Domingo, 26 de junio de 2011 | Hoy
FAN > UN ARTISTA ELIGE SU OBRA FAVORITA: SANTIAGO CARUSO Y EL DEMONIO CAíDO, DE MIKHAIL VRUBEL
Por Santiago Caruso
Ni siquiera lo estaba buscando. Pasé por esa librería una tarde, de casualidad, durante el breve tiempo en que trabajé en una productora de dibujos animados. Pero en mi historia con el arte, lo fortuito (o lo buscado inconscientemente) ha ayudado a torcer los caminos hacia lo desconocido. Siempre hay algo calculado y también algo inesperado, acechando. Siempre ando a la pesca de libros, aunque en esa época pescaba con mojarrera. Sólo había visto un ejemplar de ese libro una vez, de pasada en la Feria del Libro, pero mi bolsillo no llegaba al estante en esa ocasión. Supongo que en esta librería de Palermo no lo tenían en gran estima, porque estaba bastante rebajado. Ahí mismo cayó en la bolsa. Entre las iluminadas páginas del libro sobre el movimiento simbolista, descubrí las pinturas del ruso Mikhail Vrubel.
Mikhail Vrubel pintó toda una serie de obras que plasmaban al protagonista del poema de Lermontov, El Demonio. Luego éste se convirtió en su propio demonio. De las acuarelas primigenias y carboncillos en papel que ilustraban el poema, pasó a la piedra y a lienzos de gran formato. Son muchas las representaciones de esta criatura: Cabeza de Demonio (1891), Demonio Sentado (1890), Demonio Volante (1899) hasta Demonio Caído (boceto, 1901). El cuadro del que quiero hablar, El Demonio Caído (1902), fue uno de los últimos que Vrubel pintó y repintó, cuando ya estaba colgado en la exposición de 1902. La obsesión por encontrar la imagen “verdadera” del personaje era hija de su pérdida de fe y de una crisis nerviosa, en los albores de la demencia. No hay nada de orden satanista en esta fijación, sino más bien el intento desesperado de construcción de una mirada compasiva del Caído, que en definitiva era él mismo y todo lo humano: bello y corrupto.
Vrubel realiza en esta serie de pinturas una descomposición extrema de la forma, que hasta entonces había estado ligada al realismo, para llegar a una expresión netamente pictórica; expresiva desde lo cromático y lo morfológico. Pintura pura. El hace una deconstrucción del modelo del demonio original a través de una síntesis geométrica, de rectas y curvas contundentes, que reconstruyen una nueva imagen más verdadera que real. Digo, en arte algo es verdadero cuando el sistema de representación del artista es sólido, coherente; no necesariamente cuando reproduce de manera fiel el destello del metal o la exactitud de la cabellera de una mujer. En esto, Vrubel rompe con el clasicismo: en la desintegración del cuerpo y las alas del ángel caído, fundiéndose con las montañas y el cielo, se consuma el sutil equilibrio de la coexistencia de lo etéreo y lo sólido en el ser. Conviven lo espiritual y lo terreno, simultáneamente, en el demonio caído así como en nosotros. Esa paradoja en este cuadro es la que me conmueve y me inspira. El hombre es esa doble fuerza que aspira eternidad y exhala muerte tangible.
Por eso, para mí, en Vrubel hay un resumen de la historia del arte: nace al realismo y luego reflexiona estéticamente, madura, analizando y deconstruyendo, enloquece y prefigura las vanguardias venideras, para finalmente terminar en la ceguera, abandonar la pintura y descender a la tumba del sinsentido. Sin embargo hoy, tras el vaciamiento post-post-moderno en el que siguen intentando ahogarnos, de pronto te encontrás con unas cuantas pinturas de 1900, y te parecen nuevas. Te resultan aún extrañas y transgresoras, por su paleta de color, por su estilización, por su brutal veracidad, su poder dramático. Antes del anti-arte del siglo XX, que se llevó puesto todo el contenido y la belleza de nuestros ojos, estos tipos, los simbolistas, construyeron una visión poética y mítica del mundo. Conociendo el hacer y el deshacer, con la total libertad que hemos ganado luego de la ruptura, nos toca a nosotros hacer algo nuevo.
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