NOTA DE TAPA
Cuando a principio de año se anunció que finalmente se publicaba el Borges de Bioy Casares, la promoción y los anticipos del libro giraron exclusivamente alrededor de dos temas: sus monumentales 1664 páginas y la inmensa cantidad de maledicencias, sarcasmos y sentencias lapidarias sobre amigos, enemigos y próceres de la literatura que ambos proferían y que Bioy anotó en su diario noche tras noche durante casi cuarenta años. Ahora que ya hubo tiempo de leerlo, Radar les pidió a seis escritores que desmenuzaran esa suerte de biografía informal de Borges que despertó enojos, sospechas y, sobre todo, carcajadas.
› Por Rodrigo Fresán
En “Tlön, Uqbar, Orbis, Tertius” –uno de los mejores y más célebres relatos de Jorge Luis Borges– aparece Adolfo Bioy Casares y aparece la casa de Adolfo Bioy Casares y aparecen, en las primeras líneas, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares cenando y conversando sobre esas cosas que solían conversar y que, a menudo, acababan generando un cuento inolvidable y perfecto. Pero –al estar narrado en primera persona y por su autor– no aparece en el cuento la frase “Come en casa Borges”. Tampoco se lee “Como en casa de Bioy”. Se especula, sí, sobre la idea de un “planeta ordenado” latiendo en la voraz entrada de una enciclopedia que va creciendo a enciclopedia completa y que, insaciable, acabará devorándose todo nuestro mundo tal como lo conocemos.
En esa extraña enciclopedia de una amistad que es el Borges de Adolfo Bioy Casares –al que, no sé por qué, le hubiera deseado una foto de portada más “de madurez” que la demasiado “juvenil” por la que se ha optado– sí aparece la frase/mantra/slogan/loop “Come en casa Borges”. Más de 2000 veces. Y no me cuesta mucho pensar en este libro como en uno de los tomos perdidos pero igualmente famélicos de aquella enciclopedia alien. O como en una especie de Aleph con intereses muy puntuales al que no le preocupa contener todo el “inconcebible universo” sino –nada más y nada menos– que al universo de estos dos tipos comiendo con las bocas abiertas por carcajadas incontenibles.
Pocas veces me he reído más leyendo un libro y –dada su cantidad de páginas– pocas veces me he reído más, y punto. Puede definirse al Borges de Bioy Casares como una cruza de la Vida de Johnson de James Boswell con La conjura de los necios de John Kennedy Toole con una reescritura porteña de En busca del tiempo perdido a cargo de Bustos Domecq. Algo así.
Lo que no es el Borges de Bioy Casares –y me asombra haberlo oído varias veces por escrito o redactado en muchas bocas– es una traición al amigo o una revancha final desde más allá de la muerte. Un frankenstiano “Borges en calzoncillos” como alucinada y falsa creación del discípulo que apuñala al maestro. Otros, incluso, llegan a detectar una especie de maldad clasista en el modo en que el aristócrata Adolfito cuestiona las costumbres y modales del popular Georgie y lo contempla y lo examina y lo registra con la entre arrobada y asqueada fruición que otros dedican a los fenómenos de un circo freak. Puedo entender el enojo de María Kodama, pero no la indignación de estudiosos de Borges que, además, aseguran que la publicación de este libro no altera en absoluto los contornos biográficos del tótem de sus amores y desvelos. Cosa rara; porque abundan las imprevisibles strong opinions literarias que escandalizarían hasta al mismísimo Nabokov, los aforismos instantáneos como “No hay mayor error que llamar intelectuales a los escritores”, los escatológicos animosos compuestos in situ que harían ruborizar a Jaimito, o los chismes entre arrabaleros y palaciegos. Me han sorprendido también los que lo han tildado de aburrido y monótono. Por el contrario, a mí este Borges me pareció hipnotizante y hasta peligrosamente adictivo.
Lo de antes: pocas veces me divertí tanto consumiendo este libro, que ocupa buena parte de la mesita de luz, en dosis homeopáticas, antes de dormirse, como debe hacerse, como también se hace con la Biblia o con el I-Ching o con Las mil y una noches o con cualquier texto sacro cuyo tema es el modo en que la sabiduría divina en ocasiones desciende a convivir entre los mortales ignorantes, y pocas veces esperé con mayor ansiedad otro enfrentamiento entre las diferentes facciones de la SADE, una renovada y desopilante y destructiva percepción del supuesto genio y figura de Ernesto Sabato, una actualización del examen in progress de estos dos “especialistas” en cuanto a la situación política del país, o una nueva aparición de la inefable señora Bibiloni de Bullrich: heroína secreta de Borges que –de haber existido– alguien debería investigar a fondo y dedicarle la nota de tapa de este suplemento.
El Borges de Adolfo Bioy Casares es, también, un libro importante y único e irrepetible.
Y tiene una última pero no por eso menos interesante utilidad: nos permite averiguar qué día de la semana fue el de nuestro nacimiento (me entero por primera vez que el mío tuvo lugar un jueves) a la vez que informarnos qué hacían estos dos tarambanas mientras nuestra madre aullaba y pujaba y todo eso. Busco y encuentro y descubro que ese mediodía no almorzaron juntos y que Bioy recién se lo encontró en una comida de la revista Sur donde están todos (pero, ay, no aparece Bibiloni de Bullrich) y Victoria Ocampo afirmó que: “A mí me revienta venir de noche”. Al caer el sol, todo ha vuelto a la normalidad. Leo: “Por la noche, como en casa; escribimos, ya un poco enloquecidos, la visita a Bonavena”.
Bioy se refiere, claro, al cuento “Una tarde con Ramón Bonavena” de H. Bustos Domecq.
Sonrío feliz y satisfecho y, un poco enloquecido, cierro los ojos.
Afuera, entonces, Tlön sigue devorándoselo todo y el ojo sin párpado del Aleph los mira sólo a ellos.
Argentina: “La gente dice: ‘Hay que poner el hombro’. Quiere decir: ‘Hay que poner el culo’”.
Equívocos: “La gente no entiende las cosas más sencillas. Los otros días dije que en Buenos Aires comemos canelones o ravioles como la cosa más natural; si en cambio nos sirven empanadas, se las comenta, etcétera. Mis oyentes creyeron: a) que no me gustaban las empanadas; b) que estaba en contra de lo argentino”.
Baudelaire: “¿La fama de Baudelaire? La cursilería gusta. Qué triste llenar la literatura de almohadones y muebles y mostrar la maldad como meritoria. Baudelaire es la piedra de toque para saber si una persona entiende algo de poesía, para saber si una persona es un imbécil; si admira a Baudelaire, es un imbécil”.
Shakespeare: “¿Shakespeare es la cumbre del espíritu humano? Mejor no traducirlo; mejor no mirarlo de tan cerca; acabaremos por despreciarlo. ¡Qué dificultad tiene para contar las cosas más simples! ¿O estaba tan acostumbrado al estilo grandilocuente que no podía decir nada con sencillez?”
Goethe: “Según Borges, Clemente afirmó de Ghiano: ‘Como descubrió que no puede escribir bien, escribe mucho’. BIOY: ‘Es una resolución que toma mucha gente’. BORGES: ‘Goethe, por ejemplo. Tiene tantas obras que si señalás alguna como pésima, el interlocutor siempre tiene otras para alegar’”.
Horacio Quiroga: “Hasta Elsa se dio cuenta de que escribía muy mal; uno de sus cuentos empieza con las cosas que un hombre acostumbraba hacer; pero es tan bruto el autor que después, cuando una víbora lo pica y el hombre muere, parece que eso pasaba todos los días, que era parte de la rutina”.
El Quijote: “Habla de un capítulo que habría que agregar al Quijote, un capítulo que Cervantes cuidadosamente evitó: Quijote se pasa la vida peleando, pero no mata a un hombre. ¿Qué pasaría si matara a alguien? ¿Enloquecería del todo o se curaría de la locura? ¿O entendería que su locura fue simulada? Sancho se entusiasmaría; le diría que ha matado a un caballero de nombre impresionante; Quijote, con tristeza, le replicaría que no, que mató a su vecino fulano de tal, hijo de tal y casado con tal; y que haberlo matado es horrible”.
Sabato: “Al enérgico mal gusto, la desenfrenada egolatría, la sincera preocupación por el propio y continuado triunfo, hay que agregar la melancolía porque éste no sea mayor y el entusiasmo con que acoge los modestos productos de su mente activa y mediocre”.
Bioy: “Traducimos Macbeth (le tomamos el gusto). Yo suelo pronunciar Mácbeth. Borges me corrige: Macbéth y burlonamente observa: ‘Todos los alumnos cometen el error’”.
María Kodama: “¿Sabés a qué mujeres admira María? A Medea y a Lady Macbeth. ¿Y a qué personajes de la Historia argentina? A Rosas y a Quiroga. Tal vez debería dejarla, pero sé que me dejaría crying for the Carolines. Estoy siempre deseando estar con ella y, cuando estamos juntos, deseo que pase el tiempo de una vez y se vaya”.
Mujica Lainez: “No parte de una situación o de unos personajes. Parte de una situación que no es nada. Por ejemplo, una vieja que vive sola en una quinta. Después agrega episodios que le divierten, homosexualidad, porque es moderna, algunos muchachos que él conoce, la historia de ese príncipe portugués que fue al baile y que nadie se le acercaba porque no sabían cómo tratarlo, si de Alteza, Monseñor o Señor y que al final se quebró ese hielo y conoció a le tout Buenos Aires. Yo creo que escribe novelas porque es chismoso. Después el lector se pregunta lo que quiso decir el autor, y es precisamente lo que el autor nunca supo”.
Juan L. Ortiz: “Una personalidad tenue que está imponiéndose es la de Juan L. Ortiz. No pasa un día sin que me lo nombren. Yo creo que ya es inexpugnable. Si escribís versos en líneas muy cortas, de estilo alusivo y delicado (aunque personalmente uno sea tan grosero y bruto como Molinari) y si te afiliás al Partido Comunista, entonces no te sacan ni a patadas”.
Oliverio Girondo: “Cuando Oliverio publicó un libro con el título Veinte poemas para ser leídos en el tranvía nos sorprendió mucho. Nos preguntamos: ¿por qué sale con esa españolada? En Buenos Aires decíamos tranway; los malevos, trambay. Los españoles decían tranvía, como finalmente decimos todos ahora. Después nos acordamos de que Oliverio tenía un individuo que le corregía lo que escribía: le ponía comas, le suprimía galicismos. Sin duda sería un español”.
Puig: “Traducimos Macbeth; en el proceso, varias veces me duermo y sueño. Me pregunta quién es Puig. BIOY: ‘El autor de Boquitas pintadas’. BORGES: ‘¿Y Norman [di Giovanni] es amigo del autor de un libro que se llama Boquitas pintadas?’”.
Bibiloni de Bullrich: “Me cuenta que la señora Bibiloni supo que alguien había ganado el premio mayor de la lotería; y al enterarse de que la persona no tenía un vulgar décimo sino el billete entero, comentó: ‘Qué inteligente’.”
Ortega y Gasset: “Ortega y Gasset dice que la épica es el género que trata de otros tiempos y que es completamente ajena a nuestras vidas. A la suya, querrá decir. Qué falta de imaginación. Cómo no ve que hay continuamente épica en la vida; cómo no la descubrió en la Guerra Civil Española”.
Xul Solar: “Xul ha inventado ahora unos dados que, al ser arrojados, crean frases: qué idea miserable. ¿Por qué no piensa en vez de inventar medios mecánicos de pensar? Cuando no lo impresionaba a mi sobrino tuve la convicción de que eso era una piedra de toque; yo había estado toda la vida embromando con las invenciones de Xul; ahí se veía que no podía engañar a un chico”.
José Bianco: “Le leo el primer capítulo de La pérdida del reino de Bianco. BORGES: ‘Todo ha de ser real, pero nada lo parece. Una persona no va a inventar esas trivialidades; las recuerda. Los nombres también son increíbles: Bentham, Velázquez, Luisa Doncel, Placer, Rufo, Rufino. Trivialidades así no son suficiente estímulo para escribir’. BIOY: ‘Tampoco para leer’”.
Literatura femenina: “Borges le dice a Silvina: ‘Llegó una carta, de una profesora, de nombre español, de una universidad norteamericana. Dice que se ha especializado en literatura femenina latinoamericana y que dará una conferencia sobre vos y Norah Lange. Que se especialice en literatura femenina no está bien. ¿Qué importa que sea femenina? ¿Por qué no de autores con ojos azules?’”.
Catolicismo, comunismo, surrealismo: Como decía Borges la otra noche, las dos primeras doctrinas permiten, por lo menos, la redacción de libros; los franceses parecen no haber advertido que el surrea-lismo, valga lo que valga la teoría, impide en la práctica la producción de páginas legibles.
Enrique Larreta: “Leónidas de Vedia aseguró que Larreta se había repuesto de su enfermedad, que era de nuevo él mismo. De nada le sirvió entonces la enfermedad... Vedia lo elogió por estar interesado en cuanto ocurría en el país. Nunca lo estuvo: fue franquista y medio peronista, sólo estuvo interesado en su vanidad”.
Sexo: “Dios, al crear los animales, cuando llegó al sexo debió de estar cansado: servía también para orinar y estaba al lado del culo”.
Las damas de la sociedad: “Todas estas personas que uno ve como tan distintas de Mirtha Legrand, no son tan distintas. Tienen mejores modales”.
Brasil y los negros: “Me preguntaron si me gustaba el Brasil. Les dije que no, porque era un país lleno de negros. Eso no les gustó nada. No se puede decir nada contra los negros. El único mérito que tienen es el de haber sido maltratados y eso, como observó Bernard Shaw, no es un mérito”.
Los fragmentos están extractados de diversas entradas del Borges de Adolfo Bioy Casares (Destino).
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