seguridad de trabajo, de bajísimos salarios que lo mantenían en dependencia, el mal trato por parte de los capataces que respondían absolutamente a las órdenes de los latifundistas. Para darse cuenta cómo era la vida del proletariado en esos años de gran inmigración europea, nos bastaría con transcribir el informe sobre la mujer obrera, del doctor Bialet Massé, que citan tanto la luchadora feminista Mirta Henault como el sociólogo Luis Vitale: “No eran pocas las mujeres que cargaban con el sostén de la familia, con la rudeza de la vida; de aquí que acepten resignadas que se pague su trabajo de manera que sobrepasa la explotación y con tal de satisfacer las necesidades de los que ama, prescinde de las suyas hasta la desnudez y el hambre (...) la clase más numerosa la constituyen las costureras. Trabajando fuerte, ganan de 80 centavos a un peso por día; las de trabajo superior, de un peso 20 centavos hasta un peso 40 centavos excepcionalmente, pero como en algunas casas trabajan varias, ayudándose unas a otras, no puede saberse bien lo que ganan (...) El ramo de las planchadoras en Tucumán está tan malo como en las otras ciudades del país. Muchas mujeres trabajan en sus casas, y hay varios conatos de taller con una oficiala y dos o tres aprendices. Trabajan de 6 de la mañana a 6 de la tarde, teniendo un descanso de media hora para el mate, mañana y tarde, y hora y media al mediodía, de modo que la jornada efectiva es de diez horas y media (...) otro oficio era la lavandera. Estas son unas desgraciadas: flacas, enjutas, pobres hasta la miseria. Visité algunas lavanderas y planchadoras, y me enteré cómo efectúan estos trabajos de modo primitivo. En una batea, debajo de un árbol o de unas ramas, unos tarros vacíos de petróleo, en los que hacen hervir la ropa, puestos en un fogón, que son tres o cuatro piedras en el suelo... La mujer del artesano tucumano es la bestia de carga sobre la que pesa toda la familia; ella es la que revendiendo frutas o amasando o lavando o recibiendo pensionistas para darles de comer, consigue economizar unos centavos para vestir a sus hijos y no pocas veces para alimentarlos”.
El periódico alemán Vorwärts, que se editaba en Buenos Aires, en su número del 26 de marzo de 1892, escribe: “La Fábrica Argentina de Alpargatas emplea a 510 obreros, de los cuales 460 son mujeres y niñas. El trabajo comienza a las 6 de la mañana y dura hasta las 6 de la tarde, interrumpido por una hora y media al mediodía. El trabajo se hace a destajo. Trabajo a destajo: trabajo criminal. Un trabajador aplicado puede ganar la enorme suma de 10 pesos papel por semana, en cambio, las niñas sólo 6 pesos. Por día se producen 12.000 pares de alpargatas. Es decir, que en la Argentina no sólo hay grandes establecimientos industriales igual que en Europa, sino también tenemos aquí unido a ello la más grande explotación del trabajo de mujeres y niños”. Textual.
El film Bialet Massé toma ese lenguaje de denuncia, pero trasladándolo a la actualidad argentina. Sí, recorre los mismos lugares. Lo hace con respeto, con una especie de melancolía por el paisaje y su gente. ¿Qué ha cambiado? Esa es la pregunta. La respuesta se la dará el propio espectador. Pensará en Bialet Massé, el hombre que dijo la verdad.
La pregunta que llena de tristeza e impotencia es: ¿qué hicimos los argentinos en cien años, después de ese informe? El film nos deja en libertad. Pero con la enorme duda. Y pensamos en ese hombre que nos dejó ese informe sin ninguna demagogia. La verdad. Argentina, el país de las mieses de oro. Mi abuelo Josef Georg Payr inventó por eso en Humboldt, Santa Fe, un arado de doce rejas. Con dos mil de esos arados, decía mi abuelo, de Schwaz, Tirol, se podía sembrar todas las enormes pampas argentinas y alimentar al mundo entero.
Sueños. La realidad nos la dejó Bialet Massé. Hoy, cien años después, las cifras oficiales nos dicen que el 38 por ciento de nuestros niños están bajo el nivel de pobreza. La realidad aquella de Bialet Massé hoy la podemos ver fotografiada en este film. Así es, nos bastaría meternos en el campo de Santiago del Estero, en nuestras villas metropolitanas, en la entrada a Rosario, en la Salta aquella de Belgrano que luchó para la Libertad, la Igualdad. Ved en trono a la noble igualdad.
Bialet Massé, un siglo después, de Sergio Iglesias, se estrena la semana que viene en Buenos Aires.
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