Domingo, 21 de octubre de 2007 | Hoy
DVD > DON'T LOOK BACK, DE D. A. PENNEBAKER
En el último Festival de Cine de Buenos Aires pudo verse una retrospectiva del director D. A. Pennebaker. Entre las películas que se pudieron ver estaba Don't Look Back, el legendario documental que filmó durante la gira de Bob Dylan de 1965, en la que el músico viajó a Inglaterra, compartió taxi con Lennon, demolió al "Dylan inglés", renunció a ser un cantante de protesta, "inventó" el videoclip, electrificó su sonido y fue acusado de Judas por su público. Ahora, la edición local en dvd es algo para celebrar, aunque también para lamentar: no trae Dylan 65 Revisited, el documental extra incluido en la versión internacional que Pennebaker montó con todo ese material que había quedado afuera.
Por Rodrigo Fresán
Alguien escribió que "las visiones de un hombre en movimiento son difíciles de precisar". Sin embargo, Bob Dylan pocas veces fue más preciso y movedizo que en Don't Look Back: documental on the road de D. A. Pennebaker filmado en 1965 a lo largo de una gira inglesa, estrenado en 1967, y considerado con justicia una de las mejores y más influyentes y reveladoras rock-movies jamás filmadas.
Y lo es desde su segundo cero.
Ahí está el "héroe" de la película que no es necesariamente "el bueno" pero que seguramente es "el mejor": Bob Dylan dejando caer carteles con palabras sueltas arrancadas a la letra de "Subterranean Homesick Blues". Su estreno eléctrico aunque no su primera incursión (porque Dylan empezó eléctrico en su juventud de Duluth y ya había grabado enchufado en descartes de The Freewheelin'..., de 1963) presentando lo que se supone el primer rap de la historia en el primer videoclip de la historia y, por supuesto, haciendo historia.
A propósito de ese gran comienzo, Pennebaker recordaría: "Salimos a la calle una mañana y lo filmamos. Primero habíamos filmado una toma alternativa en el jardín detrás del hotel. Pero vino un policía y detuvo la filmación. Por lo que nos fuimos a ese callejón. Jamás se supuso que eso sería parte de la película y no fue sino casi hasta el final, en la sala de montaje, que se me ocurrió que sería una buena forma de empezar: alguien dejando caer carteles, como si fueran los créditos de apertura. Ni siquiera sé cómo se prestó a hacerlo. Creo que fue su manager, Albert Grossman, quien pensó que podría ser útil como pieza promocional o algo así". Y el poeta Allen Ginsberg –quien aparece al fondo de ese callejón de "Subterranean Homesick Blues"– conoció a Dylan por esos días y, décadas más tarde, afirmó que verlo entonces era como estar junto a "un artista solo idéntico a su propia respiración. Alguien como una columna de aire". Alguien que empezaba y terminaba en sí mismo y que se disponía a escenificar la primera de sus grandes transformaciones.
Entonces, Dylan ya no era el campesino importado al Greenwich Village, se había bajado del pedestal de Héroe de Protesta (contemplar el breve insert en Don't Look Back donde aparece cantando "Only a Pawn in Their Game" en un pequeño mitin en Mississippi), y ya estaba en las disquerías Another Side of Bob Dylan (1964): piedra fundamental del género songwriter sensible con mal de amores y epifanías metafísicas que sería el faro para los barcos próximos a atracar de gente como Leonard Cohen, Cat Stevens, James Taylor y Joni Mitchell.
Bringing It All Back Home –de 1965, primera entrega de lo que sería una trilogía trascendental a completarse con Highway 61 Revisited (también de 1965) y Blonde on Blonde (1966)– estaba organizado en plan Yin y Yang: lado eléctrico y lado casi acústico. Y Bringing It All Back Home es el álbum del que Dylan toca más canciones en directo hoy por hoy, pero entonces Dylan rechaza el automático rótulo de "folk rock" optando por "vision music" o "música matemática". Y Dylan sale a tocar esas ecuaciones con los ojos muy abiertos. Todavía a solas, pero bien acompañado por amigos y por una cámara con carta blanca. Y de eso trata Don't Look Back.
Entonces, luego de ver la película montada, Dylan dijo, crípticamente, que "es la película de otro". Más explícito, en una entrevista de 1969, Dylan parecía bastante incómodo por los resultados: "Me quedé duro cuando vi el resultado. Y es que yo no me di cuenta entonces de que la cámara estaba todo el tiempo encima mío. Y que la película sería montada a partir del punto de vista del director... Es una película deshonesta. Es propaganda. No creo que refleje cabalmente lo que fueron mis años de formación. Y no gané ni un centavo por ella. Creo que me gustaría más si me hubieran pagado algo". Una cosa quedaba clara y sigue estando clara: si de algo era culpable Don't Look Back era de mostrar demasiado. Don't Look Back es una película con ojos sin párpados.
Con motivo de esta reedición en DVD, Pennebaker recordó que "el resultado primero le incomodó mucho a Dylan; pero enseguida resolvió tomárselo como si fuera él interpretando a un personaje, como si fuera una forma verídica de teatro. Así que no intervino ni condicionó absolutamente nada porque, pensó, ése no era él". Dylan refinaría esta estrategia hasta la exageración no sólo en futuras incursiones en la pantalla ya sea como Alias (el bandido impasible obsesionado con las latas de frijoles en Pat Garrett y Billy The Kid), Renaldo (el amoroso gitano vagabundo en su Renaldo y Clara), Billy Parker (el rocker recluso que gusta de cantarles a sus gallinas en Hearts of Fire) o Jack Fate (ese Dylan de una dimensión alternativa de nuestro mundo en Masked and Anonymous) sino, también, a la hora de enmascarar las idas y vueltas de su propia vida y cambiante persona artística en entrevistas.
¿Y de qué actúa Dylan aquí? Primero, hay que aclarar que Dylan no se trata de un personaje especialmente agradable aunque sí muy simpático por todas las razones incorrectas. Y que buena parte del "encanto" del asunto pasa por contemplar cómo Dylan –siempre respaldado por su escudero todo-terreno Bobby Neuwirth– se porta mal. Así, en Don't Look Back –seguido por una tan nerviosa como firme cámara en mano, entre un show y otro, en el más glorioso de los blancos y negros– asistimos, testigos privilegiados, a duelos verbales con fans y periodistas (impagable la escena con el "science student" a quien Dylan demuele sin prisa ni pausa), a absurdos encuentros con damas de sociedad, a peleas en cuartos de hotel (inolvidable ese momento casi Method Acting de "¿Quién arrojó el vaso por la ventana?"), contemplamos al feroz manager Albert "Dear Landlord" Grossman negociando billetes, nos asombra la humildad minimalista de lo que era salir de gira entonces y, ay, se nos invita a presenciar el fin del romance con Joan Baez y la destrucción en público de Donovan.
Pocas veces se han filmado situaciones tan crueles.
Ahí está la humillada Reina del Folk entonando la hermosa "Percy's Song" compuesta por su amado –más o menos consciente de que su hora ha llegado– en una habitación de hotel en Londres, a un Dylan que la ignora por completo mientras escribe y compone a máquina. Ahí está esa mujer traicionada por su "niño-amante" intentando desesperadamente y en vano ser groovy y divertida en un contexto en el que no encaja y donde –diría años más tarde– "todo se iba poniendo más raro y oscuro". Ahí está la pobre saliendo por una puerta para ya no volver y en una reciente entrevista con el mensuario Mojo, Baez recordó que para entonces su relación era insostenible y que sus conversaciones eran de este estilo: Baez: "Bob, mira el atardecer", Dylan: "Ya lo vi ayer". Apenas una gira después y un año más tarde, una periodista inglés del New Musical Express le preguntaría a Dylan por Joan Baez. Y Dylan le contestaría a quemarropa: "Joan Baez fue un accidente" y uno y otra no se reconciliarían hasta la gira de presentación de Desire en 1975-1976.
Y ahí está Donovan, el flamante "Dylan inglés", cantándole a su héroe ese calco/plagio que es "To Sing For You" mientras Dylan que lo contempla incrédulo y sonriente para después matarlo a quemarropa recitándole a los ojos "It's All Over Now, Baby Blue", canción cuya letra poco menos que le recomienda que mejor se vaya buscando otro trabajo.
En una reciente entrevista con la revista Uncut, Donovan manifestó una vez más no haberse sentido aludido entonces: "El único conflicto en esa habitación era entre Bob y un borracho que andaba por ahí, no entre Bob y yo. Lo único que se ve allí es a dos poetas folk intercambiando canciones. Yo no era una amenaza para Dylan y Dylan no era una amenaza para mí. Al menos así es como yo lo veo". Pennebaker, en cambio, tuvo otra versión y apreciación del asunto y –en una entrevista con John Bauldie– recordó un momento aún peor en que Donovan le muestra una de sus canciones nuevas a Dylan, titulada "My Darling Tangerine Eyes" y que es exactamente igual a "Mr. Tambourine Man". Dylan aguanta la risa por un par de estrofas pero acaba lanzando una carcajada y exclamando: "Tengo que admitir que no he escrito todas las canciones que se me atribuyen... pero estoy seguro de que esta sí es una de las que escribí".
La escena en cuestión –piadosamente– no está en la película. Hubo mucho material sobrante y buena parte del mismo fue rescatado por Pennebaker para la flamante Bob Dylan 65 Revisited. Incluida en la edición internacional junto un facsímil del libro oficial de Don't Look Back (hoy pieza de colección) y a un juguetón flip-book que permite mirar el clip de "Subterranean Homesick Blues" con tracción a pulgar, Bob Dylan 65 Revisited muestra a un Dylan más amable pero no por eso manso, aunque especialmente enternecedora es la escena en que recibe y conversa con chicas fans en su camerino o muy divertido cuando sale de compras por respetables sastrerías british en busca de camisas y corbatas que ya prenuncian la colorida psicodelia que se viene encima.
La visión y las visiones de Don't Look Back pueden complementarse –aunque no sea imprescindible pero sí siempre nutritivo– con la figurita difícil Eat the Document (1971, comenzada por Pennebaker pero luego "secuestrada" para su montaje por Howard Alk y Dylan (se consigue un buen dvd pirata que incluye los más de veinte minutos de Dylan compartiendo taxi con John Lennon –ambos bastante pasados de revoluciones– en la que el cantautor le prohíbe al beatle que se burle de Johnny Cash); con la desprolija Bob Dylan World Tour 1966: The Home Movies (2002, compaginación de rollos de Super-8 filmados por el baterista Mickey Jones); y con la recién aparecida recopilación de actuaciones de Dylan 63-65 en el festival de Newport (Other Side of the Mirror: Live at Newport Folk Festival) donde, se sabe, el prócer Pete Seeger enfurecido por la súbita traición eléctrica de su protegido intentó cortar los cables de los amplificadores a golpe de hacha o algo así.
Y después, por supuesto, volver a ver Don't Look Back y descubrir detalles secundarios, múltiples matices, la emoción de esos planos en los que Dylan sale por un costado del escenario –como un cowboy/matador– a un escenario vacío para enseguida llenarlo de versos con esa voz angulosa y única.
Muchos egos posteriores, no hace falta dar nombres, han intentado imitar esta película –ninguno de ellos dotados del genio y del ingenio– sin conseguirlo o, peor, obteniendo involuntariamente un resultado involuntariamente demasiado parecido a This Is Spinal Tap.
Muchos años después, Dylan ha sabido conservar ese aire de tahúr misterioso –ahí están sus intervenciones como "narrador" del No Direction Home de Martin Scorsese–. Ahí, en ese rostro curtido, reaparece por momentos este rostro ya experto. Un rostro que no se queda quieto, que no deja de moverse y que, aunque salga movido en las fotos, tiene perfectamente claro lo que quiere mostrar y lo mucho que muestra sin por eso entregarse nunca y yendo a desembocar en esos minutos de fuego cristalizándose en la interpretación de "It's Allright, Ma (I'm Only Bleeding)". "Gran concierto, viejo", diría entonces Lennon. Dylan gruñó: "No les gustó 'It's All Right, Ma...'". Lennon consoló: "Es el precio que pagas por estar adelantado a tu tiempo". Dylan gruñó otra vez: "Tal vez. Pero estoy adelantado nada más que veinte minutos".
La cifra es más que discutible y, hoy, discos como Modern Times prueban que Dylan ya no necesita reloj ni se preocupa por qué hora es. Dylan se toma y se bebe su propio tiempo y es el más moderno de los clásicos o el más clásico de los modernos. Dylan tiene todo lo que necesita, es un artista, no mira atrás con la confianza de quien se sabe en todas partes sin verse obligado a elegir destino y es en esta película, me parece, donde por primera vez se aprecia –y quizás aprecia él– la dulce condena de no poder dejar de girar. El judío errante y todo eso.
I'm Not Here es el título de una extraña y muy talentosa biopic de Bob Dylan dirigida por Todd Haynes que se estrenará próximamente. En ella, varios actores y actrices (Cate Blanchett, Richard Gere, Heat Leadger) deshacen a Dylan desde diferentes ópticas y lugares y épocas. En Don't Look Back, en cambio, se asiste al apasionante ejercicio de contemplar cómo un artista se hace a sí mismo. El Dr. Frankenstein y la Criatura en un solo cuerpo y en una película que también podría llamarse Aquí estoy.
Y aquí sigue.
Adelantando.
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