Domingo, 18 de junio de 2006 | Hoy
FOTOGRAFíA > LA VIDA EN UN BARRIO DE PIBES CHORROS
Tras realizar un potente ensayo fotográfico sobre los sicarios de Medellín, Alfredo Srur decidió abordar la misma violencia desde un lugar completamente distinto: el de la vida cotidiana en un barrio periférico de San Fernando, después de que El Frente Vital fuera acribillado a los 17 años y a sangre fría por la policía.
Por Claudio Zeiger
Un clima de orilla y suburbio envuelve al espectador en la FotoGalería del Teatro San Martín. Un gris opresivo y expresivo (“los hermosos grises del blanco y negro”, al decir de Alfredo Srur) emana de las fotografías que componen la muestra Heridas, creando una cinta envolvente, densa y suave a la vez, y misteriosa, tan misteriosa como la rara emoción que embarga a las personas después de dar la vuelta completa a la sala de exposición. Todas las fotos parecen haber sido sacadas un domingo entre la sobremesa y el crepúsculo. O, como dicen los versos de César Vallejo que pueden leerse en la pared al iniciar el recorrido, “un día que Dios estuvo enfermo”.
En 2001, Alfredo Srur llegó a uno de los barrios periféricos de San Fernando para tratar de armar una historia fotográfica a partir de El Frente Vital, asesinado en ese barrio, debajo de una mesa, por la policía, historia que originó la crónica Cuando me muera quiero que me toquen cumbia, de Cristian Alarcón. Junto con Alarcón, Srur “entró” al barrio de la mano de Sabina Sotello, la madre de El Frente. Ahora recuerda esa vez:
“Cuando empecé en San Fernando yo ya había estado en Medellín, y caminado algunas villas aquí, por La Cava, en La Matanza. Pero la verdad es que no conocía mucho. El día que llegué al barrio, que no es villa, es un barrio con una villa alrededor, fui directo a casa de Sabina. Lo que recuerdo es haberle preguntado si en el barrio había armas. Ella no supo bien qué decirme, estuvo un poco evasiva, pero a los diez minutos de estar ahí se armó un tiroteo infernal. Con ella recorrimos los pasillos por donde habían perseguido al Frente, hablamos con gente, cómo había sido, lo que vieron, que se escondió debajo de una mesa y ahí lo acribillaron. Ella fue como una madre que da protección. Después fui conociendo a otras personas, como Carlitos, acercándome, metiéndome”.
Carlitos, actualmente, está preso. Y es uno de los hilos conductores de esta muestra. Los ojos, el cuerpo, ciertos gestos del parco Carlitos, condensan mucho de ese gris nublado de pizarra, de chapa, que emana de las fotos de Srur, quien los frecuentó a él y a otros familiares y vecinos del barrio a lo largo de cinco años.
“Fueron cinco años de sacar fotos, pero de los cinco, Carlitos estuvo preso tres. El tiempo tiene mayor valor porque realmente tenés que sostener el compromiso en ese tiempo. La vez del tiroteo, que es una escena ideal para un fotógrafo si busca el valor superficial inmediato, decidí no sacar fotos. Es verdad que no tenía encima el lente largo (se ríe). Pero la verdad es que fue una decisión por respeto al lugar. Tuve en claro que quería seguir yendo. ¿Por qué entonces fotografiar a gente a la que no le pregunté si querían que les sacara fotos? Después de cinco años veo el resultado como imágenes de una leyenda: blanco y negro, y los hermosos grises del blanco y negro. Me remite a algo legendario, de una historia que pasó en una época que te tienen que decir cuál es, porque está fuera del tiempo.”
El barrio y la familia son dos enclaves alrededor de los cuales se arman y desarman historias de pibes chorros, ex pibes chorros, trabajadores, vecinos, víctimas de la inseguridad, inseguros, transas, consumidores. Barrio y familia viven en estado de zozobra. “Cuando sigo intensamente a alguien siempre termino en la familia, es algo que me obsesiona. Y en general son familias donde hay amor. Pero al mismo tiempo sé que Carlitos se iba desde muy chico de la casa a recorrer la calle. La familia igual está presente siempre.”
Srur fue tramando esas historias en las fotos sin glamorizar la marginalidad. No es la pobreza una coartada ni se hace una apología romántica del bandolerismo. En una franja muy mínima se mueve el espíritu sobrio de esta exposición. En esa franja, puede destacarse la importancia de los ojos, permanentemente atentos a la cámara, abiertos a la experiencia de ser fotografiados. Los ojos y las miradas frontales generan un efecto de planicie, como si ese mundo careciera de perspectiva, de hondura; ese presente que, al decir de Srur, es un tiempo legendario. También muestran algo de la relación del fotógrafo con los habitantes del lugar: posan para él y en ciertos momentos exhiben las armas, los fierros, gesto que oscila entre la exhibición y la ofrenda. Como señala Juan Travnik en la presentación del trabajo: “Las imágenes son directas, respetan el clima del momento sin utilizar otra luz que la ya existente y muestran a sus personajes a través de un acercamiento afectivo singular”.
Hay algo de sentido de la oportunidad y repentismo que se suele tomar como valor en la fotografía, sobre todo cuando está ligada a formas de denuncia y formas de riesgo: la imagen robada en el fragor de la batalla, en el borde peligroso de la noche, en el margen social. Srur, sin abjurar del todo de esos valores (¿se habría resistido a fotografiar el tiroteo de tener encima el lente largo?), apostó al reposo del tiempo y la melancolía del gris, a la escucha y la cercanía. El resultado, sin embargo, rebasa los límites del naturalismo. Hay una estética incipiente, que no se vuelve dominante pero emerge con climas de Leonardo Favio e incluso de un cine argentino anterior, como el de Leopoldo Torres Ríos o Hugo del Carril. Claro que son otros tiempos y otras marginalidades: otras marcas en el cuerpo y otras las miradas. Sin embargo, hay algo que persiste en el tiempo legendario y Heridas lo expone con la resignación con que se exhiben las heridas y después, las cicatrices.
Heridas Alfredo Srur
FotoGalería del Teatro General San Martín, Av. Corrientes 1551.
De martes a domingo. Desde las 11 hasta la finalización de la última actividad del teatro.
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