Domingo, 26 de junio de 2011 | Hoy
PLáSTICA > BENITO LAREN TOMA UNA CASA CON SU OBRA
En medio de Acassuso hay una casa particular que abre sus puertas periódicamente para ser tomada por un artista. Ahí desembarcó Benito Laren, y su universo de humor sin cinismo, de intimidad y humildes homenajes, no sólo es un oasis alejado del mundo de las galerías y las ferias, sino también una prueba palpable de que es posible el retorno del arte a la vida cotidiana.
Por Veronica Gomez
“La astróloga (más trola que astro) Carmen Bortuzzi fue la primera vicionaria (estaba llena de vicios) en anunciarle a la señora Laren el advenimiento de un caso raro o, mejor dicho, del coso raro.”Así empieza la memoriosa Biografía Auto Risada de Benito Eungenio Laren, un artista que se ha hecho acreedor, como ningún otro, de los epítetos: único, inconfundible y multi-auto (auto celebrado, autónomo, autodidacta, auto alumbrado y auténtico entre otros tantos autos). Más adelante leemos: “Llegó al fin ese momento tan esperado, ese día amaneció más tarde en San Nicolás, pero eso no importaba, porque ya se encontraba entre nosotros una lumbrera del arte de los 90. Mejor dicho, una legumbrera, pues recordemos que nació todo verde, pero respetuoso.” También se mencionan en esta autobiografía –capítulo medular del libro Larenland, publicado el año pasado por Nemebiax y donde Benito Laren da cuenta de un humor a prueba de todo, haciendo uso y abuso de las formas literarias más dispares, desde aforismos y refranes populares hasta poemas, un cuento, una carta y los 10 mandamientos del larenismo– sus viajes astrales en pañales, sus anticipaciones catastróficas, su relación traumática con un pollito en la infancia, su exitoso slogan para el comercial de TV (La codicia enferma, la codicia mata. Insecticida La codicia), su primer trabajo en la compañía automotriz donde diseñó un auto cuyas puertas se abrían hacia adentro, llevando a la quiebra a la empresa, el advenimiento de su profunda necesidad de pintar para escapar del anonimato y su posterior desilusión al descubrir que los pintores no tienen club de fans. Si Marta Minujin hizo de su persona una hiperkinética máscara mediática, una estrategia publicitaria que multiplicó la atención en algunas oportunidades más sobre su personaje que sobre su obra, Benito nació tan así, tan directamente personaje, que hizo la obra que le correspondía como embajador de su pequeño y fructuoso país, con naturalidad, sin imposturas y de forma extrema aunque no exagerada.
En la casa de María Casado, en San Isidro, hace ya varias semanas aterrizó un plato volador. Su planeta de origen es Larenland y su comandante Benito Laren quien desembarcó allí los tesoros más dispares y disparatados. Todo lo que toca Benito lo convierte en Laren. Desde un celular hasta una raqueta. Todo lo atañe, con una inmediatez y literalidad que hace pensar que no podría ser de otra manera, que esa puerta de automóvil en cuya ventanilla observamos las pirámides de Egipto con su glamorosa Esfinge nació para encontrarse con Benito en un idilio amoroso. Rafael Cippolini, en su texto sobre la muestra, bien lo decía así: “Es parte de su sistema de mitologizaciones: todo se dispone en un esquema larenocéntrico. Tome posesión de lo que sea, cualquier fenómeno cultural a su alcance se convierte de inmediato en orbital a sus deseos.” Las mujeres no son la excepción. Betina, Rosa, Anabella, Laura Vanesa y Luciana son algunas de las damas piropeadas por Laren en sus poemas amorosos que bien podrían ser boleros, cumbias, declaraciones de adolescentes afiebrados o versos cursis para los chocolates Dos Corazones. Así, en la sentida “Balada para Lisa o parálisis”, Laren advierte: “Qué suerte que me conociste, sino cómo ibas a estar tan triste”. Y mientras a Betina solicita: “Dejá que te explore yo quiero ser tu Jacques Cousteau”, a Marita la describe: “Piel rosada, nube triste. Lluvia fría, cabellos de oroMarita, cuando te nombro se calienta mi bigote y siento dolor en el hombro como al tirar un cascote”. Su emoción poética también sabe abrevar en el melodrama aceitoso de tintes culinarios: “¿Pero, cómo demostrarte que mi amor por ti agoniza, como el reblandeciente queso sobre una pizza?”.
Dijimos antes que el plato volador aterrizó en una casa, pero no dijimos qué tipo de casa es. No es exactamente una galería, aunque celebre bimestralmente exhaustivas muestras. Hace diez años que esta casa de familia decidió abrir sus puertas y prestar sus paredes, sus rincones, su mobiliario y hasta su techo para que un artista despliegue su cosmos objetual y sentimental. María Casado y su hija Rosario repasan emocionadas y divertidas lo que ha sido experimentar y albergar el universo de cada artista en su propia casa, lo que significa convivir con una obra, el apego a cierta atmósfera que pasa de la extrañeza a la familiaridad y la añoranza luego cuando la pared queda vacía. Si ellas no sintieran una pasión arraigada por las obras de arte y si no se enamoraran de sus creadores, no sería posible el ejercicio de ser un buen anfitrión, la etapa intensa del montaje, trabajando codo a codo con el artista, el cuidado y respeto por las obras y la difusión íntima y plena de convicción. El proyecto de María Casado recupera algo primordial: reintegra el arte a la vida doméstica, al trajín diario, lo vuelve un objeto cercano y querible, un souvenir que nos recuerda un vínculo sustancioso. Aquí comprendemos que una obra de arte puede llegar a tener una larga y feliz vida útil como objeto doméstico y objeto de compañía, algo que le es muy difícil de lograr como pieza de museo y que nos cuesta vislumbrar en un espacio de galería, que por cierto no es en absoluto neutro.
En el hall de entrada de la casa nos recibe un cartel de fondo rojo con letras floreadas que bailotean: Bien Benito. ¿Estaremos ingresando a una fiesta infantil? Debajo se despliegan unas planchas de telgopor con la historia de vida del agasajado donde figuran, entre otros hitos relevantes: una hoja de plástico verde que señala el color de nacimiento de Benito, una medalla con un ovni (condecoración recibida de los extraterrestres) y una fotografía cuyo epígrafe reza: “Hizo un cuadro muy elegante y pesado como un elefante”. Recorriendo la casa vamos siendo abducidos paulatinamente por Larenland. Hay mucho Benito por todos lados y cada hallazgo es una alegría. Laren no crea espectadores sino seguidores adictos. En una mesita se disponen los perfumes acuñados por Laren con sus selectas cajas decoradas. Junto al ventanal que da al jardín de la casa, se despliega la serie de collages. El cine, las estrellas de rock, la historia del arte, todo es mirado según el cristal de Larenland, apropiado y mimado para ser devuelto con leves alteraciones infaliblemente irrisorias. Marcela Römer, su actriz fetiche, aparece junto a Benito en su versión del Almuerzo sobre la hierba de Manet. También es la niña que ansía ser bailarina en la maravillosa versión del cuadro de Antonio Berni Primeros pasos donde Benito hace las veces de madre costurera. Londaibere, Pombo, Berni, Van Gogh, Molina Campos, Leonardo, Munch y una larga lista de artistas desfilan bajo la lupa de Laren. Tal vez el cuadro que funciona como mito del origen, de donde parece provenir todo lo demás, es el paisaje de San Nicolás. Allí una locomotora solitaria se encuentra con un perro galáctico (larenito) y una mujer geométrica surcada por cruces negras. Hay una casita, un puente, flores y dos pájaros. Los colores son planos y puros. Una versión sofisticada del paisaje que hacíamos en la escuela primaria cuando nos pedían que dibujásemos el lugar dónde vivíamos. De alguna forma, Benito tuvo el talento de descubrir lo extraño que puede ser lo local. Y parece ser una fuente inagotable.
Con sus tics provocativos, sus bases inextricables y un poquito cínicas y sus desprolijidades curatoriales, el Premio Petrobras de este año dejó al menos ciertas heridas expuestas del sistema: el profundo hastío, el envejecimiento prematuro de los gestos insolentes, la puesta en evidencia del otra vez sopa, el cuestionamiento del artista contemporáneo en su dimensión de gran estratega-productor, un toque de esnobismo trasnochado, la supervivencia del romanticismo como conjuro ante la especulación, y mucho olor a calamar descompuesto que todavía nos persigue, gracias a Charly Herrera que nos ofreció una obra pregnante e impregnante a pesar de su casi invisibilidad física. En este territorio de hastío que el premio Petrobras pareció delimitar o denunciar, correr la mirada de los reflectores de turno para meter la nariz en una obra como la de Benito Laren es un oasis. O un Onassis diría él. Qué regocijo para el arte que exista un Laren. El humor es cosa seria y un ejercicio cotidiano de finísimo pensamiento lateral, de desvíos sutiles que abren puertas a lo insólitamente cercano, a lo que siempre estuvo ahí, solo hacía falta despreocuparnos un poco, desempañar la mirada, atrevernos a la más purísima obviedad. Atravesando esos umbrales, querríamos quedarnos ahí por mucho tiempo, tan relajados, tan despojados de gestos adustos, tan empáticos. ¿No se siente que hace falta una ráfaga de aire fresco, algo de bondad, sonreír un poco más, maravillarnos todavía? ¿Qué pasó en el camino que nos volvimos tan grises e hinchados, tan torpemente grandilocuentes? ¿Desde cuándo el arte es un asunto de cantidades y toneladas? Y no es que Benito Laren no sea un artista pretencioso, es que sus pretensiones son tan ridículas y cándidas que se hacen indisociables del planeta Laren y respiran con su obra. Y lo vuelven más brillante todavía. Benito es un artista aplicado, aunque seguramente no aplique a los cánones internacionales de residencias, becas y bienales, si es que tal cosa existe. Ahora que parecen haber pasado de moda los ‘90, década propicia para ciertas cualidades autistas, nos reencontramos con Benito para comprobar felizmente que sus aparentes ingenuidades continúan intactas, y su insistencia en la manualidad y el humilde homenaje sigue dando frutos pulidos, obras preciosas. Laren es un tierno fan. Un ejemplar de una rara raza en vías de extinción. Debe haberse escapado de un cuadro de Rousseau el Aduanero. Todavía lo andarán buscando.
Berni to Laren
Benito Laren
María Casado Home Gallery
Montes Grandes 977, Acassuso
(Alt. Libertador 14700)
Concertar cita al 15 5 451 6796
[email protected]
Hasta el 15 de agosto
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.