Domingo, 8 de octubre de 2006 | Hoy
NOTA DE TAPA
Desde el golpe de 1930 que la Argentina no tiene una sucesión ininterrumpida de presidentes constitucionales como la que se da desde 1983. Fascinados por las figuras presidenciales, y el peso que particularmente en este país confluye sobre ellas, Mariano Cohn y Gastón Duprat decidieron entrevistarlos para saciar esa curiosidad que sólo despiertan la fama y el poder: ¿cómo son realmente Alfonsín, Menem, De la Rúa, Puerta, Camaño, Rodríguez Saá y Duhalde? Antes del estreno de Yo presidente, sus directores hablaron con Radar y revelan detalles elocuentes del backstage, el material que quedó afuera, las negociaciones y las dificultades para entrevistarlos después de los furcios de Las patas de la mentira y la picardía de CQC.
Por Mariano Kairuz
La idea de retratar a los presidentes constitucionales desde 1983 en adelante se les ocurrió, dicen, hace ya casi cuatro años, con la Argentina todavía en llamas y tras una sucesión de primeros mandatarios que daba vértigo. “Siempre estuvimos fascinados por la figura presidencial. ¿Qué hace, cómo se aguanta semejante presión?”, explica Mariano Cohn. “La idea era aplicar a los presidentes todos los dispositivos que nosotros venimos explotando en programas, películas y cosas, y que hasta ahora habíamos utilizado con gente común.” Cohn es, junto con Gastón Duprat, uno de los creadores de Televisión Abierta, el “delivery” que llevó las cámaras de televisión a las casas “de la gente común”, un precepto que adaptaron luego para registrar la cotidianidad ciudadana en Ciudad Abierta, el canal de TV de Buenos Aires. Para Yo presidente, su primer largometraje con estreno comercial en los cines (Enciclopedia, el anterior, sólo se vio en festivales), partieron de una propuesta que implicaba invertir el procedimiento: en lugar de dar a personas comunes y corrientes la posibilidad de convertirse en fugaces estrellas mediáticas, buscarían en los gobernantes de la democracia, cada uno a su manera una estrella mediática, rastros de las personas comunes y corrientes que pudieran sobrevivir en ellos, a través de un acercamiento a sus vidas privadas, a sus relatos personales, a su intimidad familiar.
“Cuando surgió la idea –recuerda Cohn–, la contamos y a todo el mundo le parecía imposible. Buenísima idea, nos decían, pero no los van a conseguir en 200 años...” Intentaron producirla por su cuenta, pero les llevó dos años llegar hasta Raúl Alfonsín. No era un ritmo muy promisorio, pero entonces apareció un colaborador tan improbable para los creadores de Televisión Abierta como lo es Luis Majul. “Con Majul nos juntamos un día por casualidad”, dice Cohn. “Coincidimos en una presentación de Ciudad Abierta. Le gustó lo que vio, le dijimos que teníamos esta idea, y se copó; nos dijo: ¿Saben qué?, para mí no es imposible. Y ahí empezó su tarea como productor general; nos consiguió a los tipos y les dio una cierta estructura que nuestros proyectos, por lo general más amateur, no tienen. El soporte de la productora de Majul, más el de Pol-ka, que va a hacer la distribución, cierran el círculo para que la película entre en un circuito comercial.”
“Los ex presidentes son como estrellas de rock: están muy acostumbrados a la exposición y les gusta, tienen mucho timing y hasta swing con el manejo de las cámaras. Saben cómo caer simpáticos y también cómo aburrir: cuando no quieren contestar algo son los tipos más aburridos del planeta.”
Cohn
Cohn y Duprat sabían desde el principio que trabajarían en un terreno ya trajinado por programas como Las patas de la mentira y el “legado” que significan años de políticos curtidos en el marketing y entrenados para la complicidad con los noteros de CQC y las hordas de movileros televisivos posteriores. Es decir, que para relajar a los ex presidentes ante las cámaras lidiarían con personajes familiarizados con el timing de la televisión y acostumbrados a tener un control casi absoluto de su imagen pública. “Pero la idea no era cercarlos ni ponerlos en un aprieto –-asegura Duprat–, nuestra manera de retratarlos va por otro camino, dejarlos explayarse. Completar sus ideas, que hablen mucho de los temas de los que ellos quieren hablar. No hay edición interna en los párrafos de lo que ellos dicen. No los íbamos a sacar de contexto ni hacer trucos de edición para dejar algunas partes más graciosas, sino que van hasta el punto final, hasta que redondean la idea. No hay ningún tipo de cámara oculta, ni cosa escondida, hay seis o siete cámaras a la vista con sus respectivos camarógrafos y sonidistas, y cada uno sabía que estaba siendo filmado exhaustivamente, que es lo que permitió que salga lo que se ve en la película.”
Así como aseguran que no hubieran aceptado que los condicionaran a la aprobación del material editado, Duprat y Cohn dicen confiar en la estrategia de la transparencia absoluta. “Le contamos a cada uno cómo era exactamente la película, cómo estaba ordenada, cuál era la búsqueda, cuáles eran las cosas que nos interesaba más retratar”, dice Duprat. “Tampoco le hablan a un productor ni a un periodista; en general, en los documentales se ve al entrevistado de tres cuartos perfil, hablando a alguien fuera de cámara. Acá, en cambio, hablaban directamente al público, y creo que eso les gustó: dirigirse a la gente como cuando hicieron los discursos presidenciales.”
“Para mí –agrega Cohn–, éste es el reverso de programas como CQC y Las patas de la mentira.”
Duprat: En el caso de esos programas de archivo donde muestran los furcios de los políticos, cómo se equivocan o dicen una palabra por otra, a mí nunca me gustaron ni me parece que signifiquen nada. El problema, me parece, no es lo que se esconde sino lo que se muestra abiertamente y ésa es una de las tesis de la película. En cuanto a los programas jóvenes donde los políticos son perseguidos por movileros, parecen propagandas pagas de los políticos, porque todos quedan como Gardel y los guitarristas. Todos, desde De la Rúa, hasta Menem y Kirchner, siempre salieron beneficiados por estos programas jóvenes, donde bajo la máscara de ser inquisidores y apretarlos terminan haciéndolos quedar geniales. Esos dos programas son dispositivos y mecanismos para que la gente se regodee y les eche la culpa de todo a los políticos; una versión maniquea y de ama de casa del país. Son productos que invitan al espectador a lavarse las manos. Nosotros buscamos que nuestra película fuera una especie de espejo diabólico que no te deje salir indemne, porque hay que recordar que todos ellos tuvieron un apoyo popular enorme: Alfonsín, Menem dos veces y la segunda con más votos que en la primera, a De la Rúa lo votó todo el mundo y ahora no encontrás a nadie que lo haya votado, Duhalde se fue como Gardel, y todo eso hoy desaparece, resulta que nadie los apoyó.
Hay momentos –aproximadamente uno por ex presidente– en los que la puesta en escena de la película parece manipulada o al menos aprovechada para exponer a sus actores poniéndose en ridículo: Raúl Alfonsín recibe repetidas instrucciones para recrear su gesto de la campaña del ‘83; De la Rúa “actúa” una conversación telefónica; Menem habla en un primer plano a la cámara mientras una mosca le sobrevuela la cara; Duhalde exhibe orgulloso, de cuerpo entero, un trofeo de pesca que compite con él en estatura. Pero los directores insisten: no sólo nadie fue engañado, sino que en algunos casos estas puestas en escena fueron propuestas por los propios ex presidentes. “Por ejemplo, De la Rúa nos dijo: Si quieren puedo hacer como que hablo por teléfono...”, recuerda Cohn. “Nadie se lo pidió. Es algo que no entra en mi imaginación.” “Incluso los lugares en los que los filmamos –agrega Duprat–, son los lugares que ellos mismos quieren mostrar. Nosotros les dijimos que queríamos mostrarlos en el ámbito privado, y ellos eligieron esos lugares como escenografía. Eso habla mucho de ellos, igual que los detalles de fondo, el estilo, la estética... Y si mantuvimos el dispositivo de cómo se montan las escenas es porque resulta muy rico para conocerlos más. Siempre nos gustó mostrar la preparación del artificio. Nosotros armamos la película con lo que se tiraría al tacho de basura en un programa de televisión.”
Tal vez contra lo que cualquiera especularía acerca de qué compromisos implican entrevistar a los ex presidentes, Duprat y Cohn insisten en que, una vez establecidos los contactos, pudieron trabajar sin condicionamientos ni censura de ningún tipo. Esto es, en casi todos los casos. “La única tensión fue la que se producía en el momento de la filmación, que es algo que aparece retratado en la película: se ve en los asesores, secretarios, edecanes, toda eso que está circulando alrededor de los presidentes. Pero nadie pidió siquiera ver el material”, aseguran los directores. “Pasamos varias tardes con cada uno, sesiones de seis, siete horas. Es mucho tiempo y esfuerzo, y en el medio se les generan dudas, las dudas obvias que tendría uno, porque no es un mero programa de televisión donde la cosa sale y ya está, sino que es una película y se acerca más a un documento y perdura en el tiempo.”
Después de los 75 minutos que dura Yo presidente, y ante el esfuerzo de producción que tiene que haber significado, resulta evidente lo mucho que quedó afuera. Y ése es, a la vez, un valor y el mayor defecto de la película: dejar con ganas de más, con la sospecha de que indudablemente hay más, pero que ha sido escamoteado. Por ejemplo, Duhalde no parece tener problemas en definir a cada uno de los presidentes que lo precedieron y a su sucesor. ¿Por qué los otros ex presidentes no aparecen sometidos a esa misma pregunta?
Cohn: Les preguntamos a todos, algunos no querían hablar. Pero lo más hardcore está en la película. Aunque es cierto que quedó mucho afuera.
¿Van a hacer algo con ese material? ¿Un dvd, un especial televisivo, una secuela?
Duprat: No lo sabemos. Fuimos muy cuidadosos, teníamos cosas terribles. Hubo una sesión entera con De la Rúa recibiéndonos en la casa, haciendo falsas entradas. También nos habló de sus gustos musicales: nos dijo que le gusta muchísimo el rock, que sigue la historia del rock nacional y que le gustan mucho Celeste Carballo y Litto Nebbia. También nos habló de los hijos y de Shakira, que es muy buena, solidaria, que ama a los niños, que colabora en obras de caridad, que hizo muchas cosas para la Fundación del presidente Carter. Otra cosa referida al rock: Camaño dedicó un párrafo para hablar de Pappo: dijo algo así como “quiero reservar un momento especial para hacer un homenaje a Pappo, un prócer de la guitarra, bla bla bla...”
Cohn: Y después, Puerta nos contó cuántas novias tuvo, hizo una enumeración de sus novias y dijo que nunca se casa, que siempre tiene novias.
Duprat: Cuando le preguntamos por su patrimonio –que sí aparece en la película– nos dijo: me encanta que me pregunten eso, mi patrimonio supera los cincuenta millones de pesos.
Cohn: Antes de grabarlo a Menem nos dieron la recomendación de que cuando nos dirigiéramos a él le dijéramos “Presidente”, que si le decíamos Carlos o Doctor ni te registra, no se da vuelta. De ahí surge un poco el título de Yo presidente. Lo tenemos a Menem grabado contando la receta del locro. Y mandándole un mensaje a Maradona agradeciéndole que cuando estuvo preso lo fue a visitar disfrazado de Bin Laden, para ponerlo contento. También tuvimos una sesión de golf con él. Clases de golf con Menem: posturas, swing, diferentes tiros, cómo se acomoda el codo, todo eso. Y contaba unos chistes rarísimos, muy, muy raros. Compartimos una comida, pero pidió que no la pusiéramos, probablemente para relajarse. Estaba cansado, habíamos tenido una sesión como de ocho horas.
Duprat: Cuando estábamos todos sentados dijo: “Bueno, van a comer empanadas presidenciales”: eran empanadas fritas en aceite de oliva del lugar. Y después uno de los secretarios o alguien de seguridad dijo: “Bueno, ahora el presidente va a firmar autógrafos”, y vino con posters bajo el brazo.
Cohn: Nadie le había pedido autógrafos...
Duprat: ...pero es un ritual que aparentemente hay que hacer.
Cohn: Y nos empezó a preguntar los nombres y a firmar. Lo que se nota es que los ex presidentes son como estrellas de rock: están muy acostumbrados a la exposición y les gusta, tienen mucho timing y hasta swing con el manejo de las cámaras. Saben cómo caer simpáticos y también cómo aburrir, cuando no quieren contestar algo son los tipos más aburridos del planeta. Hubo muchos silencios, momentos aburridísimos que no se podrían poner. Horas y horas de cinta.
Duprat: Alfonsín contó cuando casi se muere, en ese choque en el sur, cuando salió disparado del auto porque no tenía cinturón de seguridad. Contó algo casi esotérico sobre la muerte, lo que sintió y un estado alfa en el que estuvo, casi muerto, durante mucho tiempo. Además, entre una escena y otra, él habló todo el tiempo de la derecha; yo no sé qué le dije –-creo que estábamos hablando de cuando Menem sacó el servicio militar–-y él me dijo: “Pero ¿sabés qué, querido?, entre nosotros, los cambios de verdad los hace la derecha lamentablemente”.
Cohn: Alfonsín contó muchas cosas. Cuando nos íbamos de filmarlo, se escuchaban portazos y al secretario que lo retaba: “Alfonsín, ¿cómo va a decir eso?”. Bueno, pero tengo 80 años, le contestaba él. No es un tipo al que se lo vea para nada en retirada: está en actividad y es muy escurridizo.
“Nos quedamos con la impresión de que ser presidente es un lugar imposible, un lugar para no estar”, dice Cohn. “Imposible para un humano, desde el más gil al más vivo.”
Duprat: Algo que me queda rebotando es que no deberían ser chivos expiatorios: la gente los apoyó y en cada caso les pidió más de aquello que hicieron, negativo en casi todos los casos. O sea que en su momento fueron una versión bastante mejorada del ciudadano común. Basta hoy charlar con algún bajista del rock local, o un estudiante de la UBA o un abogado, para darte cuenta de que Mussolini sería el Che Guevara al lado de ellos con poder. La gente le pedía a Menem más del libre mercado y la 4x4, y él en ese sentido fue medido, mejor que el humor popular y la gente que lo apoyó. Cada uno fue así. Son versiones mejoradas de lo que pide el ciudadano a gritos.
Cohn: Nos quedamos con la sensación de que todos son gente con muchos proyectos, con ideas, capaces de llevarlos a las últimas consecuencias. Con roce, con postura sobre cualquier tema, con posición tomada, te caiga bien o mal. Gente que disfruta de eso. Menem, que es el único que te mira a los ojos, es el que más sensación nos dio de cacique, de ver la cosa macro, que no le calienta lo inmediato, que ve mucho más allá, como que conecta en astral con otro lugar. Pero todos tienen mucho peso específico. Transmiten seguridad...
Duprat: Yo vi gente viva. Independientemente de la edad y de su nivel de actividad. Les ves un fondo en los ojos de energía vital. Es una sensación cuando irrumpen en escena. Se corta el aire. Era impresionante verlos entrar: pedíamos estar dos horas antes en la locación para poder registrar el lugar vacío, entonces los veíamos a ellos al llegar, y era muy fuerte.
Duprat: De Duhalde nos llamó la atención que tiene una visión muy pesimista del mundo. No cree en los jóvenes. Cree que el planeta va a reventar dentro de treinta años; una cosa muy dura, pero tampoco ecologista. Cree que todo paso del tiempo es para peor.
¿Por qué Kirchner quedó afuera de la película?
Cohn: Son todos ex presidentes, y él sigue en ejercicio.
Duprat: Algo importante que se nota en la película es que no íbamos en busca de respuestas. Ibamos a ver. Por eso terminamos la película y quedan las mismas preguntas. Hicimos muchas versiones, dimos mil vueltas, la editamos siete veces. Vimos las películas de Michael Moore y las de Pino Solanas. No me gustó ninguna. Parten del director diciendo: tengo esta verdad, la voy a filmar. Y se filman durante una hora y media. Es un mecanismo-chasco, antiguo, maniqueo. Ese es el punto de partida de lo que se llama “documental”: uno tiene una verdad y la quiere explicitar a través del documental. Creo que es mucho mejor que uno parta de sus dudas, no de sus aseveraciones.
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