Domingo, 9 de mayo de 2010 | Hoy
SE ESTRENA EL ESCRITOR OCULTO, DE POLANSKI, EN MEDIO DE LA POLéMICA POR SU DETENCIóN
En medio de las polémicas que desató su detención en Suiza en septiembre del año pasado, por un juicio por abuso en 1978 en Estados Unidos, Roman Polanski estrena El escritor oculto, una de sus mejores películas (lo que no es poco). Mientras ministros de Cultura y directores de primera salen en su apoyo, otros lo condenan y en Suiza se debate su extradición, el mismo Polanski salió a dar su versión de los hechos y echa una luz nueva sobre un tema que parecía asunto juzgado. Radar aprovecha el estreno de esta gran película para repasar la vida, la obra y los problemas de un hombre signado por buena parte de las peores atrocidades del siglo XX.
Por Javier Alcacer
Hay un momento, un solo momento, de El escritor oculto, la nueva película de Roman Polanski, en el que uno es expulsado de la película por unos instantes: el ex primer ministro inglés Adam Lang (Pierce Brosnan) ve por televisión cómo un ex ministro de su gabinete lo acusa de haber arrestado ilegalmente y entregado a la CIA a unos supuestos terroristas que murieron torturados. Lang, por entonces, se encuentra en Martha’s Vineyard, una isla de Nueva Inglaterra, con su séquito de colaboradores y un recién llegado, el escritor que tiene la tarea de ayudarlo a escribir sus memorias (Ewan McGregor). Ante la noticia, su entorno calma al ex mandatario. EE.UU. no firmó el tratado de extradición de criminales de guerra, le dicen, por lo tanto mientras permanezca en territorio estadounidense no podrá ser llevado ante el tribunal de La Haya. Durante la proyección, algunos de los presentes en la sala no pudieron contener un suspiro de asombro o alguna risita nerviosa.
Lo que desacomoda es que la situación de Lang es el reverso de la del director, quien al momento de la filmación de esta película venía evitando los EE.UU. y los países aliados que pudiesen aceptar un pedido de extradición (como por ejemplo, Inglaterra) desde que huyó de Los Angeles en 1978 antes de que se le dictase la sentencia por haber drogado y abusado de una niña de 13 años. En esos treinta años Polanski rehízo su vida en París; después de todo, él había nacido ahí, hijo de padres polacos, en 1933. Su condición de ciudadano francés lo protegía de los intentos de extradición de los tribunales norteamericanos. Durante ese tiempo, Polanski siguió con su carrera, incluso llegó a ganar el Oscar por El pianista, el cual recibió su amigo Harrison Ford, quien había trabajado con él en Búsqueda desesperada. Además, se casó con la actriz Emmanuelle Seigner y tuvo dos hijos; en 1998 ingresó a la Académie des Beaux-Arts. Polanski parecía haber dejado las acusaciones en el pasado: en 1993 llegó a un arreglo económico con la víctima, Samantha Geimer. Diez años después ella declaró en una entrevista: “Creo que si pudiese volver en el tiempo, él no lo haría de nuevo. Cometió un error terrible, pero ya pagó por él. Creo que está arrepentido y que sabe que estuvo mal, pero no creo que sea un peligro para la sociedad”. El año pasado Geimer intentó retirar la demanda y aseguró que todo el frenesí mediático la habían traumado a ella y a su familia. Aun así, ninguna de las películas que Polanski realizó luego de su fuga contó con capitales estadounidenses.
La fuga de Los Angeles no fue la primera en la vida de Polanski; antes de la fuga que lo convirtiera en un criminal, hubo una que lo convirtió en un héroe. A los nueve años se salvó de una muerte segura al escapar del ghetto de Cracovia. Por ese entonces había regresado a la ciudad de sus padres, quienes habían sido arrestados cuando Alemania invadió Polonia. Su padre sobreviviría al campo de concentración de Mauthausen-Gusen (en el que también estuvo Simon Wiesenthal); su madre moriría en Auschwitz. Hasta el final de la guerra, vivió haciéndose pasar por católico, con la familia de su madre. Su infancia se desarrolló en los mismos escenarios en los cuales se materializaba el horror nazi: cuando filmó El pianista daba las indicaciones al equipo recordando lo que había visto de niño: él sabía cómo se desplomaba un cuerpo cuando era ejecutado a quemarropa, sabía que la muerte no se parecía en nada a lo que se veía en el cine. Luego de estudiar arte filmó un corto, hoy perdido, basado en un incidente ocurrido en su adolescencia. Un hombre lo golpeó hasta fracturarle el cráneo y le robó el dinero con el cual Polanski había ido a comprar una bicicleta. Más tarde el ladrón fue apresado y condenado a muerte por tres asesinatos cometidos antes de ese robo. “Lidiar con la adversidad es como el pedal de freno del auto. Pasa instintivamente. Lo haces o morís”, dijo a la revista Esquire. Después de varios cortos y de su primera película, El cuchillo bajo el agua (1962), Polanski viajó a Londres, sin saber una palabra de inglés. Allí filmó tres películas: Repulsión (1965), Cul-de-Sac (1966) y La danza de los vampiros (1967), y logró atraer la atención del productor Robert Evans, quien lo llevó a Hollywood a filmar El bebé de Rosemary. Su condición de sobreviviente y el éxito de la película lo convirtieron en una celebridad. La vida parecía sonreírle y no tardó en encontrarse a gusto en Los Angeles de los ’60, meca de la paz, el amor y los excesos. Hasta que, en agosto de 1969, mientras Polanski buscaba locaciones en Londres, miembros del clan de Charles Manson irrumpieron en su casa y asesinaron a su mujer, la actriz Sharon Tate (embarazada de ocho meses) y a cuatro amigos que estaban viviendo ahí. Por segunda vez en su vida, era víctima de uno de los horrores gestados en el siglo XX. Mientras salían a la luz los truculentos detalles de la masacre que supuso el final del espíritu libre de los ’60, la prensa trataba de explicar los crímenes mediante la reputación del director como acólito del demonio, la única explicación que se les ocurría para justificar el grado de detalle de conocimiento de los rituales satánicos que se mostraba en El bebé de Rosemary. Polanski se sintió culpable por no haber estado allí para evitarlo. Volvió a Europa y filmó Macbeth y la comedia ¿Qué? Evans lo contactó para que volviera a Hollywood para dirigir un guión de Robert Towne: Chinatown. Polanski aceptó, pero puso una condición: quería cambiar el final. La chica moriría sin que el héroe pudiese hacer nada para evitarlo. Según Towne: “El razonamiento de Roman era: ‘Así es la vida; en L.A. las rubias hermosas mueren. Como Sharon’”. A pesar de la mirada pesimista, Chinatown fue muy exitosa y Polanski, resurgido, se convirtió en una estrella y esta vez se generó a su alrededor una fama de bon vivant, habitué de todas las fiestas y con numerosos affaires (aquél era su modo de lidiar con el dolor, explicaría más tarde). Un día una actriz le presentó a su hija Samantha, que quería trabajar en Hollywood. Polanski le ofreció sacarle unas fotos para la edición francesa de Vogue. Ella aceptó y, con el permiso de su madre, fueron juntos hasta la casa de Jack Nicholson.
En septiembre del año pasado, después de terminar el rodaje de El escritor oculto en Alemania (con la participación estelar del Mar del Norte como el océano Atlántico y Berlín como Londres), Polanski aceptó ir a Zurich a recibir un reconocimiento por su carrera en el festival de cine de dicha ciudad. Al llegar al aeropuerto la policía lo detuvo por una orden de arresto de los EE.UU. de 1978; hacía una semana las autoridades suizas habían alertado de su visita y habían negociado su detención. El director, con su fuga como antecedente, fue puesto en una celda hasta que sus abogados lograron conseguirle el arresto domiciliario en su chalet de Gstaad, mientras espera que la Justicia suiza resuelva si decide cumplir con el pedido de extradición. Bajo vigilancia y con una tobillera electrónica que debía llevar a toda hora, Polanski se dispuso a trabajar en la posproducción de su película. Con los abogados como intermediarios entre los productores, el equipo de montaje, el de sonido y el director, Polanski, un tipo famoso por su perfeccionismo (llegó a declarar “ninguna de mis películas termina de conformarme”), pudo terminar el corte final de El escritor oculto a tiempo para su estreno en la competencia oficial del último festival de cine de Berlín. El jurado, liderado por Werner Herzog, reconoció su trabajo otorgándole el galardón a la mejor dirección. A McGregor, Brosnan y a los productores Robert Benmussa y Alain Sarde les tocó la difícil tarea de ser los voceros de Polanski; su situación legal despertaba mayor interés que la película en sí. De poco servía aclarar que El escritor oculto adaptaba –con la mayor fidelidad que puede tener una adaptación al cine de una novela– un libro de Robert Harris, con quien había coescrito el guión. Que Polanski y Harris se habían conocido a raíz de otro proyecto, que había sido cancelado debido a la huelga de actores de 2008, una adaptación de otra novela suya, Pompeya, sobre la erupción del Vesubio que arrasó con la ciudad. Mientras tanto Polanski no hacía declaraciones. A medida que El escritor oculto llegaba a los cines de cada país, se reactivaba la discusión respecto de qué debían hacer con el director. En Francia el ministro de Cultura del gobierno de Nicolas Sarkozy, Frédéric Mitterrand (sobrino de François), repudió públicamente el arresto: “Lo arrojan a los leones por un viejo cuento sin sentido; es arrestado mientras viaja para recibir un honor. Le hicieron una trampa, es espantoso”. La reacción de Mitterrand, a su vez, despertó rechazos entre la sociedad y la oposición política. Daniel Cohn-Bendit le contestó que esto era un asunto legal: “Una niña de 13 años fue violada”; Marine Le Pen (hija de Jean-Marie, líder de la extrema derecha gala) pidió su renuncia al cargo: recordó que el ministro no había tenido problemas en describir sus experiencias como turista sexual en Bangkok en su autobiografía, lo cual, según ella, explicaba su defensa al director, una suerte de alianza por afinidad de apetitos tabú. “Roman Polanski tuvo una vida difícil”, dijo Mitterrand, tratando de detener la ola de opiniones en favor de la extradición del director.
A principios de mayo Polanski rompió el silencio. A través de la página oficial de su amigo el escritor y filósofo Bernard Henri-Levy publicó una carta abierta titulada: “¡No puedo seguir callado!”. En ella el director dice que la reaparición de la discusión se debe al documental Roman Polanski: Wanted or Desired, de Marina Zenovich (estrenado en Cannes en 2008), que mediante material de archivo y entrevistas con los abogados reconstruye el juicio al que fue sometido y expone el mal manejo del juez a cargo del caso, Laurence J. Rittenband, presionado por la prensa y sus propios sueños de fama. Según Polanski el documental “desencadenó el ansia de venganza de las autoridades judiciales de Los Angeles, que se sintieron atacadas y decidieron pedir por mi extradición a Suiza, un país que visito con regularidad hace más de 30 años sin que nunca me hubieran molestado”. Los argumentos de la carta son los mismos que revela Zenovich; allí aparece el fiscal del caso, el abogado mormón Robert Gunson, declarando que el juez lo obligaba a él y al defensor del acusado a simular discusiones en las que Rittenband tomaba una decisión, la cual había sido acordada por los tres en el despacho del juez. Los abogados y el juez decidieron que Polanski se declararía culpable por haber tenido sexo con una menor (el delito menos grave), pero no aceptaría los cargos por violación ni por hacerle entrega de drogas y alcohol. Por ello Polanski cumpliría una pena de 90 días en la cárcel común de Chino, en California, de los cuales cumplió 42. Cuando salió libre, Rittenband argumentó que el tiempo en Chino había sido dedicado a exámenes psicológicos y no como cumplimiento de la pena, lo cual contradecía lo pactado con los abogados; dio a entender que estaba pensando aplicar otras condenas. Al enterarse de esto, Polanski escapó. “No puedo seguir callado porque, desde hace más de 30 años, son mis abogados quienes no dejan de repetir que el juez me traicionó, que cometió perjurio, que yo ya cumplí mi condena”, escribe Polanski en su carta. “Hoy es el fiscal de aquel entones –de reputación irreprochable–, quien bajo juramento confirmó todas mis afirmaciones; eso otorga una nueva dimensión y una luz totalmente distintas a este asunto.”
Cuando Polanski ganó el Oscar, hubo algunos rechazos entre los asistentes a la ceremonia. Nick Nolte, por ejemplo, no se sumó a la ovación de pie del auditorio cuando se lo anunció ganador. Así como pasó aquella vez, hoy la mayoría defiende a Polanski. Circula online una petición con las firmas de Martin Scorsese, David Lynch, Asia Argento, Wong Kar Wai, Claude Lanzmann y Wes Anderson, entre muchos otros actores y directores pidiendo por su liberación. Woody Allen, quien tuvo un problema similar con una menor que hoy en día es su esposa, también apoya al director. En cambio, en una lista más austera en talento, Chris Rock, Lisa Kudrow, Howard Stern y Kevin Smith piden por la extradición del director. Según revelan las encuestas, la opinión pública de EE.UU., Francia, Polonia e Inglaterra (es decir, los países en los cuales Polanski vivió) quiere verlo juzgado como cualquier ciudadano que comete un delito semejante. Más allá de la opinión particular de cada uno, cualquiera de los bandos puede entrar a la página de Internet Zazzle, en la que se vende merchandising personalizado y elegir la que le resulte más representativa. Allí se pueden poner en el carrito digital remeras, pins y tazas que dicen “Free Polanski”, otras que dicen “Castrate Polanski” o “Jail Polanski” y otra con una tira cómica que dice “Las preocupaciones de Roman Polanski se terminaron ahora que Woody Allen salió a defenderlo”.
El tópico del encierro y la paranoia que éste provoca es uno repetido en la obra de Polanski. En El escritor oculto, una película de una sutileza extrema, cuando el personaje del título (cuyo nombre nunca se dice) acepta ocuparse de la autobiografía de Lang no sabe que está sometiéndose a una situación de encierro, en varios niveles, de la cual le será difícil salir. Porque además de estar encerrado en la isla de Martha’s Vineyard, no puede salir de la residencia de Lang, no puede sacar el manuscrito del escritorio de la oficina de esa casa, tiene un límite de horario para estar con el texto y, como si fuera poco, no se le permite acceder a la versión digital, por lo cual debe leer 600 páginas de devaneos de Lang. Al mismo tiempo descubre que hubo otro escritor antes que él, que murió ahogado al caer borracho al mar y que nadie quiere decirle la verdad, nadie es confiable. Le queda el aislamiento, el clima constantemente gris y lluvioso, la frialdad de la casa moderna y de diseño, la dieta a base de sandwichs refrigerados, u observar la incansable rutina de un empleado que barre las hojas del patio sólo para que una ráfaga las vuelva a poner donde estaban; éstos son apenas algunos de los detalles con los que Polanski avanza con sutileza envolviendo a su personaje en una trama compleja de intrigas políticas, un Ewan McGregor bien british y que bate records de cinismo cada vez que comparte escenas con Tom Wilkinson, Olivia Williams o Brosnan. La maestría del director se siente en cada aspecto (¡logra hacer actuar bien a Jim Belushi!); en días como éstos, una película sin 3D ni la necesidad de disparar un millón de planos por segundo resulta todo un manifiesto. Cuando llega el final –un final que Polanski improvisó, que difiere del de la novela y es de una belleza abrumadora–, uno recuerda que el director es el responsable de algunos de los mejores de la historia del cine. Y también que todos ellos son desoladores.
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