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Domingo, 26 de junio de 2011

Hasta las pelotas

Hijos de inmigrantes, espectadores de partidos entre los clubes ingleses, decididos a una actividad ociosa y gratuita que les diera identidad y pertenencia al margen de sus padres, los argentinos de comienzos del siglo XX organizaron los primeros clubes de fútbol. Informales, amateurs y muchísimos, esos clubes que llegaron a ser 300 fueron las bases del primer deporte popular del país. Pero, ¿por qué unos se hicieron grandes y otros se extinguieron? ¿Qué papel jugaron los medios? ¿Cuál es el estilo de juego que terminó imponiéndose? ¿En qué temprano momento apareció la victoria moral? Estas preguntas y muchas más se responde el historiador Julio Frydenberg en su flamante Historia social del fútbol (Siglo XXI).

 Por Angel Berlanga

Cada tanto, unas poquitas veces y enseguida sofocado, a Julio Frydenberg se le aparece en la cara el hincha de Independiente, ese que empezó a ir a la cancha a mediados de los ‘60, cuando tenía diez, doce años. Esas situaciones coinciden con que este hombre se ría pero ahí; entonces, al toque, retoma el dominio el historiador, profesor universitario e investigador, flamante autor de Historia social del fútbol. Del amateurismo a la profesionalización (Siglo XXI), un viaje a los potreros y a los primeros equipos, clubes, canchas, torneos, estrellatos, pasiones de identidad que empezaron a darse colores, sitios, trayectorias, rivalidades, allá por los años del primer centenario. Un ciclo que conoce su estallido con casi 300 clubes y que culmina con la profesionalización de comienzos del ‘30, tras una huelga feroz de jugadores que pone fin al “marronismo”, caracterizado por el trabajo irregular, los pagos y contratos encubiertos, el intercambio de favores.

Frydenberg dice que está hecho con haber visto a Independiente entre los años ‘60 y ‘80 y que, en realidad, no es poca cosa que la Selección Argentina esté desde hace más de tres décadas entre los cuatro, cinco, ocho mejores equipos del mundo. “Es terrible, pero hay que decirlo: el hincha de fútbol es muy pragmático”, se ríe. Ya casi no va a la cancha, sigue a Independiente por televisión sin que eso reduzca del todo las tensiones: en situaciones críticas o desesperantes cambia de canal. “Me acuerdo que a Bochini a veces lo puteaban, aunque hubiera pasado antes a dos o tres jugadores –testifica–. Y luego, cuando daba un pase gol, era Dios. Es así. Es la lógica de los hinchas. Aunque no es lo mismo, en la vida del hombre hincha de fútbol, los 50 que los 20. Los que van a la cancha son mayoritariamente jóvenes: siempre fue así. Por una cuestión de energía, además. Aunque ha cambiado bastante, sigue siendo un lugar poco atractivo para lo que se supone un consumidor. El hincha va a la cancha aunque no sea cómodo. En Inglaterra el espectáculo hoy es más para un cliente que para un hincha. Esa lógica acá no es dominante, todavía. Pero hay cambios: hoy las canchas suelen tener baños, por ejemplo; en los ‘60 y ‘70 el baño era un paredón y después el río de líquidos”.

¿Qué deportes se practicaban en Argentina antes del fútbol?

–El primer deporte que se populariza, que se difunde en sectores ajenos a los ingleses y a la elite dominante, es el fútbol. Hay que pensar que eran jóvenes, en buena parte inmigrantes o hijos de inmigrantes. Antes de eso había competiciones tradicionales, que venían de sectores rurales y eran vistas más bien como espectáculos, ir a ver lo que hacían otros, no como prácticas de la gente: carreras de sortijas, de caballos. El fútbol es el deporte popular por excelencia desde principios del siglo XX, y eso que no estaba incluido en la currícula escolar, como pasó en otros países. Hay que esperar veinte años para que se popularice el básquet, por ejemplo, y se incorpore la práctica en los clubes. La mayor parte de los clubes que hoy conocemos y que albergan la práctica de muchos deportes empezaron siendo exclusivamente de fútbol.

¿Y cómo empiezan? ¿“Vamos a hacer esto que hacen los ingleses”?

–Estos pibes, que no eran marginales sino más bien jóvenes escolarizados, eran público de los grandes partidos que organizaba la liga oficial inglesa. Y como no podían entrar a jugar ahí empezó a configurarse una gran movida de varias vías: se armaron 300 equipos/clubes, esto en la primera década del siglo. Están motivados por la novedad y también por sentirse identificados con algo propio y local que no tiene que ver con los padres inmigrantes, ni con la escuela, ni con dispositivos que vienen armados desde el Estado (aunque haya simbología patria en los orígenes de muchos). Y entonces se autoorganizan, fundan clubes, ligas, siempre con la aspiración de pasar a primer plano, a la liga oficial. Hay una energía muy grande, ahí, a la que llamo militancia futbolera, para que el equipo y el club existiera, mejorar las condiciones, conseguir una cancha, que es el problema central en los primeros treinta años. En 1912 se produce un quiebre, cuando muchos de estos equipos son aceptados en la liga oficial: ahí empieza otra historia, un poco más parecida a la nuestra.

¿Lo barrial es tan definitivo en la conformación?

–Yo sería incluso más específico. La entidad “barrial”, como tal, aparece en los ‘20, y propicia una suerte de “relanzamiento”. Previo a eso existe muy asociado a lo residencial, lo territorial. El vecindario, la parroquia, que es diferente, porque la ciudad no está todavía totalmente urbanizada.

“Nos juntamos los de por acá”, sería.

–Sí: vivir en la misma cuadra, la plaza. O podían ser estudiantes de la misma escuela, o trabajadores de la misma empresa. O cosas combinadas. Los casos en los clubes grandes son conocidos. Lo que se supuso mal es que eran marginales: trabajaban o estudiaban, muchos de ellos. Y sus padres tenían trabajo. Eran de sectores populares pero uno tiene que entender eso como un grupo muy heterogéneo de franjas sociales, hijos de profesionales, empleados, trabajadores manuales. Populares por la negativa: no eran la elite ni los ingleses.

Mencionabas 300 clubes: ¿cómo evoluciona eso hacia los que quedan? ¿Qué determinó que los cinco grandes se configuren como tales?

–Los 300 eran más bien equipos, aunque ellos se llamaran a sí mismos clubes. Esa cantidad había por 1906; una década después eso va decantando a unos 30 o 40. Algunas de las ligas que funcionan en simultáneo van decayendo, también. Hacia fines de los ‘10, según las estadísticas, es posible detectar la existencia de los grandes. Inciden, por supuesto, los éxitos deportivos; empieza eso como el huevo y la gallina, si los éxitos atrajeron a la gente o si el caudal de gente los produjo. Probablemente vaya en paralelo. Y eso involucra el crecimiento institucional, avances y ampliaciones de participación como clubes, sedes que organizan bailes, etc. Lo que habla, también, de dirigentes con políticas positivas para hacer socios y vender entradas.

Y los medios también contribuirán.

–Sin medios no hay fútbol. Desde el principio. Uno puede hacer una historia paralela de la historia de los medios deportivos o de las secciones. Y esto incide en la práctica de la gente. Por lo menos en el caso de Buenos Aires pasa eso. Es mediático de entrada. Con peso relativo: al principio el box o el turf ocupan más espacio. Pero a fines de los ‘20 el fútbol es el escenario sobre el cual cabalga la prensa mercantil que necesita vender ejemplares. Y en los ‘30, con la radio, se incrementa aún más.

Esto en Buenos Aires. ¿Cómo se dieron estos procesos en otras ciudades del país?

–Recién ahora se está estudiando. Diría, como hipótesis, que los fenómenos son similares pero algo después en el tiempo. Hay sin embargo muchos clubes simultáneos, que nacieron junto a la expansión de la red ferroviaria. Ahí otra vez los ingleses, la expansión cultural de sus prácticas. Esto pasa en todo el planeta, eh. Hay trabajos sobre Rosario y Córdoba, pero no se han producido novedades académicas a nivel nacional, digamos.

El proceso de crecimiento de los clubes grandes estará, me imagino, muy vinculado al pasaje del amateurismo a la profesionalización.

–Hay varias cuestiones ahí. Más allá de los viáticos que se pagaban a los jugadores, desde los ‘20 y luego más intensamente con la radio comienza lo que se llamó “la nacionalización de las fidelidades”, con hinchas y simpatizantes en el resto del país. Algunos de los cinco grandes, en especial Boca y River, hicieron giras por las provincias. En fútbol Buenos Aires también es “el gran centro”: así empiezan a incorporarse jugadores del interior. Con la profesionalización los grandes arman “dispositivos de adopción” y políticas de los clubes para la atracción de talentos de todo el país. Y cambian los entrenamientos, con dispositivos de disciplina como contraprestación a lo contractual. La preparación física se asocia con el éxito deportivo. Esto cristaliza con el profesionalismo, y de ahí en adelante.

¿La Selección Argentina fue recibida desde el principio como representativo nacional?

–Es un tema abierto, para mí. ¿Cómo pasa que ciertos estilos de juego queden asociados a lo nacional o a lo barrial? Son pocas las ciudades en el mundo donde hay una impronta de identidad barrial: Montevideo, Londres, Buenos Aires. En la mayoría de las ciudades hay dos clubes: acá hoy tenemos quince estadios. Muchas identidades barriales. ¿Cuál es el estilo deseable para los medios y la gente? Cuando Argentina pierde la final de los Juegos Olímpicos del ‘28, con Uruguay, los cables y los cronistas decían que el equipo había jugado mejor y que, aunque hubiera perdido, consiguió un triunfo moral. A la hora de definir cómo había jugado ese equipo hay varios textos interesantes, entre ellos un poema de González Tuñón, y en vez de hablar del estilo nacional, sobre el cual había polémicas, se habla del estilo porteño. Muy local, del empedrado, y muy asociado a la garra, no tanto del dribbling o de la nuestra, en el sentido que va a aparecer después, el pibe de sectores marginales. González Tuñón dedica el texto a Monti, capitán de la Selección, pero en la foto aparece con la camiseta de su club, San Lorenzo: un tipo robusto, de garra. Y aparecen nombrados todos los barrios. Yo obturo que estas cosas son simultáneas, que no hay un estilo propio, al menos ahí. Y creo que eso existe hasta hoy.

¿Y en qué jugadores lo simbolizarías, hoy?

–Maradona y Messi claramente están en esa tradición del pibe habilidoso. Pero durante los ‘90, sobre todo, se elogiaba mucho al jugador aguerrido, que no decaía nunca, cuyo paradigma era Simeone. Mi hipótesis es que el pibe y el guapo están en paralelo durante todo el siglo XX. Y hay un tercero, que es el modelo europeo del sistema, que en lo individual está muy subsumido al colectivo. Y conviven en el juego, tranquilamente, los tres, pero con tres discursos distintos. Para mí el éxito del fútbol argentino se debe a eso. No hay un predominio de uno sobre el otro, sino una convivencia. Por eso son explicables Bilardo y Menotti, por ejemplo. Argentina está dentro del primer bloque mundial y es fantástico: no veo por qué hay que estar primero siempre.

Y sin embargo un cuarto o quinto puesto es una tragedia.

–El hinchismo tiene mucho de exitismo. Lo he testeado en fuentes desde el principio de siglo y tengo una muy mala noticia: siempre fue así. Y eso produce efectos. El deporte no se sostiene sin éxitos. Tiene que ver con la competitividad del deporte pero también con la naturaleza exitista del fútbol. Para no sufrir eso tiene que haber un contrapeso muy fuerte en ámbitos dirigenciales o culturales. Sólo los clubes pequeños o medianos pueden bancar varias campañas sin éxitos en pos de otros equilibrios: Lanús, por caso. En los clubes grandes es impensable no encarar un campeonato con la perspectiva de ganarlo. Como hincha no sé si lo soportaría (se ríe).

¿Qué otras cosas subsisten desde el comienzo? ¿Qué pasa con los lazos entre dirigencia y política, por ejemplo?

–Es una relación permanente, por acción u omisión. Los clubes en general han subsumido los conflictos de la política local y nacional a favor de la política del club. Más allá de los cambios, los clubes mantienen relaciones. Suele haber alguien en la comisión directiva afín a la política de turno. Esa es la tendencia. Otro fenómeno singular y palpable a través del tiempo, más allá de las crisis, es que cuantas más actividades tengan los clubes, mejor. Eso genera lazos comunitarios y, a la vez, déficit, muchas veces. Es un fenómeno que no se ve mucho en otros países.

¿Qué otras continuidades ve en los jugadores?

–Desde los años ‘20, y quizás aún antes, el mundo del fútbol de primera división es la elite deportiva. Desde entonces hay que tener talento especial para llegar a primera: el grueso de la gente no puede. Es enorme la selección de talentos para llegar a la cúspide. Y, dentro de eso, a los cinco grandes. Más allá de parentescos o negocios, sin talento no se subsiste. Por otra parte el blanqueo de situaciones preexistentes que sobreviene con la profesionalización y la huelga de los jugadores de 1931 desmitifica ciertas ideas de los futboleros acerca de que existió una época dorada y que ahora está todo corrupto. En los ‘20 ya había una gran cantidad de cambios de jugadores, de pases de un equipo al otro, pagos más o menos directos, viáticos, premios.

¿Pero te entusiasma ver a estos jugadores, a este equipo? ¿Qué te genera Batista como técnico?

–Sí, quiero verlos. Marco, igual, una diferencia: en los mundiales la vida gira alrededor del torneo, uno ve la mayor cantidad de partidos posibles, implica mucha carga, mucha energía (se ríe). La Copa América no es lo mismo. En cuanto a Batista, estamos acostumbrados a técnicos fuertes, y él no parece serlo. Qué pasará internamente, no tengo idea. Me cae simpático. Dice que quiere un juego parecido al de Barcelona, pero será difícil. Y bueno, a fin de cuentas, ¿a quién no le gusta el Barcelona?

Historia social del fútbol. Del amateurismo a la profesionalización (Siglo XXI) se presenta el miércoles 29 de junio, a las 19, en el Microcine de TEA (Lavalle 2083). Dialogarán con el autor, Luis Alberto Romero, Facundo Sava, Ariel Scher y Juan Suriano.

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