Domingo, 17 de abril de 2011 | Hoy
TEATRO > SE ESTRENA UN TRANVíA LLAMADO DESEO EN BUENOS AIRES
En el año del centenario del nacimiento de Tennessee Williams, y mientras se suceden homenajes y se realizan puestas de sus obras en todo el mundo, aquí en Buenos Aires es el turno de una nueva versión de Un tranvía llamado deseo. Con dirección de Daniel Veronese y las actuaciones de Diego Peretti y Erica Rivas, vuelve la obra emblema de Williams, con el mito a cuestas de Marlon Brando como Kowalski y la gran creación femenina en el personaje de Blanche Dubois, la trágica dama sureña que se debate entre la locura y la decadencia.
Por Mercedes Halfon
Al final de la primavera de 1947, en una cabaña cerca de la playa Cape Cod, Tennessee Williams escribió las palabras por la que iba a ser recordado siempre. Hacía más de un año que venía trabajando en ellas, pero fue en esa pequeña casa de madera al borde del Atlántico donde escribió la más famosa línea de diálogo, de la más famosa de sus obras, la más irónica, sensible, dramática y hermosa que su teatro dio y es mucho decir. Es el último mutis de Blanche Dubois en Un tranvía llamado deseo y dice: “Siempre he confiado en la amabilidad de los desconocidos”, algo que como cuenta en sus Memorias le pasaba mucho a Tennessee: “En realidad era cierto. Yo había confiado siempre en esa amabilidad, y rara vez me había defraudado. De hecho, me atrevería a decir que los desconocidos, las amistades fortuitas, me han demostrado más generosidad que los amigos... lo cual no dice mucho en mi favor”.
¿Cómo decir esa frase nuevamente? ¿Cómo después de sesenta y cuatro años de haber sido escrita y primero dicha por Jessica Tandy en un escenario y luego por Vivian Leigh en una pantalla? De esas repeticiones está hecho el teatro y con esos problemas hay que enfrentarse siempre, pero no deja de ser un desafío. En este renovado desafío se embarcaron Erica Rivas y Diego Peretti, bajo la mirada de Daniel Veronese hace algunos meses: realizar una nueva versión de Un tranvía llamado deseo. Una de esas obras que a pesar de encarnar un realismo de antaño, son dueñas de una poesía y unos personajes tan vibrantes que resisten las nieves del tiempo como si tal cosa. Uno sabe que en algún suburbio de Nueva Orleans, en un departamento oscuro y desordenado, están Stanley Kowalski y Stella, y que pronto llegará Blanche y que todo terminará yéndose al demonio.
Pero además de que siempre es un buen momento para releer o rever o reponer Un tranvía llamado deseo, sucede que este año es el centenario del nacimiento de Tennessee Williams. Mientras se multiplican en el mundo los homenajes y las reversiones del genio norteamericano, aquí se estrena esta pieza. Y si hay un experto en retomar clásicos y convertirlos en algo diferente sin estridencias, ése es Daniel Veronese. Hace tiempo que viene recorriendo el camino de las adaptaciones. Primero con sus impactantes Chéjov, Un hombre que se ahoga y Espía a una mujer que se mata, versiones de Tres hermanas y Tío Vania, respectivamente; y luego de Ibsen con Hedda Gabler, renombrada por él como Todos los grandes gobiernos han evitado el teatro íntimo y El desarrollo de la civilización venidera, su adaptación de Casa de muñecas. Ahora parece haberle llegado el turno al realismo norteamericano, que como los ruso-europeos, también despierta fanatismos.
Veronese se niega a establecer paralelismos entre los dramaturgos, pero encuentra particularidades en Tennessee: “Es un autor muy sanguíneo, visceral y emotivo. Hay determinados momentos de quiebre que son maravillosos, la forma en que está llevado el personaje de Blanche, por ejemplo. Hay veces en los que uno encuentra que un autor da un paso muy fuerte en una dirección completamente arriesgada y probable a la vez. Son elementos que el autor encuentra y uno siente que no podía pasar otra cosa, una sensación de inexorabilidad que produce un efecto tremendo en el espectador. Eso habla de alguien que piensa la obra y hace hablar a los personajes por sí mismos. Muchas veces uno lee a muy buenos dramaturgos que hacen hablar al personaje de un modo externo, o escribe movimientos sólo para que la obra funcione. Esto no pasa con Tennessee”.
Es por eso que viendo a Erica Rivas, a Diego Peretti, a Paola Barrientos y a Guillermo Arengo, la atmósfera de ese barrio perdido de Nueva Orleans se talla en el aire una vez más, exactamente allí, donde lo habíamos dejado. Ellos no son Marlon Brando y Vivian Leigh, sino actores con voces y tonos porteños, la música que se escucha de fondo no tiene nada que ver con la década del cincuenta, pero el encuentro se produce de la misma manera. Sufriremos por Blanche y por Stella, mujeres golpeadas por la vida (y literalmente), nos indignaremos con la brutalidad de Kowalski al mismo tiempo que nos sentiremos atraídos por él, nos enterneceremos con la inocencia de Mitch. La magia de esos seres abandonados que intentan su felicidad de un modo a veces noble, a veces equivocado, siempre conmovedor.
Dentro de los temas que aparecen en Un tranvía llamado deseo, el de la violencia doméstica y particularmente el lugar de las mujeres como sexo con las de perder físicamente, es el que más ha cambiado de signo con el paso de los años. Tanto Stella como Blanche deben aceptar un lugar secundario respecto a sus propias vidas: en el caso de Blanche, acosada por los prejuicios sociales, en el de Stella, sometida a las decisiones de su marido. Sobre esto reflexiona Veronese: “En el momento en que esto se escribió quizás producían más indignación ciertas conductas de la mujer, que el hecho de que una mujer sea golpeada. La violencia doméstica tenía un carácter no tan social como tiene ahora. En ese aspecto, obviamente no tuve mucho para elegir. Yo siento que acompaño al autor en el momento en que dice que el amor de la mujer es superior a eso y que Kowalski se arrepiente. ¿Eso lo arregla todo? No, pero esta pareja funciona así. Tengo que seguir a Stella en ese razonamiento porque ella se pone muy firme frente a esa situación. Ella acepta la violencia como tantas mujeres, convencidas de que va a ser la última vez. Es una forma perversa de relación, no aceptable, pero sí comprensible”.
La violencia de Kowalski enmarca los dos actos de mayor incorrección de Un tranvía...: los golpes a su mujer embarazada, y la violación final a Blanche. Es compleja la lectura de estos hechos en la actualidad, pero hay que comprenderlos en su contexto. Más aun, hay que comprenderlos teatralmente, porque tanto en la versión escénica original, como en el film (ambos dirigidos por Elia Kazan) fueron llevados a cabo por el hombre más hermoso y el mejor actor del siglo pasado: Marlon Brando. Esto no es un dato menor.
“Dicen las historias de época que las mujeres, y los hombres también, estaban tan cautivados por él, que veían a Blanche como una enemiga, como un personaje negativo. La película está más montada sobre Kowalski que sobre Blanche. A pesar de que Blanche es la que recorre el arco de la historia, la que entra de determinada manera y sale de otra, el personaje de Kowalski es más lineal en este sentido. Pero el mito Brando es muy fuerte en la película.”
Veronese dice también que optó por no volver a ver la película. Por eso, a la hora del casting, eligió pensando en actores, más que en physiques du rol, justamente para escapar de la trampa de buscar a la Vivian Leigh y al Brando argentinos. Y lo primero que llama la atención en relación a Erica Rivas es su juventud. Uno podría considerarla demasiado fresca para el papel de una mujer en pánico por su franco declive, pero eso ¿depende de la edad? ¿una mujer de treinta años está imposibilitada de haber sido arrasada por la vida y sentir que los tiempos de su ingenua lozanía han quedado atrás? Peretti por su parte, es claramente un antigalán. Aun con toda su masculinidad y corpulencia a flor de piel, no sería la primera persona que viene a la mente cuando uno piensa en un reemplazo de Marlon Brando. Pero de eso, precisamente de eso, es de lo que huyó Daniel Veronese. Si recordamos que fue el mismo director quien realizó una versión perfectamente naturalista de Tres hermanas, pero con hombres en los papeles de las mentadas hermanas, y mujeres en los papeles masculinos, comprenderemos que estas decisiones no son tan extrañas. “Creo que hay cierta capa mítica sobre el teatro, sobre la manera que los personajes tienen que ser. Yo paso de eso, intento hacer teatro.”
Por eso hay que ver esta Un tranvía llamado deseo y percibir cómo se complementan cada uno de los actores y personajes. Como concluye Veronese: “Hay un purismo, una mirada escolástica sobre los autores, que es muy nociva. En el teatro lo que tenemos en un principio son sólo palabras. No sabemos nada de tiempos, de tonos, o de intenciones. Sólo podemos intuir algo. Cuando se habla fuera del escenario sobre los autores, no se está hablando de teatro. Se está hablando de literatura o de pensamiento sobre Tennessee Williams, pero eso es otra cosa. El escenario tiene una verdad que no tiene que ver con la inteligencia. Yo dejo de lado la inteligencia cuando trabajo, para meterme en un mundo más intuitivo y animal”.
Es la única manera de despertar a Stella y a Blanche de la noche de los tiempos y encontrarlas en un espacio nuevo y cercano. Un lugar donde puede sonar Rufus Wainwright actualizando el melodrama, haciéndonos sentir lo tóxico del amor, la necesidad imperiosa de libertad y también de compañía que tenemos todos. Como si Stella y Blanche se encontraran con Hedda y con Nora y juntas se pusieran a pensar y a charlar. Inspiradoras.
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